Gratuidad en educación superior
Señor director
A propósito de la reforma a la educación superior (ES), varias cosas resultan evidentes. Nuestro sistema universitario, según los rankings internacionales, es el más robusto de América Latina. La matrícula técnico-profesional ha aumentado y los principales institutos profesionales (IP) y centros de formación técnica (CFT) han probado ser sólidos y, como tales, se hallan acreditados. La tasa de graduación progresa. Sin embargo, el sistema necesita una mejor gobernanza; fortalecer las labores de I+D, poner al día la docencia; evaluar la empleabilidad de los graduados y avanzar hacia un financiamiento sustentable de las instituciones y los estudiantes. Ninguno de estos desafíos es abordado seriamente por la reforma impulsada por el gobierno. En efecto, la reforma carece de un adecuado diagnóstico y sus propuestas son improvisadas, cambiantes y contradictorias. Como resultado, el sistema atraviesa una etapa de turbulencias e incertidumbre; es menos fuerte hoy que ayer. De hecho, el principio axial de la reforma -la gratuidad universal- resultó un fiasco. Su materialización queda postergada hasta las calendas griegas, sujeta (¡cómo no!) al crecimiento de la economía. Tampoco alcanzó la meta intermedia. De paso, desordenó el financiamiento del sistema que ahora pende de una glosa presupuestaria.
La carrera presidencial debe servir para conocer cómo los candidatos arreglarán este entuerto, partiendo por la gratuidad. Ésta debería consolidarse al nivel que está, precisar las exigencias de mérito y esfuerzo requeridos y mejorar las ayudas económicas y académicas para los estudiantes. En paralelo debe reorganizarse el esquema del crédito estudiantil, asegurando su viabilidad de largo plazo, eficaz administración pública y un endeudamiento razonablemente limitado para los estudiantes.
José Joaquín Brunner
Académico UDP y exministro
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