Ellas son tan pocas, que es más fácil encontrar a hombres que se llaman José que a mujeres entre los honoris causa españoles, el galardón más prestigioso de la Universidad. Concretamente hay 73 Josés y 68 señoras. Las mujeres apenas son el 5,7% de las personas reconocidas con esta distinción académica, según una muestra de 10 universidades públicas que EL PAÍS ha seleccionado según criterios de antigüedad, número de alumnos y representatividad territorial. Ellas son más entre las alumnas y las profesoras, y empiezan a alcanzar buenas cotas de representación entre las catedráticas (21%, según datos del Ministerio de Economía de 2015), pero no acaban de llegar a los puestos de poder. Solo siete mujeres son rectoras en las 50 universidades públicas.
La tendencia en el caso de las honoris está cambiando aunque muy despacio. En el año de las mujeres, con campañas internacionales como el Me too y con España convertida en la imagen mundial de la protesta con una huelga sin precedentes el 8 de Marzo, se ve algún destello en la oscuridad. El pasado viernes, la Universidad de Salamanca (USAL) nombró por primera vez en su larga historia a dos mujeres a la vez: las filósofas Adela Cortina y Victoria Camps pasaron a formar parte del exclusivo club académico en un acto al que asistió la vicepresidenta del Gobierno y (por primera vez) también ministra de Igualdad, Carmen Calvo. Para subrayar la excepcionalidad, basta decir que la USAL, con 800 años de historia, solo tenía hasta la fecha a tres mujeres entre sus honoris, la primera de ellas, Santa Teresa de Jesús en 1922.
El porcentaje de mujeres ha aumentado en los últimos años, especialmente desde el cambio de siglo, pero sigue siendo muy bajo. Si únicamente se tienen en cuenta los poco más de 400 honoris causa concedidos desde el año 2000, las mujeres suponen el 12,9% del total. “Lo lógico sería que hubiera un 50% en las investiduras habida cuenta de que las mujeres somos la mitad de la humanidad”, dice Adela Cortina, que se sorprende al conocer los datos históricos: “¡Es de una injusticia tan radical!”.
En las primeras décadas la presencia femenina entre los galardonados fue muy escasa. Tanto es así que entre 1920, el primer año analizado, y 1990, solo el 2% de los honoris causa fueron mujeres. De 444 personas que recibieron en siete décadas este premio, que no comporta retribución económica ni puesto sino que únicamente reconoce el prestigio y la labor que desempeñan en su área los doctores, solo tres fueron mujeres. Tras Teresa de Jesús, hasta 1987 no volvió a ser merecedora ninguna otra mujer. Ese año la Universidad de Barcelona se lo concedió a Victòria dels Àngels López, la famosa soprano barcelonesa. Uno más tarde, la historiadora y arabista francesa Rachel Arié lo recibió de la Universidad de Granada.
Entre las peor paradas de las universidades analizadas está la Complutense de Madrid, el campus con más alumnos de España. Su rector, Carlos Andradas, admite que el porcentaje es muy bajo. “Antes podría haber cuestiones históricas, pero ahora ya no”, señala. “Esto obedece a una cuestión de invisibilidad de las mujeres en la ciencia y la academia al más alto nivel; hay que corregirlo”, concluye. Durante su mandato —fue elegido en 2015—, aún no se han investido mujeres, aunque ha propuesto ya algunos nombres, como la escultora Doris Salcedo y la Filóloga Luce López-Baralt.
“Es un escándalo”, cree Lola Pereira, vicepresidenta de la Asociación de Mujeres Investigadoras y Tecnólogas (AMIT). “Las mujeres no están en los honoris por la misma razón que no están en los Nobel: se las ignora, no se considera su valía”. Pereira insiste en el mensaje que se manda a la sociedad: “Es importante la visualización. Mostrar que pueden llegar arriba, que todas podemos”.
La secretaria de Estado de Igualdad, Soledad Murillo, va un paso más allá y considera que esta escasez de mujeres implica que “no ha habido democracia intelectual en la universidad en el reconocimiento de los méritos de las compañeras”. Los departamentos son los que proponen a los candidatos a honoris causa, y los gobiernos universitarios o el conjunto de los doctores deciden, según los estatutos de cada universidad. Otros son propuestos directamente por los rectores. Si las mujeres no ascienden profesionalmente en los centros, es más difícil que otras mujeres sean propuestas. “Hay que pensar que las inercias son tremendas y que la lucha por la igualdad no lleva tanto tiempo en estos ámbitos. Se llega a puestos de responsabilidad —cada vez hay más directoras de departamento y decanas— pero pocos puestos honoríficos”, añade Cortina.
Para Murillo, el problema es que el mundo académico sigue anclado en el pasado: “Modernizarse significa perder privilegios; reconocer el saber de las mujeres supone renunciar a ellos y eso no va a ser fácil”.
RECONOCIMIENTO ACADÉMICO A DICTADORES
Durante las décadas en las que no se concedían doctorados honoris causa a las investigadoras, filósofas o escritoras, las universidades sí tuvieron a bien investir a dictadores. En 1948, la Universidad de Salamanca reconoció a Francisco Franco Bahamonde, aunque en 2008 se lo retiró “por entender que nunca reunió méritos científicos, académicos, sociales, ni personales que lo hicieran merecedor de ostentar dicho honor”, aseguró la institución.
Antes, en 1926, el mismo centro se lo había concedido a Miguel Primo de Rivera. Los dictadores portugueses Antonio Oliveira Salazar y Marcelo Caetano también recibieron este reconocimiento por parte de la Complutense.
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