La decisión del Partido Socialista
LA POLÍTICA opera habitualmente con múltiples racionalidades. Hay cálculo, competencia, confianza, redes, organización, comunicación, emociones, costumbre. Y ejercicio constante de la voluntad de poder, como el hilo rojo de Ariadna que sirve para tejer salidas de situaciones difíciles e imponer un punto de vista.
En el escenario de la polis hay actores y públicos. Ideas e intereses. Líderes y seguidores. Élites y masas. Cambiantes relaciones entre mayorías y minorías. Deliberación pública y discretas maniobras tras bambalinas. Sobre todo, hay enunciados, discursos, relatos y a ratos también demagogia. De hecho, la política es el arte de mover la historia con palabras.
Todos estos factores fueron puestos en tensión el domingo pasado al momento en que el PS decidió su candidato presidencial. Paradojalmente, sin embargo, lo importante a la postre resultó ser a quien no eligió el PS.
En efecto, el drama de la ocasión consistía en que se hallaba involucrada una figura que para el PS, la Nueva Mayoría y para la opinión pública, incluso sus detractores, tenía las dimensiones, el carisma, de una figura histórica.
Efectivamente, Ricardo Lagos representa la enorme transformación del país durante los últimos cincuenta años. No solo la transición de una dictadura a la democracia sino de la Guerra Fría a un mundo multipolar, de la revolución al reformismo, del Chile como un caso de desarrollo frustrado al Chile que expande sus capacidades y se transforma en una sociedad de masas y nuevas clases medias.
Las tensiones creadas por esas transiciones simultáneas -malestares de modernización, cambios culturales, movilidad social, brechas de desigualdad, mercados expansivos, lógicas privadas y autonomía individual- se identifican con la figura de Lagos. Igual como ocurre con la renovación socialista, el pensamiento socialdemocrático de un tiempo neoliberal, la Concertación y la política de los acuerdos, la generación académica y tecnocrática que concibió al país como un proyecto posrevolucionario y posdictatorial.
El drama para el PS y su grupo dirigencial -más posmoderno que de grandes transiciones; con menos peso histórico y escombros en la conciencia- es que debió elegir entra esa figura histórica y la leve brisa de la madrugada que se anuncia ya. ¿Cómo? En la cultura de la novedad, los collages de ideas, la sensibilidad de redes sociales, el apetito por el triunfo rápido y la política como espectáculo.
El PS eligió el medio que estimó más eficiente para la mantención propia y de la NM en el poder. Es la lógica utilitaria que lo invade todo. ¿Es un pecado? ¿Habría que condenar al Comité Central por esta decisión? Para nada. No hizo más que seguir la racionalidad imperante en el momento, aun a costa de echar por la borda una figura de su historia.
¿Tendrá éxito tan expedita maniobra? En el terreno puramente pragmático, puede ser. La NM ha fortalecido su lado izquierdo. El PS cuenta ahora con un candidato, aunque no sea propio. Y ha puesto a la DC y el PPD en un un pie forzado. Por otro lado, si la NM no recupera su centro o se desvanece, el PS seguirá parado y tendrá su segunda oportunidad.
Es entendible. Pero no conmueve.
A mi al menos me ocurre como a Max Weber cuando en La política como vocación dice: “Por el contrario, es muy conmovedora la actitud de cualquier hombre maduro, de no importa cuántos años, que siente con toda su alma la responsabilidad por las consecuencias y actúa conforme a la ética correspondiente y que, llegado el caso, es capaz de decir: ‘no puedo hacer nada más, aquí me detengo’”. Es el punto donde las convicciones se hermanan con las responsabilidad, algo que el PS y mi propia generación aprendió con la derrota.
Pero es probable que tampoco esto esté de moda ahora que lo importante es estimar ganancias y pérdidas para luego apostar.
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