En vísperas de elecciones
Noviembre 13, 2017

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13 de noviembre de 2017
La suerte de los candidatos está echada, salvo que la Fortuna disponga algo distinto. La creencia sobre quién ganará la primera vuelta está tan asentada como el nombre de quien será ungido por el balotage. La alternancia, teóricamente del gusto de todos, en la práctica es aborrecida por quienes anticipan una derrota. En cambio, quienes sienten tener la victoria a la mano, exaltan sus méritos e imaginan tiempos mejores.

Mientras tanto, la llamada sociedad “civil”, a pesar de que una mitad no concurre a ejercer su derecho de votar, se halla menos apasionada por el dilema entre continuidad y alternancia.

No significa que esté poseída por la ideología del egoísmo posesivo. Tampoco que desprecie el voto como un artilugio burgués. Solo que no encuentra motivos suficientes -ni de entusiasmo ni de rechazo- como para involucrarse. Y lejanía frente al fenómeno de circulación de las élites.

Esta difundida actitud de abstinencia se conjuga con una serie de otras señales dadas por la opinión pública encuestada.

Mayoritariamente la gente estima que el país no progresa. Piensa que el gobierno lo hace mal, igual que la oposición. No adhiere a los partidos o coaliciones en pugna, ni considera que la elección comprometa su destino. Al contrario, la gente manifiesta satisfacción con su vida, espera que sus hijos estarán mejor que los padres, y sabe que el futuro depende del propio esfuerzo más que de promesas de redención colectiva.

Por lo mismo, se siente ajena a la retórica de los candidatos. La guerrilla de diatribas entrecruzadas. La insistencia en la mutua destrucción. Las advertencias de que triunfe Piñera o lo haga Guillier representaría un desastre nacional. La inflación de ilusiones. Y la facilidad -rayana en la irresponsabilidad- con que se ofrecen soluciones para enfermedades, delincuencia, abusos y desigualdades.

Con razón estamos rodeados de paradojas. Los candidatos que más prometen reciben el menor apoyo, cercano a cero. Entre los jóvenes de 18 a 24 años, cuya rebeldía se exalta y se esperaba provocarían un verdadero cambio de marea, menos de la mitad votará y, entre los que sí lo harán, la mitad votará al candidato de centroderecha, en una proporción de cinco a uno en relación con la candidata “natural” de la juventud. A su turno, el desganado abanderado de la continuidad cuenta con escaso apoyo entre los dos quintiles de menores recursos que, se supone, serían su más firme sostén. Por fin, la izquierda alternativa no marca preferencias dentro del 20% más pobre, dando al traste con la teoría revolucionaria.

En suma, estamos frente a un cuadro de desapego entre la sociedad y su élite política. Al interior de ésta se libra una intensa batalla discursiva, mientras la gente conduce su vida con normalidad, confiada en su esfuerzo personal más que en la oferta pública de soluciones. Está por verse cuánto más nuestra democracia resistirá esta brecha.

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