El maltrato a la educación por la política gubernamental
Noviembre 23, 2016

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La educación -que en este relato debía ser la reina- ha pasado a ser una obra inconclusa, una tarea negativamente evaluada y una ilusión desperdiciada.
Publicado el 23.11.2016
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José Joaquín Brunner
Foro Líbero

De los variados asuntos que periódicamente van quedando atrás en medio de los avatares de la política, quizá el de la educación -en todos sus niveles y modalidades- sea el de mayor importancia para la sociedad chilena. Su postergación y maltrato tienen consecuencias negativas de largo aliento para el país.

 

I

En efecto, cabe preguntarse ¿en qué está nuestra educación tras el cambio de gabinete y de las infinitas y continuas coyunturas que pasan sin dejar huella? O bien ¿cómo le va a nuestros infantes y niños ahora que se apagaron los terribles ecos del Sename? ¿Y qué muestran las encuestas de opinión respecto de la adhesión de la gente hacia la reforma educativa? ¿Cuál es el futuro próximo y a mediano plazo de la gratuidad universal? ¿Por qué los jóvenes doctorandos que estudian en el país y los que recién vienen regresando están descontentos con el trato recibido por Conicyt y tampoco parecen avizorar con tranquilidad su futuro?

¿Cuánto se ha avanzado realmente en dirección al mejoramiento de la educación media técnico-profesional de nivel medio superior? ¿Cuáles efectos ha tenido hasta ahora la implementación de la ley que puso fin al lucro y el copago sobre la equidad del sistema escolar, su segmentación social y calidad académica?

¿Por qué la educación pública se mantiene en aparente crisis y cada vez hay menos interesados por ingresar a ella? ¿Que explicación hay para el retroceso experimentado por el Instituto Nacional? ¿Es efectivo que la tendencia general de los resultados medidos por el Simce da señales de estancamiento en los aprendizajes de nuestros estudiantes?

¿Cómo se explica la baja votación en la elección de dirigentes estudiantiles? ¿Y qué significado y consecuencias atribuir a la generalizada radicalización de esas dirigencias, que hoy aparecen a la izquierda de la izquierda, alejadas de la gran mayoría de los estudiantes y también de la mayoría de la opinión pública encuestada?

¿Qué refleja la profunda división del gremio de profesores y cuáles serán sus efectos en los años que vienen? ¿Qué respuesta tiene el MINEDUC frente a los constantes reclamos de acoso burocrático del que se quejan los colegios? ¿Hay reales progresos en la conformación de las dos nuevas universidades y los nuevos centros de formación técnica? ¿Quienes están a cargo de calcular los aranceles en función de los cuales se otorga el subsidio de gratuidad a las instituciones de educación superior, cálculo que el presente año perjudicó a varias instituciones y mantiene en vilo al conjunto del sistema?

¿Por qué las autoridades de gobierno negocian una indicación sustitutiva de la nueva ley de educación superior únicamente con los rectores de las universidades del CRUCH, si dicha ley afecta a todas las instituciones y se supone debería responder al interés general y no sólo a las demandas de un grupo corporativo?

 

II

La verdad es que estas preguntas, y decenas más que uno escucha, se repiten a diario en las aulas y los claustros, en reuniones profesionales, entre directivos del sistema, al interior de la academia que investiga, en los medios de comunicación y entre los actores sociales de la educación. Han venido multiplicándose y acumulándose con el paso del tiempo, en gran medida como resultado de las desordenadas, contradictorias, débilmente fundadas y erráticas políticas impulsadas por el gobierno en este sector.

Pasan los días, las semanas y los meses y, en vez de aclararse el panorama y precisarse las ideas, cunde la desorientación y la propia autoridad parece perpleja frente a su obra. Hace pocos días, y por enésima vez, la ministra de Educación -luego de tratar de satisfacer generosamente los requerimientos del CRUCH respecto de los cambios al proyecto de ley de educación superior, mediante un protocolo de acuerdo- se encontró sorpresivamente frente al rechazo unánime de los requirentes. Vuelta, pues, a fojas cero.

Y lo mismo, o cosas parecidas, ocurre respecto de las demás materias objeto de las interrogantes enunciadas más arriba.

Por un momento, entonces, la educación brilló como fuegos de artificio sobre el cielo de la Patria, se propusieron innumerables reformas, se promovió la idea de que se produciría un verdadero cambio de paradigma y, como producto directo e inmediato de esto, las oportunidades de aprender se distribuirían más equitativamente y la sociedad se volvería más justa.

Desde aquel momento refundacional hasta ahora han pasado muchas cosas: cambió la autoridad ministerial y parte de sus equipos, se prepararon numerosos proyectos de ley y se aprobaron algunos, hubo zigzags y confusiones, Además se modificó el contexto político dentro del cual se desenvuelve la educación. La Presidenta perdió su popularidad, el gobierno es evaluado críticamente por gran parte de la población, la reforma educacional es percibida desfavorablemente por la mayoría, la ministra del ramo goza de un apoyo apenas mediocre y la situación económica del país se ha deteriorado, perdiendo dinamismo.

También la educación ha experimentado un clarísimo descenso en la valoración pública.

Hay más confusión y no menos respecto de su importancia, calidad, relevancia y efectividad. Los resultados del aprendizaje no están mejorando; al contrario. La inversión educativa ha aumentado, tal como había venido ocurriendo bajo los sucesivos gobiernos desde 1990. Las leyes aprobadas no despiertan especial entusiasmo y su implementación parece desenvolverse tras un velo de ignorancia.

De verdad, nadie sabe si han causado algún cambio significativo o no. Favorable o no. No parece haber más justicia ni una mejor calidad educacionales. La burocracia se halla más presente en la superficie del sistema, pero eso no conduce a ganancias de desempeño y en resultados si no a mayores trabas y controles.

Lo ocurrido con la educación superior no es distinto; incluso, puede decirse que el panorama es más desalentador. El sistema está revuelto, dividido e incierto. No sabe hacia dónde moverse ni percibe una política coherente, una agenda definida y una carta de navegación bien establecida.

Hay más ruido y menos sustancia por lo que toca a la anunciada reforma de la educación superior, la cual no termina siquiera por articularse inteligiblemente. Es como un blanco móvil, al cual nunca se puede apuntar. La gratuidad universal -pieza clave de esta reforma- terminó como tenía que terminar: not with a bang but with a whimper, no con un estallido sino con un quejido, parafraseando al poeta. Se desplomó por inviabilidad y no por oposición. Y concluyó sepultada en una glosa presupuestaria, condenada a permanecer en el limbo.

Así ha ido quedando atrás la reforma educacional que un día fue proclamada como la madre de todas las batallas para la refundación estructural de la sociedad. Fue levantada como un nuevo modelo que anticipa un mundo desmercantilizado y un retorno de la universidad a sus raíces medievales de amor por la ciencia y de alejamiento de todo lucro.

Toda esa retórica aparece ahora, retrospectivamente, como extremadamente ingenua, mientras que su materialización en proyectos y medidas –cuando existen– no representa un real cambio del sistema sino, apenas, un retoque superficial del mismo. Al mismo tiempo, crece la sensación de oportunidad perdida, de tiempo mal usado, de diseño mal hecho, de gestión mal llevada y de recursos malgastados.

En suma, la educación -que en este relato debía ser la reina- ha pasado a ser una obra inconclusa, una tarea negativamente evaluada y una ilusión desperdiciada. 

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