Fin de una ilusión
Juan de Dios Vial: “Chile no está tan mal, como en los años horribilis , según dice en latín este libro. Hay una conciencia crítica que se vive por todas partes; inclusive, quizá desde dentro del Gobierno, aunque nadie se atreva del todo a tirar la primera piedra, quizá en un gesto de legítimo pudor…”
Descubro otro mérito suyo en el orden estrictamente intelectual. Me parece notable cómo Brunner ejerce su saber sociológico. Su libertad de pensamiento, su libertad académica, que no lo encierra en la pedantería, aunque le acarree un cierto desorden que, no lo niego, hasta puede resultar atractivo en tanto le acerca a la novela y al periodismo.
La sociología que aquí se ejerce, emancipada del marxismo, puede trabajar libremente tanto con Maquiavelo como con Weber y Simmel. E, inclusive, acoger una dramática pregunta de Max Weber: “El proceso de exclusión de lo mágico que ha existido durante milenios en la cultura occidental, o sea el ‘progreso’ en el que la ciencia se incluye como fuerza impulsora, plantea la cuestión de si todo esto tiene otro sentido además del puramente práctico y técnico”.
Cuando leí en sus primeras páginas una breve alusión a Joyce, me asaltó una idea que fue creciendo con la lectura del libro: aquí estamos ante un “monólogo interior”, que no transcurre en un día en Dublín, como en el gran libro de Joyce, sino en los dos años del gobierno de la señora Bachelet en Chile. En el subtítulo de la obra todo queda dicho: es “el fin de una ilusión”. El fin de un programa político mal pensado y peor realizado.
Esto ya no parece tener vuelta que darle. Que la educación es política pública de primera prioridad no es cosa que descubrieran los pingüinos, que ni tienen la menor idea de cómo hacerla. La deficiencia de nuestro sistema educativo no es tampoco un triste privilegio de los chilenos, sino de todo el mundo. Y no es producto de una crisis que provoque el desarrollo técnico o el desarrollo social de la humanidad, sino que tiene razones bastante más profundas, relacionadas con lo que el ser humano significa.
Tomar conciencia de lo que es la educación supone, en efecto, comprender primero quién es el hombre y cómo gesta su destino. Y llevar a cabo, enseguida, la más alta empresa que una nación puede emprender consigo misma en el orden del tiempo. Obviamente, no se realiza de la noche a la mañana con solo abrir las ventanas para oír el vocerío de la calle. Como magna empresa que es, tampoco se realiza sin grandes recursos económicos. Y estos no se obtienen sino mediante la acción productiva armoniosa de empresa y sindicato, en un régimen económico justo. Una reforma del sistema educativo de la nación con soportes sociales y financieros duraderos no se improvisa demagógicamente.
A nadie puede culparse por tener ilusiones; despojaríamos a la adolescencia de uno de sus más gratos aromas. Pero cuando se las ha cultivado a distancia, a partir de la simpatía artificial que procuran las encuestas favorables, el voto de la soberanía popular o la experiencia burocrática de los organismos internacionales, puede tornarse una gran mentira disfrazada de “revolución”, “cambio de paradigma”, “malestar”.
Una cosa que se piensa mal y se realiza peor es el fin de la ilusión. Pero el reconocimiento de este fin solo toma sentido como momento catártico de una nueva decisión que, ciertamente, no es lo que el libro de Brunner propone, sino más bien a lo que llama a quienes comprendan su testimonio.
Estamos, pues, en la hora de recoger los despojos del naufragio -lo que está a salvo- para emprender otra navegación. Me parece justo recordar, a esta altura, algunas cosas sencillas y significativas que invitan a ello.
Chile no está tan mal, como en los años horribilis , según dice en latín este libro. Hay una conciencia crítica que se vive por todas partes; inclusive, quizá desde dentro del Gobierno, aunque nadie se atreva del todo a tirar la primera piedra, quizá en un gesto de legítimo pudor. El horizonte de América Latina parece despejarse. ¿Se le estará espantando la borrachera? La violencia en las calles quizá no sea sino la aterrada contrapartida de esas posibilidades. El vituperio universal de instituciones y personas tiene mucho de injusto, de vengativo; sus razones están más cerca de la contabilidad que de una ética verdadera.
No obstante, no hay que ignorar algo: corre también en diversos lugares de la patria, no del todo a la vista, quizá, un aire fresco de encuentro, racionalidad, civilidad. Aparecen nuevos entendimientos, nuevas figuras, nuevas esperanzas, para reemplazar el hastío, la fatiga, la decepción. Hay que escuchar estos latidos. Hay que despertar de la pesadilla.
Juan de Dios Vial Larraín
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