Sin duda, la política está repleta de situaciones de esa naturaleza y muchas de sus dinámicas -por ejemplo, al interior de los partidos- se comportan así. Pero reducir todas las complejas dimensiones de la polis nada más que a un suerte de guerrilla oligárquica por prebendas no hace justicia ni a la democracia ni a los aspectos de ideas o ideológicos involucrados en toda lucha política.
I
Un buen ejemplo de lo dicho lo proporciona el estado de la Nueva Mayoría (NM) durante los últimos días del año 2015 y primeros del 2016. Efectivamente, en vez de hacer frente al país un balance del año que terminó y aclarar ante la opinión pública sus planes y compromisos para el año que comienza, los partidos de la NM y el conglomerado como tal se hallan envueltos en un verdadero torbellino de mundanas querellas intramuros.
Al interior del equipo político se produjo un quiebre momentáneo entre el jefe del gabinete -el ministro del Interior- y la Presidenta de la República que amenazó con provocar la caída de aquel y una crisis ministerial de proporciones. El manejo público-comunicacional de la situación no pudo ser peor. Al final, la Presidenta resultó dañada en su imagen y credibilidad y el ministro afectado confirmó que su figura es prescindible en una delicada operación presidencial en el campo de la seguridad que justamente compete a su cartera. De paso, el comité político de La Moneda -cuya coherencia y peso político hace rato está en duda- volvió a desaparecer.
Pero esta semi-crisis no concluyó ahí. Puso al desnudo, además, un conflicto entre el ministerio del Interior y el ‘segundo piso’, una suerte de mini-gabinete en las sombras que trabaja con la máxima cercanía alrededor de la Presidenta. La coexistencia de los ministros que tienen sede dentro de La Moneda con la estructura del ‘segundo piso’ nunca ha sido fácil, pues entraña una serie de tensiones en cuanto al libre acceso a la persona del Presidente, a la organización de las vocerías presidenciales, a otras decisiones sobre la comunicación del gobierno, a la formación del discurso presidencial y el relato gubernamental, al manejo de las encuestas contratadas por la Presidencia, a la agenda de los Presidentes e, incluso, en torno al peso relativo de diferentes actores respecto de decisiones clave de la conducta presidencial o sobre políticas públicas. En el actual gobierno se ha vuelto aparente que esas tensiones han ido acumulando y creciendo en intensidad, sin que la Presidenta haya podido o querido resolverlas.
La anterior disputa no ocurre en un vacío, sin embargo. Compromete de inmediato a los partidos de los cuales forman parte los involucrados en la querella. Cada uno se moviliza prontamente en defensa de su pieza amenazada sobre este tablero de ajedrez, como hizo el PDC en relación a ‘su’ ministro del Interior y el PS en función de quién actúa como jefa del ‘segundo piso’. Entre bastidores se mueven también los demás partidos tomando posición y reforzando sus relaciones dentro de las redes comprometidas en la primera línea del juego. Hoy por ti, mañana por mí.
Además, durante las últimas semanas han aflorado a la superficie una serie de otras tensiones entre los partidos de la NM, algunas vinculadas a las negociaciones en curso para establecer las alianzas y listas en preparación de las próximas elecciones municipales y otras a la lucha interna -dentro de la administración Bachelet- en torno a la orientación y el control de proyectos clave de reforma, como ocurrió en el caso de la glosa y luego ley corta de gratuidad y está sucediendo ahora en los casos de la reforma laboral, el proyecto de interrupción voluntaria del embarazo en tres causales y, más en sordina, respecto de las primeras fases del proceso constituyente.
Incluso, las tensiones entre partidos de la coalición o dentro del gobierno hacen frecuentemente aparecer pugnas al interior de los partidos, como ha sucedido prácticamente en todas las colectividades que apoyan a la actual administración Bachelet; con especial visibilidad ahora último en los casos del PPD, el PDC y el PS, en ese orden.
Hasta aquí todo todo parece confirmar la sociología del alemán Robert Michels quien estudió extensamente al partido socialdemócrata de su país a inicios del siglo 20, concluyendo que los partidos -por necesarios que fueran en las democracias de masas- exhibían en general una tendencia inexorable a la formación de oligarquías y a la disputa por cargos burocráticos. La ley sociológica fundamental, escribe, puede formularse más o menos así: “La organización es lo que da origen a la dominación de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegantes. Quien dice organización dice oligarquía”.
La lucha entre partidos es entonces esencialmente lucha entre élites y la elección de representantes para el gobierno del Estado es esencialmente lucha entre élites u oligarquías que compiten entre sí. Tal sería una de las dimensiones fundamentales de la democracia: reclutamiento competitivo de una élite política conformada por profesionales y técnicos que luego ocupan cargos estratégicos en el gobierno, el parlamento y la burocracia del Estado, creando las redes por donde circula el poder y se estructuran las posiciones de mando de la polis.
II
Sin duda esa dimensión existe, es una parte inseparable de la política, pero no es el todo. Falta ahí, entre aquel juego de apetitos e intereses y de fuerzas relativamente utilitarias en torno al poder, la dimensión ideacional o cognitiva -de ideas, ideales, conocimientos y proyectos- que forma el otro aspecto de la política.
A fin de cuentas, tanto los partidos que integran la NM como la coalición en su conjunto no son puramente una constelación de intereses individuales egoístas, asociaciones de poder y pretensiones de intercambio de influencia burocrática en la continua circulación y alternancia de las élites políticas. Son eso y, al mismo tiempo, grupos de ideas e ideales compartidos, experiencias de identidad, trayectorias histórico-culturales, comunidades de prácticas y de conocimiento, visiones de mundo, agrupaciones de creencias y de deseos de crear, mantener o transformar un orden simbólico.
Puede ser que la crisis que hoy vive la esfera política democrática en Chile, similar a aquella en otras partes del mundo, lleve a olvidar esta dimensión -la que también podemos llamar moral o de construcción de imágenes de una ‘buena sociedad’- que es también inseparable de la política.
Pero qué duda cabe: la Concertación y sus partidos, y en medida no todavía suficientemente probada, también la NM y los suyos, representan -cada una con diferentes profundidades- un factor cultural de la sociedad chilena, unas tradiciones, una historia plural de doctrinas y programas, de intelectuales públicos y articuladores de discursos, unas narraciones retrospectivas con sus leyendas y mitos.
Nadie entra a militar por primera vez en un partido, o se interesa tempranamente por la política, pensando exclusivamente en la sociología de Michels, en oligarquías partidarias, circulación de élites y los temas realistas propios del momento maquiavélico. Uno ingresa a esta esfera por creencias, valores, por una vocación social, por un compromiso con la historia, por una socialización previa, por lecturas y conversaciones, por ideas e ideales.
Recuerdo bien mi propia pasión, ya en la enseñanza secundaria, por asistir a sesiones del Congreso a escuchar discursos de algunos senadores y diputados y coleccionar los boletines impresos de ambas cámaras. Imagino que iba allí por interés en el choque de ideas, las retóricas políticas, las idealizaciones del poder, la intelectualización de la lucha de intereses, su racionalización bajo la forma de expresiones simbólicas.
Más tarde leí con especial interés el libro de Sergio Guilisasti Tagle sobre las doctrinas de los principales partidos. Y cuando comencé a militar en el Mapu no fue para compartir con otros una carrera burocrática hacia el poder (la política como profesión) si no para participar generacionalmente en un proyecto de transformación del país, hacer avanzar unos ideales que la historia se encargaría de transformar y llegado, el momento, para luchar contra la dictadura.
Basta nada más un conocimiento superficial de la historia del país durante el siglo XX para apreciar el notable papel que el horizonte de ideas -¡especialmente éste!- desempeñó en el caso chileno, notablemente a partir de los años 1960: socialcristianismo, comunitarismo, Concilio Vaticano II, teología de la liberación, marxismo en sus versiones socialista y comunista, desarrollismo,, teorías del centro-periferia y la modernización, propuestas revolucionarias armadas, doctrina de la seguridad nacional, neoliberalismo y gremialismo-autoritario, y posteriormente las ideas de la renovación socialista, la socialdemocracia, el liberalismo democrático, el neocomunitarismo, las corrientes antisistémicas, ecológicas, progresistas, posmodernas, etc.
La política nacional -contrariamente a lo que suele pensarse y con independencia de la mayor superficialidad o profundidad de estos procesos- ha sido extraordinariamente influida por el choque de ideas, la presencia de ideólogos, el papel de académicos e intelectuales y la comunicación, importación, adaptación y difusión de ideas en la esfera de la comunicación y valoración de concepciones de mundo y la elaboración de diseños ideológicos. Es probablemente una característica distintiva del proceso político chileno que nunca ha dejado ser cierto que las ideas importan (ideas matter).
III
Y claro, como es bien sabido, las ideas terminan sirviendo una multiplicidad de propósitos y no permanecen indefinidamente en el plano etéreo. Llega el momento en que buscan aplicarse, entran en contacto con la realidad, se convierten en propuestas de valor, son intercambiadas y utilizadas, se confunden con intereses y sirven para las luchas del poder, de posiciones, prestigios e influencias. Igual como ingresan también en los circuitos de producción, se transforman en innovaciones, en generación de riquezas, en capital político y compiten lucrativamente en los mercados.
Si volvemos atrás a los conflictos y querellas de la última semana y aún más atrás en el pasado, luchas que parecían transcurrir en una sola dimensión -la de Michels, las oligarquías partidarias y los intercambios burocráticos del poder- aparecen ahora, a la luz del enfoque cultural de la política que acabamos de presentar someramente, como batallas de dos caras, donde la segunda de ellas mira hacia el horizonte de ideas e ideologías. Se vuelve evidente que no sólo de pan y cargos vive la política sino también de palabras, ideas, discursos y símbolos.
En efecto, cada una de tales querellas del poder -por intrascendente e interesada o mundana que nos pueda parecer- pronto revela su otra cara, ideológica-cultural, que la vincula y enmarca con las guerras simbólicas, de ideas, que se libran al interior del gobierno entre los sectores rupturista y reformista y, dentro de la NM, entre los partidos y sus diferentes visiones ideales de la sociedad y el mundo.
Como hemos venido observando a lo largo de los últimos meses en este mismo espacio, se vuelve aparente entonces la escisión ideológica entre la tradición concertacionista y el revisionismo rupturista de la NM, entre el ‘polo progresista’ siempre latente (ahora ampliado con el PC) y la DC, entre un sector tecnocrático y de technopols con inclinaciones modernizantes y de tercera vía socialdemócrata y otro más ortodoxo, proclive al estatismo, menos liberal y desconfiado cultural e ideológicamente de las corrientes de la modernidad y la globalización.
Tales pugnas al interior de la coalición vienen de muy atrás y posiblemente sus primeros antecedentes podría uno encontrarlos veladamente ya al comienzo de la transición para luego hacerse abiertamente manifiestos durante la última parte del gobierno del Presidente Frei, momento en que empiezan a articularse formalmente los discursos autocomplaciente y autoflagelante, el primero a través del documento titulado “La fuerza de nuestras ideas” y el segundo bajo el nombre de “La gente tiene la razón”. Además, hubo un tercer documento al que no se le ha dado la debida importancia, que se llamó “La gente quiere cambios”, suscrito por un grupo político-intelectual de izquierda más allá de la Concertación.
El propio Frei se hizo cargo, en su mensaje a la nación del 21 de mayo de 1998, de poner sobre la mesa los elementos de trasfondo de ese debate que hasta hoy se mantiene vivo en el terreno de las ideas y las políticas públicas al interior de la NM. Dijo en aquella oportunidad:
“Yo sé que muchas veces el ánimo nacional fluctúa entre la exaltación y el malestar y con qué velocidad pasa de un lado a otro. Tal vez, en parte eso se debe a las desigualdades que aún persisten en nuestra sociedad. En parte, también, a la inquietud que genera toda época de acelerado cambio como ésta en que vivimos. Porque el cambio, a la par que crea oportunidades, provoca también desasosiego. Las expectativas de la población aumentan más rápido que sus ingresos. Hay familias que, a pesar de su duro trabajo, temen quedar excluidas del progreso. Los pequeños y medianos empresarios resienten los efectos de una competencia cada vez más intensa. Las personas, hoy conscientes de sus derechos, reaccionan cuando son tratadas injustamente o con falta de respeto por su dignidad. Los mayores de edad ven desaparecer algunas de sus tradiciones más queridas. El conjunto de la sociedad, al percibir el impacto del cambio, siente como si el terreno se moviera bajo sus pies. En fin, todos somos presa de la incertidumbre que acompaña a lo nuevo cuando está por nacer. Sabemos que el cambio nunca es fácil. Pero tenemos que elegir: o seguimos adelante con el proceso de desarrollo del país, que nos impone aceptar mayores transformaciones aún, o dejamos que el futuro pase de largo a nuestro lado. ¡No hay una tercera opción!” (Frei, 21 de mayo de 1998).
Regresemos al día de hoy. Usando un lenguaje gramsciano, el PC es seguramente el partido que dentro de la NM ha reconocido con más lucidez y franqueza la naturaleza de este debate en la actualidad, al señalar en un documento preparatorio del XXV Congreso del Partido (que se efectuará en marzo 2016) que “también al interior de la Nueva Mayoría hay una disputa ideológica-política de mayor calado por la direccionalidad del proceso. La disputa por la hegemonía de la dirección del proceso se ha agudizado al interior de la Nueva Mayoría”, se lee allí, diagnóstico que hemos venido sosteniendo aquí semanalmente -y comprobando con la evidencia de los hechos- desde el último trimestre de 2014.
Más recientemente en un comentario sobre el momento político del 29 de diciembre del 2015, en el diario del partido El Siglo, se señala que: “situaciones peligrosas se vivieron en el país y que apuntaron a que no se cumpliera con el programa de reformas de positivo impacto social. Por instantes pareciera que corre peligro el cumplimiento cabal del programa de Gobierno que fue elaborado e impulsado por la Nueva Mayoría, y que recibió el respaldo de la ciudadanía en las pasadas elecciones presidenciales y parlamentarias”.
Y a continuación el comentario agrega: “Esto no termina, porque seguirán las maniobras para desvirtuar todo lo relacionado con gratuidad en educación superior; para impedir el restablecimiento de derechos y buenas relaciones en el mundo laboral; para torpedear la reforma de desmunicipalización de la educación; para parar la iniciativa de interrupción voluntaria del embarazo en tres causales; para hacer abortar algunos contenidos de los proyectos relacionados con probidad y financiamiento de la política que apuntan a elevar las sanciones a quienes incurran en delitos en este ámbito. También habrá fuertes acciones para golpear el proceso constituyente e intentar frustrar el arribo a una nueva Constitución. […] En definitiva, en estos meses se viven situaciones sensibles producto del choque que se produce entre los sectores progresistas que impulsan reformas y cambios, y los sectores conservadores que impiden el avance de las transformaciones. Los primeros quieren un país diferente, los segundos quieren el país congelado”.
IV
Para concluir, puede decirse entonces que la lucha de poder en torno a las ideas en el seno de la NM se sitúa en tres planos que la politóloga, profesora de la Universidad de Boston, Vivien Ann Schmidt denomina (i) del poder a través de las ideas, al que nos hemos venido refiriendo hasta aquí; (ii) del poder sobre las ideas y (iii) del poder en las ideas.
Por ejemplo, los programas de los sucesivos gobiernos de la Concertación representaban el poder del sector mayoritario, típicamente reformista, modernizante, de inspiración autocomplaciente dicho en lenguaje de los años 1990, mientras que el Programa de la administración Bachelet-dos refleja un cambio de marea en el sentido de las cosas y la dirección de las políticas, apuntando hacia una hegemonía del espíritu autoflagelante y de posturas refundacionales que buscan ser implementadas mediante un estilo político rupturista y de cambio de paradigma en el campo de las políticas públicas.
En ese caso el poder ideacional -cognitivo y normativo- se materializa principalmente a nivel de la actuación programática del gobierno, del contenido de las reformas, de los discursos que acompañan la acción y la narrativa que la élite gubernamental construye para comunicarse con la sociedad. Es un momento eminentemente persuasivo del poder ideacional.
Esta hegemonía elaborada a través de las ideas, ideológicamente, se encuentra comprometida ahora, debilitada y cuestionada, por una mala gestión política y una mediocre actuación e implementación gubernamentales de las políticas de reforma de la administración Bachelet. Como previene el PC, hoy está en disputa, y esa disputa es esencialmente por ideas (por encrucijadas, como dice por ahí don Quijote) y no por ínsulas (cargos y prebendas). Parte importante de las tensiones entre partidos de la NM y dentro de ellos, y en su entorno tecno-político y cultural, tiene que ver precisamente con tensiones ideacionales, con disputas del poder simbólico, con diferendos programáticos.
Se expresa también en el segundo plano indicado más arriba al que se refiere V. A. Schmidt, el plano del poder ejercido sobre las ideas, donde lo que un grupo (dominante) busca es controlar las posiciones institucionales y las ventajas estructurales que le permiten imponer sus ideas (su hegemonía) e impedir a los grupos contendientes aumentar su poder a través de las ideas. Esta es por tanto una lucha por las bases materiales de la producción y comunicación de ideas; por el control de los medios ideacionales desde los cuales administrar el flujo de ideas, información y conocimiento.
Sin duda, el bloque rupturista o refundacional de la NM -y las corrientes de pensamiento crítico- radical que lo han precedido y ayudado a conformarse- ha logrado importantes progresos en este terreno, ganando posiciones en la academia, medios de comunicación electrónica, prensa investigativa, editoriales, redes sociales e incluso en medios masivos de comunicación, en nichos informativos transformados en instancias de poder sobre la circulación y difusión de ideas. Esos nichos tienen la función de pautar la información entregada por otros medios (dar reglas o determinar el modo de ejecutar una acción; rayar la cancha, como se dice vulgarmente); la de sentar estándares normativos para evaluar hechos (por ejemplo, el rol de juez moral frente a los escándalos, que a ratos es más potente incluso que el papel de los fiscales en perseguirlos acusatoriamente) o la función de excluir o ridiculizar enunciados adversarios, de modo de restarles valor o hacerlos aparecer como ‘indecibles’ (que no se pueden decir o explicar), a la manera de lo que ocurrió, por ejemplo, con la disputa sobre el lucro en la educación, tópico que logró ser transformado en tabú y desterrado del debate.
Por último, señala Schmidt, se disputa el poder ideacional en las ideas, que consiste en dotar a algunas de ellas de autoridad suficiente para enmarcar u ordenar el campo de debate mientras otras ni siquiera pueden acceder con legitimidad a aquel. En este tercer plano operan las ideas, juicios y pre-juicios de trasfondo a partir de los cuales se construyen los discursos de políticas públicas, proporcionándoles un andamiaje ideológico invisible -de supuestos, principios y fundamentos- que determina el campo de enunciados posibles, atendibles o preferibles.
Son pues las ideas que se transforman en poder y funcionan en el trasfondo como una verdadera matriz ideacional. Por ejemplo, los sectores críticos dentro de la Concertación y luego en la NM han mantenido desde los años 1990 una lucha contra lo que llaman el ‘pensamiento único’, que sería la ideología del neoliberalismo convertida en poder determinante, casi monopólico, en el trasfondo de la disciplina de la economía política. Por este concepto habría estado presente también en los grupos tecnocráticos de la Concertación, en particular aquellos que se hicieron cargo, sucesivamente, del ministerio de Hacienda.
Hoy, en cambio, buscan poner poder (ideacional) en las ideas socialdemócratas más ortodoxas, como identificar, por ejemplo, derechos sociales garantizados con provisión gratuita del correspondiente servicio, que deberían operar siempre, necesariamente, fuera del mercado. O bien, se pone poder en la idea de la asamblea constituyente al punto de transformarla en la única expresión realmente democrática de la soberanía popular y por ende el único camino para aprobar una nueva constitución.
En breve, si la política chilena parece hoy navegar en una zona de turbulencias, con crisis de conducción (gobernabilidad) y tensiones entre y dentro de los partidos de la NM (hegemonía), es porque efectivamente han arreciado las disputas en la dimensión micheliana de lucha de posiciones entre oligarquías incumbentes y contendientes, con su promesa asociada de cargos y prebendas para los victoriosos, pero adicionalmente -y yo sostengo, sobre todo- en la dimensión gramsciana de la hegemonía; es decir, del poder ideacional, simbólico, cultural. En juego está en esta última dimensión la lucha por el poder a través de las ideas, sobre las ideas y en las ideas, aspectos que representan tres momentos distintos del poder simbólico, en sus expresiones cognitivas y normativas.
Sin que los propios actores seamos conscientes a veces, somos parte pues de unas batallas y tensiones y contradicciones que si bien aparecen nada más como lucha por la materia bruta de que está hecha la política -cargos, recursos, intercambios, beneficios y privilegios- en realidad son manifestaciones de una disputa por el poder de las ideas y las ideologías que, en última instancia, determinan el rumbo de la nación.
José Joaquín Brunner, Foro Líbero.
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