Camino hacia la intrascendencia
LA FALTA de capacidad innovativa caracteriza el liderazgo y la gestión del gobierno en la etapa final de su mandato. Se ha vuelto extraordinariamente conservador en la conformación de sus equipos humanos. Contempla con resignación el devenir de la cosa pública. Y no consigue adaptarse a un medio local cambiante y a las turbulencias del mundo global.
Actúa como si no estuviese a cargo del timón, si no conducida por las fuerzas ciegas de la historia. Percibe próximo su fin y no cree tener nada nuevo que aprender, hacer o experimentar.
No le interesa tener un gabinete con perfil ni secretarios de Estado que se destaquen. ¡Al contrario! El comité político de La Moneda, cuyos traspiés más recientes son innegables, es ungido por la Presidenta, quien declara está “funcionando extraordinariamente bien”.
Todo esto en medio de un cuadro político global caracterizado por un aparente cambio de marea: desde el optimismo respecto a las potencialidades de un orden global abierto y democrático hacia un pesimismo que prefiere el control autoritario, los muros y cierres, las jerarquías rígidas y la política del resentimiento popular.
¿Qué piensa el gobierno de ese cuadro emergente? ¿De la nueva fase en que parece ingresar el capitalismo a nivel mundial? ¿Y de las tribulaciones de la democracia representativa?
Difícil saberlo. La comunicación del gobierno es débil y exhibe fallas desde temprano. Al comienzo se subordinó al carisma presidencial y a la verticalidad un programa que debía ordenar la gestión gubernamental. Tan pronto se debilitó el carisma y el programa desbordó la conducción presidencial, el gobierno quedó como suspendido en el vacío. Extravió la palabra y dejó de hacer sentido. Hasta ahora no logra definir una agenda y sus prioridades.
El vacío comunicacional generado por la administración Bachelet va llenándose con la más novedosa y mediáticamente atractiva carrera presidencial. Y el gobierno, en vez de salir al frente, fortalecer sus equipos, adoptar una agenda para el tiempo final, imprimir conducción a sus actuaciones y generar orientaciones para la Nueva Mayoría y la ciudadanía, aparece sumido en una suerte de conformismo pasivo, sin ideas ni coherencia.
Paradojalmente, el momento político y cultural internacional crea favorables oportunidades comunicativas para el gobierno, aunque éste apenas las aprovecha debido a su conservadurismo, fatiga y resignación.
Por ejemplo, podría levantar enérgicamente -pero solo lo hizo tímidamente la Presidenta en Lima en días pasados- la defensa de un orden global abierto al comercio, la movilidad internacional de personas e ideas, el pluralismo de visiones de mundo y valores. Y, a la vez, reforzar un discurso de gobernanza internacional democrática con mayor colaboración y equidad.
O bien, podría adoptar una voz más enérgica frente a los riesgos del populismo, explicando al país la necesidad de preservar las formas y procedimientos democráticos. Es decir, la necesidad de deliberar en público, de asumir responsabilidades personales y colectivas, de construir acuerdos y respetar el pluralismo y la diversidad. La falta de comunicación cultural más profunda de ideas e ideales ha desgastado al gobierno. Y éste no parece estar en condiciones de recuperar su gravitación.
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