Sobre la calidad de la educación
José Joaquín Brunner: “Esta brecha que se crea entre una concepción que otorga a la educación un máximo poder como fuerza productiva, igualadora y liberadora de las sociedades…”
Tribuna, Lunes 25 de diciembre de 2017
Los economistas han sido los principales promotores del argumento sobre los amplios beneficios -individuales y sociales, privados y públicos, monetarios y no monetarios- que traería consigo la educación, especialmente en su nivel superior.
Este argumento, así como parte de la justificación económica para prolongar la educación desde la cuna hasta la tumba, no repara, sin embargo, en el hecho de que la educación, al mismo tiempo que posee virtudes -potenciales y reales- de emancipación humana y progreso comunitario, tiene inscrita en sí también una lógica de reproducción de las desigualdades sociales.
Efectivamente, desde antiguo y hasta el presente, la educación ha servido -en la mayoría de las sociedades del mundo- para mantener separados los metales más y menos nobles con que llegamos al mundo y así reproducir la estratificación entre clases y grupos de la sociedad.
La investigación contemporánea confirma con abundante evidencia que los variables logros académicos de los estudiantes se hallan fuertemente condicionados por la familia de origen; el llamado “efecto cuna”. Como ha dicho James Heckman, premio Nobel de Economía: “El capital humano adulto (y el consecuente éxito en la vida) se define durante los primeros años de un individuo”. Y agrega: “Es importante reconocer que alrededor del 50 por ciento de la varianza en la desigualdad de los ingresos a lo largo de la vida se halla ya determinado alrededor de los 18 años”, o sea, antes de ingresar a la educación superior.
Esta brecha que se crea entre una concepción que otorga a la educación un máximo poder como fuerza productiva, igualadora y liberadora de las sociedades, por un lado, y la constatación de que los sistemas educacionales tienden a reproducir las ventajas y desventajas del origen social, por otro, es el mayor desafío que enfrentan las políticas educacionales de los países en desarrollo, Chile incluido.
En efecto, la promesa de la educación -de poner a todas las personas frente a iguales oportunidades de formación y desarrollo a lo largo de la vida, con independencia de su cuna- permanecerá como una mera ilusión mientras no aseguremos un mínimo igualitario de aprendizajes de calidad para todos.
Basta pensar que hoy, entre un tercio y la mitad de los jóvenes que asisten a nuestra enseñanza secundaria no adquiere las competencias cognitivas más elementales de comprensión lectora, manejo numérico y razonamiento científico, necesarias para desenvolverse en las condiciones actuales de la sociedad. Asimismo, alrededor de un 40% de nuestros alumnos no muestra un desempeño mínimamente satisfactorio en el uso de las tecnologías digitales, no domina las competencias requeridas para el trabajo colaborativo, no logra una formación ciudadana mínimamente adecuada y, en una proporción todavía mayor, no obtiene un nivel básico de uso del idioma inglés.
No necesito decir que la mayoría de los jóvenes pertenecientes a este grupo nace en condiciones desfavorables; sobrelleva, por tanto, el peso de un efecto de cuna negativo; no hereda un capital social y cultural suficiente para acceder a trayectorias escolares de calidad y, en cambio, asiste a colegios que no compensan estos déficits. Al contrario, estos niños y jóvenes obtienen una educación que reproduce la composición de metales con que la diosa Fortuna nos arroja al mundo.
En fin, este libro reflexiona y toma posiciones -las más de las veces sin ira, pero con pasión- sobre las políticas públicas y reformas que podrían servir para estrechar aquella brecha entre las promesas de la educación y su carácter meramente reproductivo de las desigualdades de la cuna.
Pienso que durante las últimas dos décadas hemos avanzado enormemente en la labor civilizadora de la educación, al abrir el acceso desde el prekínder hasta la educación superior a todas las hijas e hijos del oro, la plata y el hierro. Me temo, sin embargo, que llegados a este punto debemos reconocer que la tarea esencial -la de compensar, o siquiera mitigar, las desventajas generadas por el efecto cuna- continúa pendiente. Siento, además, que ahora último estamos enredados en abstrusas polémicas, mientras la calidad de nuestra educación sigue siendo relativamente mediocre, desigual y parece hallarse estancada.
Quizá este libro pueda contribuir a la reflexión sobre cómo mantener la esperanza en la promesa de la educación, junto con acercarla a la realidad, para que no acabe como una pura ilusión.
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