“Sobra decir que no es lo que queremos”. Así comienza uno de los muchos petitorios y comunicados de las asambleas de jóvenes mujeres que están en paro o en toma en más de 50 unidades académicas del sistema de educación superior chileno. Estos petitorios pueden parecer meros registros de las discusiones que se producen en las asambleas, un instrumento más para “decir lo que queremos”. Pero, en realidad, la escritura de estos petitorios impone condiciones, compromisos y cambios en la realidad. Lo que sucedió la semana pasada en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile representa un buen ejemplo: la escritura de la asamblea de mujeres en paro dio vuelta el resultado esperado de la elección de autoridades
La revolución feminista es cultural, educativa, política, legislativa y lingüística, pero se especifica en temas y ámbitos de interés según cada región y país. En Estados Unidos, el movimiento #metoo relató en primera persona los abusos en ámbitos precarizados, masculinizados y asimétricos como la industria del espectáculo o el periodismo. En Argentina, el movimiento #niunamenos opuso manifestaciones masivas a feminicidios, impulsó el paro feminista frente al estupor de los gremios, predominantemente masculinos, y en la actualidad ha inundado de pañuelos verdes el postergado debate legislativo sobre la despenalización del aborto, que se definirá en los próximos días.
En Chile, la revolución feminista está encarnada en el actor político más importante de la última década: las y los estudiantes de educación media superior y universitaria. Y, para sorpresa de la mayoría, tomó por asalto las casas de altos estudios de todo el país con un reclamo específico, distinto de las protestas previas por educación superior pública, gratuita, inclusiva y de calidad, pero con un mismo interés por aspectos culturales, educativos e institucionales: el fin de la cultura patriarcal abusiva en las aulas chilenas. La protesta cobra visibilidad en forma de manifestaciones de mujeres con los pechos descubiertos y máscaras mexicanas, o de paros y tomas en facultades y universidades.
Pero además, de forma más silenciosa e igualmente revolucionaria, el movimiento feminista actúa sobre la realidad a través de la escritura, cambiando al mismo tiempo las formas de comunicación y participación estudiantil en educación superior.
Primero, es una escritura colectiva. Los lectores escandalizados por el supuesto anonimato de comunicados y petitorios no entienden las condiciones particulares de producción textual. Estos petitorios se escriben de forma colaborativa y horizontal. En las asambleas, se planifican de forma oral los principales temas, reclamos y argumentos. Al comienzo son punteos, viñetas, listas. Luego, usando herramientas informáticas y las estigmatizadas redes sociales, se amplían y reformulan fragmentos durante días hasta lograr un texto difícil de refutar.
Puede ser que algunas mujeres lideren temporariamente la elaboración de los textos, pero no quedan huellas de su autoría, porque es el reclamo de un colectivo social. Se aportan evidencias recolectadas en terreno, como los porcentajes escandalosamente bajos de profesoras titulares, decanas o rectoras. Se incluyen crudos relatos de acoso sexual en aulas y congresos, o de insultos y revictimizaciones al momento de denunciar, narrados en primera persona. Los petitorios reconstruyen hechos con precisión legalista, aportando fechas, números de expediente, nombres propios y cronologías que otorgan verosimilitud a las denuncias y convencen a los incrédulos, o al menos los hacen dudar.
En el caso de la asamblea de mujeres de ciencias de la Universidad de Chile, este respaldo empírico y legal se combina con un cuidado por la privacidad de las denunciantes y de los denunciados sobre los que aún no hay evidencias definitivas. El texto resultante esconde un trabajo profundo, complejo y compartido, el secreto de su solidez retórica. Pero hay otro motivo para la escritura colectiva: se dirige a un interlocutor con mayor poder (profesores y funcionarios) y teme posibles represalias individuales.
Segundo, es una escritura dialógica. Se sabe que el lenguaje nunca habla en el vacío; las afirmaciones y declaraciones tienen ecos de lo que se dijo antes, para confirmarlo, negarlo o modificarlo. De esta manera, el lenguaje siempre está en diálogo con las creencias del oyente o lector, con las conversaciones de días anteriores, con las canciones que se escucharon o los libros que se leyeron. Este carácter dialógico del lenguaje puede ser más implícito y pasar desapercibido, como sucede en un ambiente familiar y distendido, o ser más explícito y seguir mecanismos formales de cita y referencia, como ocurre en la universidad.
Los petitorios elaborados por jóvenes mujeres en paro o en toma seleccionan fragmentos de los documentos institucionales, los citan de forma literal, los desarman en sus partes, y discuten sus posiciones y argumentos. Además, se recogen declaraciones y afirmaciones orales de profesores y autoridades, se las recontextualiza, evalúa, analiza y divulga. El discurso asimétrico de los funcionarios es deconstruido en una pugna dialógica y política por la verdad. Se trata de estrategias complejas de citación, supuestamente desconocidas en los pasillos de una Facultad de Ciencias, en las que se cree que se escribe poco y nada, y que no se discuten ni citan fuentes bibliográficas.
Tercero, es una escritura que acciona sobre la realidad. En una concepción simplista del lenguaje, las palabras serían etiquetas descriptivas de lo real, y la escritura transcripción del pensamiento. Pero en realidad se sabe desde hace varias décadas, e incluso aparece hace miles de años en los relatos míticos del Antiguo Testamento, que las palabras crean realidades, estipulan condiciones e implican compromisos. Es necesario decir “sí, quiero”, “lo juro”, “afirmativo”, “perdón” o “te amo” para que ciertas acciones institucionalizadas existan, y los matrimonios, mandatos, compromisos y vínculos sucedan. En los petitorios feministas elaborados en la universidad, la palabra escrita tiene un peso de acción. Las estudiantes hacen demandas específicas, solicitan el desarrollo de legislación institucionalizada, estipulan plazos perentorios, y se comprometen a acciones de distinto tipo según la reacción de sus lectores. Se identifican necesidades y se reclaman cambios concretos, sofisticados y creativos, que la mayoría de los lectores no imaginaron posibles, como por ejemplo un protocolo de prevención de la violencia contra las mujeres en congresos científicos, un espacio en el que se han registrado múltiples acosos. De esta manera, los petitorios se constituyen como escritos de acción que cambian la realidad.
En el caso de la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, el petitorio también solicitaba que un candidato a decano que muchos consideraban como el seguro ganador de las elecciones, pero señalado por la asamblea de mujeres como uno de los responsables institucionales de no investigar casos de acoso y de desacreditar a las denunciantes, desistiera de su candidatura, como se ve en el fragmento a continuación.
La potencia retórica de los manifiestos y petitorios feministas no solo responde a méritos propios, sino, en muchos casos, a cierta falta de reflejos en la respuesta que brindan los actores interpelados. El discurso de las autoridades institucionales y del cuerpo colegiado de profesores no siempre llega a reconocer la complejidad colectiva, dialógica y de acción a la que debe responder, ni parece comprender el shock cultural y el cambio histórico y generacional del que participa. En un giro espectacular de la relación tradicional de asimetría de poder y saber entre los estudiantes y los profesores, son los primeros (en realidad, las primeras) quienes ofrecen una voz más sofisticada, informada y atrevida. Encarnan así, en paro y fuera del aula, un propósito formativo intencionado por el currículum escolar: estudiantes autónomas, integrales, críticas, interdisciplinarias, comprometidas con los derechos humanos y con su entorno, con uso de tecnologías de la información, que transfieren saberes a nuevas situaciones y comunican a interlocutores diversos. Por eso puede afirmarse que estas protestas letradas también están modificando las formas de comunicación y participación estudiantil en educación superior.
Justamente, esta complejidad de la escritura feminista estudiantil como acción retórica colectiva, fundamentada y dialógica que cambia la realidad debe ponerse en relación con las denominadas “narrativas de la crisis de la escritura”. Como se ha demostrado en otras épocas y regiones, los procesos de apertura del sistema de educación superior a sectores sociales amplios tradicionalmente excluidos, como estudiantes de escuelas vulnerables o primera generación universitaria, traen como consecuencia una “preocupación” de los medios de comunicación -y, por su influencia, de la sociedad en general- por una supuesta degradación de la escritura. “Los niños chilenos no entienden lo que leen”, “las redes sociales hacen que los jóvenes escriban con faltas de ortografía”, “la escuela ya no se ocupa de preparar a los estudiantes” son afirmaciones que se pueden leer en titulares de diarios o ver en programas matinales de televisión. No se trata solamente de una nostalgia romántica por el pasado, sino de una reacción elitista a tiempos de mayor inclusión y, paradójicamente, de muchas más personas que nunca antes en la historia -sobre todo, jóvenes- leyendo y escribiendo.
La escritura feminista es colectiva, fundamentada, dialógica y de acción. Es una compleja y efectiva acción retórica que cambia la realidad, tanto o más que la opción por un lenguaje no sexista, el uso de pañuelos verdes o las manifestaciones con pechos desnudos. Pero la narrativa social que supone, equivocadamente, que existe una crisis de escritura -y de formación, de motivación, de esfuerzo, de participación política, de perseverancia- en los y las jóvenes estudiantes hace que la potencia escrita de la revolución feminista todavía pase desapercibida.
Estas semanas, en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Chile, la acción feminista, especialmente movilizada a través de documentos escritos, ha tenido efectos concretos sobre la realidad. El pasado 7 de junio, día de las elecciones a decano, cada profesor que asistió a la mesa eleccionaria leyó, colgando de la puerta, el siguiente cartel, último eslabón de una serie discursiva feminista. Como resultado de estas acciones escritas, el candidato interpelado no retiró su candidatura, pero perdió el favor del claustro de profesores y quedó en último lugar entre tres postulantes.
Como hombre y profesor especializado en asuntos de escritura en educación superior, comparto con humildad estos documentos y reflexiones sobre un movimiento que me interpela, del que no me siento protagonista, pero al que creo que debo aportar desde mi lugar.
*Federico Navarro es Doctor en lingüista, Presidente de la Asociación Latinoamericana de Estudios de la Escritura en Educación Superior y Contextos Profesionales (ALES) y profesor-investigador de la Universidad de Buenos Aires y CONICET (Argentina). [email protected]
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