Digámoslo de inmediato: la intervención del ministro Eyzaguirre no logró su objetivo pero, en cambio, profundiza la imagen de un gobierno superado por las fuerzas que él mismo desencadenó.
I
Cuando dirigentes políticos, analistas, columnistas, intérpretes de encuestas, personal de los media y otros creadores o transmisores de opinión declaran que el clima está crispado -es decir, irritable, exasperado- frecuentemente se detienen ahí. Pero, ¿qué significa un ‘clima’? ¿Quiénes lo constituyen? ¿Cómo se expresa? ¿Dónde reside? ¿Cuándo se modifica y cambia? ¿Y en qué consisten la ‘crispación’ y los demás estados que se dice lo acompañan, como son malestares, enojos, frustración, desilusión y pérdida de fe y entusiasmo?
Pues bien, veamos. ‘Clima’, en el idioma de la TV, la prensa y los movilizadores de opinión, equivale a un ‘ambiente’. Algo que, como un aire o atmósfera, rodea un cuerpo; el cuerpo de la política o el cuerpo social. El diccionario dice: “Condiciones o circunstancias físicas, sociales, económicas, etc., de un lugar, de una reunión, de una colectividad o de una época”. Bastante próximo al sentido con que se emplea el término en nuestra ciudad letrada u opinante.
Habitualmente, refiérese a un fenómeno de doble cara. Por un lado, a las condiciones atmosférica y el aire que respiran las élites; su estado de ánimo, grados de confianza entre ellas y con respecto a las instituciones, la política y las políticas. Por otro lado, al medio ambiente, las circunstancias culturales, socioemocionales incluso, en que se desenvuelve la opinión pública encuestada, aquella que se consulta y expresa a través de los sondeos de opinión y se constituye por la interpretación de los analistas.
¿Son éstas acaso dos caras de un mismo fenómeno o fenómenos distintos que muestran un mismo semblante? ¿Cuáles son los canales de comunicación entre uno y otro ambiente? ¿Cuál manda y cómo? ¿Qué secretas afinidades existen entre la atmósfera que rodea a las élites en las alturas y el ambiente del estado llano? ¿Hay correspondencia entre los zorros de arriba y los zorros de abajo, parafreseando el título de aquella maravillosa novela póstuma del peruano José María Arguedas?
II
Partamos por los aires de altura donde moran las élites, en su reducido número y variedad. ¿Cuál es el ‘clima’ que las envuelve y que ellas contribuyen a crear y reproducir?
Tratándose de grupos sociales selectos, las élites tienen una amplia exposición a través de los medios de comunicación; trátese de la élite política, económica, religiosa, académico-intelectual o mediática.
Por ejemplo, es bien sabido que desde el primer día de la actual administración nuestra élite económica manifestó una opinión adversa sobre las reformas del gobierno, las que consideraba técnicamente mal diseñadas y adversas para la inversión, el crecimiento y las ganancias. Su voz está ampliamente representada en la esfera pública, ya sea directamente a través de los dueños o controladores de las empresas (especialmente grandes y medianas) y sus gerentes y directivos, o bien por intermedio de los organismos gremiales del empresariado, los cuerpos técnico-académicos que comparten con el sector empresarial una similar ‘visión del mundo’, perspectivas similares sobre las libertades económicas, los mercados y la cultura del emprendimiento, y los diarios, revistas y páginas especializadas que cubren el campo de la economía.
Su soft power reside precisamente en su capacidad de abstenerse de invertir y, de esa manera, afectar a corto andar la generación de empleo y los niveles salariales golpeando así a las personas y los hogares en los bolsillos y con eso, indirectamente, al gobierno en su popularidad. Allí hay típicamente un ejemplo del vínculo que puede existir entre un estado de ánimo de la élite -económica en este caso- y la opinión pública encuestada. Las creencias de una desencadenan comportamientos que luego afectan a la otra.
Actualmente, lo decíamos, la élite empresarial mira con desconfianza y evalúa negativamente el programa de la Presidenta Bachelet, su manejo y comunicación. Compartió -e hizo de la necesidad virtud- el objetivo de incrementar los impuestos para generar anualmente tres puntos porcentuales del PIB y permitir así al gobierno incrementar el gasto del Estado en provisión de mejores servicios sociales, educación en especial.
De allí en adelante la élite gubernamental y política de la Nueva Mayoría (NM) y la élite económica fueron separándose llevadas por corrientes contrarias. Hubo, precisamente, un desencuentro de ‘climas’, de percepciones; un problema de desajuste de expectativas. Al empresariado y sus círculos técnicos les pareció que el gobierno y la NM se iban por una pendiente puramente ideológica, que usaban un lenguaje refundacional amenazante, que pretendían resolver cualquier problema de la economía y la sociedad con la fórmula “más Estado”. Objetaban el mal manejo de la coyuntura, la improvisación de las políticas y la debilidad de su contraparte gubernamental, el equipo económico presidido por el ministro Arenas. Al gobierno y la NM, en cambio, les pareció que el grupo dirigente económico se erigía en oposición política, se atrincheraba tras un discurso de intereses reaccionarios y pretendía doblegar a la Presidenta y su equipo imponiéndoles un cerco que inmovilizara las reformas votadas y esperadas por el pueblo.
Esta relación contradictoria entre élites económica y política se complicó aún más con dos fenómenos sobrevinientes. Por un lado, el ciclo de escándalos generado por una serie de cortocircuitos entre los negocios y la política, el dinero y la representación, el interés privado y la vocación pública. Por otro lado, la desaceleración de la economía provocada por factores externos y sus efectos en el ámbito nacional y por factores endógenos de la política y su impacto en el ‘clima’ de expectativas económicas.
Estos elementos interactúan de lado y lado y dan lugar a situaciones atmosféricas emergentes, turbulencias, incertidumbres y temores, choques y desconfianzas, divergencias y desencuentros. Es decir, a una onda relativamente larga de inestabilidad medio ambiental –todavía en desarrollo- que impacta tanto sobre los agentes públicos y privados, generando entre ellas una tensión a ratos soterrada, a veces perceptible en la superficie.
Durante las últimas semanas varios ex ministros de Hacienda de los gobiernos de la Concertación, ex presidentes del Banco Central, gerentes-ejecutivos de grandes empresas públicas y del sector privado de prácticamente todas las ramas de la producción, así como prestigiosos economistas del mundo académico y de la consultoría se han pronunciado convergentemente llamando la atención hacia fallas de conducción gubernamental, el débil crecimiento actual y potencial de la economía y la necesidad de revisar reformas ya aprobadas, en elaboración o tramitación, como la reforma tributaria, la reforma laboral, la seguridad, la gratuidad y otras.
Por su parte, el gobierno, acompañado con oscilaciones por la NM, viene buscando desde hace varios meses una fórmula que le permita retomar la conducción del proceso político, recuperar el apoyo o al menos una relativa neutralidad de la opinión pública encuestada y establecer un ‘clima’ de acercamiento y colaboración con la élite económica.
III
Hasta el momento, sin embargo, como hemos visto en anteriores columnas (aquí y aquí), las iniciativas del gobierno han sido confusas cuando no contradictorias. Por ejemplo, la reestructuración del gabinete del mes de mayo pasado pareció apuntar precisamente en la dirección de producir un ‘cambio climático’, modificando la conducción político-económica del gobierno. Luego, la Presidenta, con ocasión de su Mensaje del 21 de mayo, intentó recrear el discurso gubernamental, anunciar medidas simbólico-materiales (como la gratuidad) que remarcaran la impronta progresista de las administración y dotar a ésta de una narrativa para volver a ‘encantar’ a la opinión pública y retomar el tren de la popularidad.
Con posterioridad, ha habido un activo pero contradictorio o zigzaguente despliegue de discursos que buscan darle coherencia a los lemas que el propio gobierno va inventando: segundo tiempo, moderación y gradualismo, realismo sin renuncia, hoja de ruta. Cada intento duró poco sin embargo, pues todos fueron recibidos con sospecha, con interpretaciones encontradas y variadas reinterpretaciones, con falta de entusiasmo o rechazo. Por eso el gobierno no ha logrado organizar un ‘clima’ de trabajo y convivencia entre las fuerzas políticas, propias y de oposición, ni ha podido articular un relato que proyecte su identidad y propósitos y cree una comunicación y conexión más favorables con la sociedad civil y la opinión pública encuestada.
Más bien ha permanecido -y se ha ido reforzando con el tiempo- un fenómeno climático inestable, incierto, de descontento, con variadas modalidades de malestar y un difícil pronóstico para el día siguiente y los meses venideros.
La aparición, en medio de ese ambiente, de una entrevista del domingo pasado del ministro secretario general de la Presidencia en el diario El Mercurio (6.09.2015) –ministro que viene precedido por una desordenada gestión a la cabeza del Mineduc y cuenta con la fama de usar el lenguaje como un instrumento de percusión- es el más reciente intento gubernamental por crear una narrativa que refuerce la credibilidad y otorgue sentido a las acciones emprendidas por la administración Bachelet.
Digámoslo de inmediato: la intervención del ministro Eyzaguirre no logró su objetivo pero, en cambio, profundiza la imagen de un gobierno superado por las fuerzas que él mismo desencadenó. ¿Cuál es la metáfora más adecuada? La del aprendiz de brujo, que el gran sociólogo Norberto Elias explica así: “los seres humanos se enfrentan una y otra vez ante el resultado de sus propias acciones como lo estaba el aprendiz de brujo ante los espíritus que evocó y que, una vez conjurados, escaparon a su control: contemplan con asombro los giros y desarrollos de la corriente histórica de la que ellos mismos forman parte, sin poder controlarla”.
Es exactamente lo que transmite esa comentada entrevista: una sensación de asombro ministerial con los procesos desatados por él y su gobierno (que, vale la pena recordarlo, es el mío también). Vean ustedes lo que dijo Eyzaguirre. De entrada anuncia: “voy a ser muy abierto con ustedes, en términos de lo que estoy pensando y lo que estoy sintiendo”. Un tono adecuadamente confidencial.
Pero también un cierto sentido de la historia y del propio papel en ella: “Decidí hablar porque el país está pasando por un momento muy delicado. Y la expresión más palmaria es que si tú sumas la adhesión que la gente expresa en las encuestas por la coalición y por la oposición, está, en su conjunto, en un nivel más bajo que nunca”. En fin, él está dispuesto a ir al fondo de las cosas: “Hagamos algo bien en profundis”, invita.
Su diagnóstico es que las desigualdades de la cuna y la falta de movilidad social -cuando no se enfrentan adecuadamente- generan tensiones y crean un ambiente, sí, un ‘clima’, exasperante. Dice: “Si en una sociedad hay personas que no tienen posibilidad de movilidad social, porque cayeron en la parte incorrecta de la cancha, y no van a poder nunca meter un gol, eso va generando un resentimiento brutal. Y mucha tensión social, el agrio ambiente en que estamos viviendo. ¿Y qué hacen las élites? Se sobreideologizan; la derecha partió a sus postulados más básicos y la izquierda partió a comprarse atajos que no son realistas”.
La coyuntura, piensa el ministro, está bajo la sombra de una ‘malaise‘ especial; esto es, un paradojal malestar. Vivimos, señala, en tiempos que son “los más prósperos que haya vivido el país desde la belle epoque en 1870. La gente tiene condiciones, proyectos de vida y de consumo que eran impensados. Pero la insatisfacción” agrega, apuntando a la paradoja que caracteriza a la situación, ha crecido “todavía más rápido. Esa es la paradoja. Y lo que termina generando la crisis en la que estamos actualmente es Penta, Soquimich y, lo más grave de todo, Caval”.
¿Qué piensa el ministro Eyzaguirre de su papel clave en el primer tiempo del gobierno, a cargo de la principal reforma de la administración?
Piensa que se le impuso, o aceptó hacerse cargo, de una tarea imposible. En efecto, “En un año dos meses, yo tenía que hacer una nueva carrera docente, reorganizar la educación particular subvencionada, reestructurar la educación pública, y hacer el cambio del financiamiento de la educación superior. Era imposible hacer las cosas bien a ese ritmo”. Modestamente dirá: “Ni Superman puede diseñar técnica y políticamente bien una cantidad de reformas que son complejas y, al mismo tiempo, gestionar bien”.
Como varios críticos reiteramos a lo largo de esos 14 meses -fuego amigo, suele decirse-, el enfoque mismo de esas reformas estaba equivocado. Incluso el ministro lo reconoce, aunque tardíamente, cuando confiesa que “el programa educacional padeció de exceso de ambición […] Ahora, visto en perspectiva, pienso que lo obvio e ideal habría sido definir el marco regulatorio de las instituciones de educación superior y después avanzar en la gratuidad, para haber consensuado los criterios. Pero desgraciadamente sacar tantos proyectos de ley, ¡saqué 10 proyectos!, era imposible”. Es exactamente lo que se propuso al ministro hace más de un año.
Su autocrítica va más lejos, sin embargo, y abarca el conjunto del programa Bachelet. Luego de reconocer que ni siquiera Superman podía tener éxito con tan ambiciosas propuestas, añade: “Pero eso lo percibía también para el conjunto del Gobierno. Vi que claramente estábamos metidos en una vorágine de reformas que no íbamos a ser capaces ni de diseñar apropiadamente, ni de tramitar políticamente, sin provocar excesivos conflictos”. Y remata con esto: “La gestión del Gobierno no ha sido buena, los problemas que tenemos en salud y en seguridad ciudadana son inaceptables. Inaceptables. Hay que mejorarlos sí o sí”. Además, la manía Superman causaba un efecto adicional: “comienzas a descuidar cuestiones del diario vivir que a la gente le producen mucho más malestar y desconfianza. Ese es el realismo sin renuncia”, añade, con un apenas velado guiño hacia Joaquín Lavín.
¿Pero no se había transformado el ministro en paladín del programa y su estricto y veloz cumplimiento mientras ejerció en el Mineduc? ¿Y no usó entonces duros términos para calificar las críticas y atacar a quienes en la sociedad se oponían a sus visiones y proyectos? En su nueva postura reflexiva, Eyzaguirre se explica así: “No tuve la conciencia que hoy tengo de cómo las cosas se estaban crispando. Si pudiera hacerlo distinto, habría sido súper cuidadoso en siempre buscar el consenso”. Confundió el ‘clima’, leyó mal la temperatura ambiente y el deterioro de la ecología de la polis. Como señala en otro momento de la entrevista: “Cuando terminó el gobierno del Presidente Lagos viví 5 años en Estados Unidos. Cuando llegué, me llamaron la atención todas estas protestas sociales, pero no me di cuenta de cómo se había agriado el ambiente. Por familia soy dado a decir cosas altisonantes, un poco pachoteras, y si me hubiera dado cuenta de cómo se estaba descomponiendo el ambiente habría sido más cuidadoso con lo que decía”.
Pero, claro, el realismo sin renuncia trae consigo también otras consecuencias, especialmente para el bloque de gobierno: la Presidenta, los pares del ministro, la dirigencia y parlamentarios de la NM. Todos ellos (y ellas) deben asumir este nuevo espíritu del ministro Eyzaguirre que alguien bautizó como ‘hiperealista’. “Me encantaría”, dice él, “que los nuestros entendieran que las reformas que estamos proponiendo son perfectibles, que hay que dialogarlas con la oposición. Es cierto que gradualizar les genera desconfianza a algunos, porque piensan que es el envoltorio de la renuncia, de la renuncia a la utopía que planteamos”.
Las reacciones del día después de esta confesional y autocrítica entrevista han sido todas acompañadas por un dejo de perplejidad: ¿qué objetivo tuvo el ministro al solicitarla? ¿Estaba el comité político de La Moneda en antecedente de su enfoque y tono? ¿Representa al pensamiento del ‘segundo piso’ y/o de la Presidenta? ¿Viene a fortalecer al bloque reformista dentro de la NM o es un intento por disputar la dirección de éste? ¿O, por el contrario, es el planteamiento de Eyzaguirre un intento de mediar entre ambos bloques -reformista y rupturista-, una especie de paréntesis a la espera de la siguiente jugada del rupturismo y su líder tras bambalinas, el ‘papabile’, el aprendiz de brujo?
IV
Tan abruptas y cambiantes condiciones climáticas y de temperatura -con nubarrones, borrascas y turbulencias incluidas, y una creciente incertidumbre de pronósticos en los ambientes de altura, donde respiran y actúan las élites- han tenido un efecto depresivo sobre la opinión pública, según revelan las encuestas una tras otra, con machacona persistencia. Los aprendices de brujo están preocupados, por tanto, con los zorros de arriba y los zorros de abajo. Más con aquellos que con éstos, pues los principados nuevos suelen sentirse (o ser) débiles frente a los poderes establecidos (o fácticos). Tienen que halagarlos o someterlos, pero no amenazarlos meramente si acaso luego podrán reagruparse y movilizar sus recursos de poder. El florentino decía además: “El que, por lo que a esto toca, no gobierne hábilmente, muy pronto perderá todo lo adquirido, y aun mientras conserve el poder tropezará con multitud de dificultades y de obstáculos”. Amén.
Los aires renovados, para no llamarlos revisionistas, que como la primavera empiezan a respirarse en la montaña, con el aroma autocrítico que le ha conferido el ministro Eyzaguirre -dícese el más cercano a la Presidenta en el plano amistoso- podrían ser una apertura en el tablero de ajedrez político hacia un recentramiento del programa, con un efectivo acotamiento y un realismo que renuncia, si no a la utopía, al menos a implantarla en la tierra antes del final de esta administración. Es una lectura posible. Los astros se habrían alineado y darían paso ahora a una agenda de pocas reformas bien hechas, gestión eficaz de los problemas habituales de salud, educación y seguridad y un manejo cuidadoso de las variables macro y de las condiciones que influyen sobre la inversión, la productividad y el crecimiento.
Es una lectura posible pero nada segura. La NM no concurrirá fácilmente, sin ejercer fuertes resistencias, al realineamiento de los astros ni el sector rupturista ha abandona la utopía de un gobierno/Estado Superman. El PC se adelantó a comunicarlo con claridad meridiana tras su último encuentro de dirigentes del partido, el mismo día que el ministro secretario general de la presidencia daba señales de querer dar un giro de verdad. Por su lado, no habían pasado 36 horas desde el mensaje revisionista de Eyzaguirre cuando su sucesora en el Mineduc dio a conocer una estrategia maximalista en cuanto a fines, medios y plazos para el sector educación.
De modo que el propósito de enmendar transmitido en un momento por el gobierno, el propio gobierno lo desmiente al día siguiente sin siquiera pestañear ni ofrecer una explicación. Tampoco ha aclarado la administración si está dispuesta a buscar o no el equilibrio en las relaciones laborales que el ministro de Hacienda proclamó era imprescindible. Y ronda aún por los corredores del poder la incógnita sobre la futura Constitución Política del Estado, si acaso será entregada a una Asamblea Constituyente, sometida a un proceso deliberativo en cabildos o sujeta a un diseño pedagógico de tipo socrático, ¿Qué será?
Tanta ambigüedad, marcha y contramarcha, sensación de confusión y zigzagueo, buenas intenciones y malas decisiones, problemas de gestión política y de gestión de los asuntos cruciales para la vida cotidiana de la gente, descontento en el seno de las élites y sensación de que nos encontramos atrapados en un berenjenal, actúan sobre la ciudadanía en su expresión de opinión pública encuestada. Ésta manifiesta una verdadera alienación respecto de la élite política y su incapacidad de actuar en conjunto para superar la crisis de conducción y enfrentar el mal clima de expectativas económicas que ha ido cubriendo de grises nubarrones el horizonte. Ha perdido confianza en el gobierno y la oposición, en los partidos y los liderazgos. Se ha retraído, por tanto, negando su aprobación a los que mandan y retirándoles la confianza.
No se trata, hasta ahora, de una rebelión de la opinión pública ni de una movilización contra el gobierno ni de un repudio activo, hostil, hacia la clase dirigente. Más bien, trátase de ‘climas’ de crispación y de exasperación intersubjetivamente compartidos, de un onda fría que recorre nuestras ciudades, de una corriente de ‘malaise‘ como la nombró el ministro Eyzaguirre. En el vocabulario de la salud, los estados de ‘malaise’ reflejan un cierta fatiga, un cansancio, una sensación difusa de no-bienestar; cierto grado de anomia dirían los sociólogos. Constituyen, pues, un síntoma que se debe diagnosticar e interpretar correctamente antes de poder abordarlos.
En Chile venimos diagnosticando malestares de todo tipo desde el año 1997, sin caer en cuenta de su carácter sintomático, diversidad, cambiantes manifestaciones, ciclos de intensificación y alivio, formas de desplazamiento y mitigación. Sin duda hay además capas muy distintas de malestares, desde aquellos que tienen que ver con la época, los malestares con la modernidad, hasta aquellos que tienen que ver concretamente con el mal funcionamiento de los servicios del Estado o con los abusos de los mercados. Cada uno de ellos se expresa -con todos sus pliegues y sutiles distinciones y diferentes motivaciones- a través de las encuestas donde aparecen reducidos a esquemáticas opiniones dicotómicas o a gradaciones tan gruesas como siempre, frecuentemente, a veces, raramente o nunca.
De todos esos malentendidos están hechas las interpretaciones estándar, superficiales, sin mayor reflexión, de las encuestas, interpretaciones al alcance del consumo rápido y la pasajera circulación en las redes sociales, en 140 caracteres, en 60 segundos de pantalla. Es como el fast food de la opinión pública encuestada consumiéndose a sí misma, en una espiral infinita que finalmente marca tendencias y se construye como historia por los cronistas, analistas y expertos en sondeos e imaginarios sociales.
Sobre todo esto habermos de volver en las próximas semanas. Por ahora, el punto que aquí se desea hacer es nada más que este: que bajo ciertas condiciones como las descritas en este ensayo, a una crisis de conducción de las élites y el gobierno se corresponde -por afinidad electiva, diría Max Weber- un clima turbulento en la cúspide de la sociedad y un clima de opinión pública encuestada de múltiples y entremezclados malestares.
¿Podrá el gobierno retomar la conducción, rearticular las fuerzas políticas de la NM, establecer acuerdos transversales y dotar de sentido, de una visión, de una agenda y una carta de navegación al país en esta hora de encrucijadas?
Los próximos meses -antes de terminar el año- servirán para aclarar el ambiente y mostrar cuál será el ‘clima’ que podemos esperar para el 2016.
José Joaquín Brunner, Foro Líbero.
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