Desafíos de la enseñanza: reflexiones de Alfredo prieto Martín
Junio 27, 2015
Publicado por , martes, 16 de junio de 2015

Para cumplir mejor con la misión de transformar a nuestros alumnos, los profesores universitarios

necesitamos profesionalizarnos como docentes


Últimamente suelo empezar los cursos de formación del profesorado con una reflexión sobre ¿Quiénes somos los que participamos en el curso y por qué lo hacemos?
La idea es que los participantes reflexionen sobre sus razones para dedicar su tiempo a este tipo de actividades que les permiten aprender a mejorar esa parte de su oficio para la que la mayoría no han sido formados: la docencia.
Suelo también plantear en la primera parte de la sesión, el enigma de van der Vleuten que consiste en responder a la siguiente pregunta planteada por el catedrático Cees van der Vleuten en su conferencia de aceptación de la Cátedra en Educación Medica de la Universidad de Maastricth. Este enigma se plantea así:  ¿Por qué el profesor universitario de medicina cuando actúa como médico o investigador usa la mejor información disponible en la literatura especializada, y sin embargo, cuando actúa como profesor se deja guiar por la tradición y la intuición personal?
El camino hacia la respuesta pasa por darse cuenta de que en el primer caso, el profesor universitario de medicina se comporta como un profesional responsable de la medicina (expuesto a denuncias por negligencia médica) que usa la mejor información disponible, mientras que en el segundo se comporta como un amateur que ignora (y hasta desprecia) la información publicada en la literatura sobre mejores prácticas en enseñanza y aprendizaje universitarios.
Suelo conducir la discusión para que los participantes se vayan dando cuenta de que la tradición en las universidades de nuestro país es que los profesores universitarios se comporten como profesionales de su especialidad pero no se espera de ellos que apliquen ese mismo nivel de exigencia profesional a su docencia. A veces consigo que se produzca un descubrimiento progresivo de este hecho.
Otras veces se genera un agrio debate sobre la falta de reconocimiento institucional del esfuerzo de los docentes en marcado contraste con el reconocimiento que obtienen los que publican artículos que casi nadie lee o logran financiación para proyectos de investigación u ocupan determinados puestos de gestión académica. También suele discutirse sobre el absurdo procedimiento de que los “incentivos” a la docencia que las universidades concedan indiscriminadamente tanto a los mejores como a los peores profesores.
Otras veces algún participante espabilado que ha leído mi blog profesor 3.0 descubre la conclusión a la primera: la tradición en la universidad es tomarse la docencia como una ocupación secundaria y accesoria que no merece mayor celo profesional y esfuerzo que los mínimos establecidos: cumplir lo que ponga en las guías docentes de las asignaturas, firmar las clases y usar la plataforma de e-learning institucional.
 También es tradición en las universidades de nuestro país tildar de herejes a los innovadores y quemarlos en público para suprimir el disenso y la heterodoxia (por eso Luis Vives no se dejo tentar para venir a enseñar a la Universidad Complutense pues temía a la inquisición y a sus incendiarios métodos para el mantenimiento de la ortodoxia). Todavía hoy en día algunos de estos profesores con mucho apego a la rancia ortodoxia, ignoran la literatura sobre aprendizaje y enseñanza universitaria e incluso se permiten el lujo de despreciar a los escasos compañeros que si intentan usar esa literatura para mejorar su práctica docente.
Es un contraste muy aparente y llamativo que en un ámbito de nuestra actividad (especialidad disciplinar e investigación) los profesores universitarios sigamos los dictados de la mejor evidencia publicada en la literatura y en el otro (docencia) sigamos haciendo lo que nos da la gana. En un caso nos guiamos por la evidencia científica publicada mientras en el otro nos guiamos por aquello que nos sea más cómodo y conveniente.
 Es también muy indicativo que una inmensa mayoría de los profesores universitarios sean tan inconscientes de las limitaciones de su forma de proceder como docentes. Actuar con esta inconsciencia esta tan asumido culturalmente en nuestras facultades que casi nadie se da cuenta de que nuestra forma de enseñar es muy poco profesional y muy desinformada. He podido comprobarlo en repetidas ocasiones como a casi todos los profesores universitarios nos pasa desapercibida esta incongruencia (hasta que alguien nos enfrenta al enigma de van der Vleuten).
 En cualquier caso suelo cerrar la discusión señalando que esta diferencia entre un  comportamiento profesional en la especialidad disciplinar y en la investigación y el comportamiento temerariamente  amateur en la docencia, es una  grave anomalía que debería ser corregida si de verdad quisiésemos mejorar el aprendizaje de los alumnos a los que pretendemos formar.
Después expongo lo que la evidencia científica ha demostrado que es lo mejor para que los alumnos universitarios aprendan (tenemos hasta meta análisis que comparan los resultados de cientos de clases con metodología tradicional pasiva frente a la incorporación de actividad del alumno en las clases). La conclusión de estos estudios es muy clara para los que prefieren no cerrar los ojos ante la evidencia: los métodos activos y los métodos de aprendizaje inverso o flipped learning producen mucho más  y mejor aprendizaje que los métodos tradicionales. La evidencia publicada en las últimas décadas deja claro que el sermón magistral, el monólogo del profesor, no es la mejor forma de enseñar y no es la mejor forma de usar el tiempo en clase (aunque si la más fácil para el profesor que ya se sabe casi de memoria lo que debe recitar para rellenar con monólogo todo el tiempo de clase) o para el que no tiene vergüenza de leerlo del Powerpoint que copio y pego desde alguna fuente.
La literatura sobre el aprendizaje universitario demuestra que existen otras formas de enseñar que producen más aprendizaje y de mayor calidad. El problema es que estas alternativas mejores para el aprendizaje exigen a los acomodados profesores abandonar cómodas rutinas y cambiarlas por métodos que desconocemos y que nos exigirían hacer cambios en nuestros roles, arriesgar y trabajar más. En el fondo a los profesores universitarios no nos da la gana aceptar este hecho científicamente constatado porque su consecuencia lógica inmediata es que tenemos que abandonar nuestra cómoda forma de enseñar y cambiarla radicalmente por otras formas de enseñar que si producirán más aprendizaje pero que nos harán trabajar más.
Ken Bain en su afamado libro estudió la forma de enseñar de una cohorte de profesores que eran reconocidos por sus exalumnos como aquellos que más les habían aportado a su conversión en profesionales exitosos en sus carreras profesionales. El modo de enseñar de estos profesores se apartaba en mucho de los métodos tradicionales. La portada del libro en su edición original en inglés mostraba a un profesor haciendo el pino con una mano. El mensaje es claro los profesores extraordinarios hacen cosas extraordinarias para que sus alumnos trabajen y aprendan. Las Universidades de valencia y Vigo realizaron traducciones del libro para facilitar el acceso del profesorado local a los secretos de la docencia  de los mejores profesores universitarios de Estados Unidos.

What the best college teachers do

No voy a comentar aquí sobre qué es lo que diferencia a los mejores profesores según el libro de Bain (que es lo que el lector inquieto por mejorar deseará saber) pues reventaría el objeto esta entrada que no es otro sino el de usar esas diferencias entre los profesores ordinarios y extraordinarios (descritas en el libro de Bain) para construir un test que te permitirá saber si vas camino de convertirte en uno de los mejores profesores o si por contra, te mantienes en el nivel de mediocridad en el que permanecen tantos profesores universitarios ordinarios que no se preocupan lo suficiente (que debe ser mucho) por mejorar como docentes.
Puedes responder a este test y descubrir si eres un profesor extraordinario en muy poco tiempo (la mitad de los profesores que ya lo han hecho invirtieron un tiempo inferior a cinco minutos en responderlo) y a cambio obtuvieron un gratuito y certero diagnóstico, un oráculo esclarecedor, sobre lo que deberían hacer para orientar su carrera académica hacia la mejora:
¿Qué tal os ha ido con el test?
Suma los puntos de las distintas preguntas según se indica al final del cuestionario. A continuación se explica cómo interpretar la puntuación que hayas obtenido.
De 33 a 40 puntos.  Tal vez la enseñanza no sea lo tuyo. Realmente eres un profesor muy ordinario y un negacionista de la innovación y del EEES. Deberías pensar en: prejubilarte, centrarte en otras actividades que causen menos perjuicio a la juventud universitaria: investigación, política académica (preséntate a rector) o cambiar a otra profesión. Tendrías gran futuro en el lado oscuro de la universidad. Deberías apuntarte al equipo de algún candidato inmovilista a rector con posibilidades de ganar.  Debes reflexionar sobre si la docencia es tu auténtica vocación o prefieres dedicar tus otros talentos a la política académica.
De 25 a 32. Necesitas actualizar tu formación docente con suma urgencia, leer libros sobre docencia universitaria, conocer ideas nuevas sobre
enseñanza, reflexionar sobre lo que quieres que aprendan tus alumnos y probar nuevos métodos didácticos.
De 21 a 24. Eres un buen profesor. Vas por el buen camino para adaptarte a los nuevos métodos de enseñanza en el siglo XXI, busca compañeros con los que puedas trabajar en equipo (team teaching), crea un grupo de innovación, innova y aprende de la experiencia.
De 17 a 20 Tus alumnos son afortunados por tenerte como profesor,  tienes madera de líder en innovación educativa, deberían nombrarte coordinador del grado, tu institución debería aprovecharte como agente del cambio para ser mentor de los compañeros más novatos y coordinador de equipos docentes para así contribuir a su desarrollo profesional.
De 8 a 16 Eres un profesor extraordinario. Muchos de tus alumnos te recordarán como el mejor profesor de su carrera, él que más les hizo cambiar y madurar personal y profesionalmente. Deberías dedicarte a difundir tus extraordinarias prácticas docentes entre tus compañeros. Tienes un gran futuro en la formación del profesorado.
Los que hayan sacado más de 33 puntos deberían dedicarse a otra actividad distinta de la enseñanza. De los que han contestado el cuestionario por ahora no hemos descubierto ningún candidato a rector. Los que saquen 32 o menos deben perseverar para seguir mejorando como profesores.
Aquí van algunas sugerencias al respecto:
Leer algún libro sobre educación universitaria encontrarás sugerencias en La mejor literatura sobre docencia universitaria, esa gran desconocida
Plantearte  innovar y mejorar las metodologías que usas para que tus alumnos aprendan. Puedes encontrar ideas al respecto en Nuevas metodologías de enseñanza y aprendizaje
Compartir ideas con tus compañeros. Hay comunidades de aprendizaje on line para profesores cómo:
o
Seguirme en twitter https://twitter.com/AlfredoPrietoMa . Mi identidad en twitter es @alfredoprietoma mis twetts se refieren a recursos útiles para mejorar la enseñanza.
En mi canal de youtube
Si queremos mejorar el aprendizaje de nuestros alumnos también debemos cambiar radicalmente nuestra forma de evaluar. El seminario sobre evaluación de la Universidad de Harvard estudió la opinión de los alumnos sobre que asignaturas habían sido más eficaces para lograr que aprendieran. Los alumnos de Harvard señalaron que fueron aquellas en las que el sistema de evaluación les permitía recibir feedback  del profesor y utilizarlo para mejorar su aprendizaje. Debemos hacer un cambio real hacia una evaluación adelantada y formativa integrada en las clases para así profundizar la comprensión y el desarrollo de competencias en nuestros alumnos. Debemos reflexionar sobre cuáles son los mejores usos que podemos dar al tiempo de clase para que nuestros alumnos aprendan y se desarrollen (si es que su aprendizaje nos importa).
Para esto debemos arrinconar la falsa idea de que somos excelentes y perfectos. Esa tontería que tantas veces hemos oído en los discursos pronunciados en actos de exaltación académica por autoridades académicas embriagadas por el triunfalismo que más o menos dicen: “Enseñamos fenomenal,  nuestros profesores están excelentemente formados, gracias a nuestros excelentes programas de formación del profesorado.  En fin somos tan excelentes que no hay nada que cambiar. Somos tan buenos que en el ranking tal y cual, hemos quedado fenomenal (por supuesto se omite citar aquellos otros rankings en los que la universidad en cuestión quede fatal).
La realidad es que la comunidad universitaria no debería encomendar su futuro a quienes son capaces de dar tales muestras de desprecio por la realidad, que no es otra sino que es mucho lo que debemos cambiar en nuestra forma de enseñar para así lograr que nuestros alumnos aprendan algo más, se desarrollen algo mejor y quieran seguir matriculándose en nuestras instituciones.
A continuación suelo explicar que los profesores universitarios somos profesionales enfrentados a un gran reto para el que lamentablemente no hemos sido debidamente preparados (por mucho que lo intentemos disimular en nuestros discursos académicos escritos con tinta de calamar y oropel).
 El reto no es otro que el de transformar a nuestros alumnos, ayudarles a desarrollarse, ayudarles a aprender los conocimientos y desarrollar aquellas competencias que les serán necesarias para el ejercicio de los perfiles profesionales propios de su grado y el aprendizaje autónomo en redes profesionales. El gurú de gurús y profesor de profesores de profesores, Lee D. Fink, de la U Oklahoma dice que nuestra misión como docentes es contribuir a que se produzca la milagrosa transformación de los estudiantes que nos llegan de secundaria y bachillerato, en ciudadanos y profesionales universitarios conscientes y competentes. Debemos ser capaces de aportar valor añadido a nuestros estudiantes en la forma de competencias que han desarrollado gracias a las experiencias educativas que les brindamos en nuestra institución.
Esta transformación tan radical es una transmutación milagrosa de los seres humanos a los que enseñamos. Si los alquimistas pretendían convertir sustancias comunes y baratas como el plomo en sustancias de enorme valor como el oro. Los profesores universitarios deberíamos plantearnos que nuestra misión también es una transmutación no menos milagrosa: convertir a los alumnos que nos llegan desde el bachillerato en titulados dotados de aquellas competencias profesionales necesarias para desempeñar los perfiles profesionales propios de su titulación superior.
La falta de preparación del profesorado en relación a la docencia se refiere al hecho constatable que los profesores universitarios somos expertos en nuestra disciplina y también en integrarnos en anquilosadas jerarquías académicas coleccionando aquellos méritos curriculares más valorados y cultivando las relaciones de sometimiento personal que hagan falta para ello. Sin embargo, en general carecemos de formación en aspectos muy decisivos para nuestra eficacia como enseñantes. Carecemos casi por completo de formación en aspectos clave como por ejemplo (por citar unos cuantos):
1. Saber cómo interaccionar mejor (tanto presencialmente como virtualmente) con nuestros alumnos y motivarles para que trabajen por su aprendizaje.
2. Conocer los avances en metodologías y tecnologías educativas que se usan en las mejores universidades de los países anglosajones.
3. Dominar los principios del diseño educativo y la programación orientada al desarrollo de competencias en nuestros alumnos (muchos todavía actúan como si no hubiesen logrado interiorizar el concepto de competencia).
4. Ser expertos en la implementación de las estrategias de motivación más eficaces para que nuestros alumnos se esfuercen y aprendan,
 5. Saber crear e implementar sistemas de evaluación continua que permitan mejorar el aprendizaje de nuestros alumnos.
6. Entender los usos de la evaluación del aprendizaje y como usar esta para mejorar el nivel de aprendizaje de nuestros alumnos y la enseñanza que sus profesores les proporcionamos.
7. la gestión de retroinformación en el proceso de diálogo con los alumnos, la atención al alumno en entornos masificados,
8. Dominar las tecnologías on line aplicables a la enseñanza virtual presencial y blended,
9. el flipped learning,
10. la  gamificación
 y un largo etcetera.
 Dominar todo esto sin un buen sistema de formación continua y desarrollo profesional como el que hay en las universidades anglosajonas
(y del que la mayoría de las nuestras carecen) no parece cuestión de ciencia sino de magia o alquimia. Para comprender la diferencia basta un simple ejemplo hay universidades anglosajonas que organizan más talleres de formación de su profesorado en un mes que los que aquí suele organizar una universidad española en un año.
Si admitimos que estos tres hechos son ciertos:
1 la extrema dificultad del reto docente universitario
2 la preocupante falta de preparación docente del profesorado y
3 la plena inconsciencia personal e institucional
que tenemos acerca de la magnitud y el alcance de este problema.
Entonces es claro que para conseguir tener éxito en nuestra misión docente deberemos primero reconocer el problema y poner remedios más eficaces a la falta de formación de nuestro profesorado. Lamentablemente parece que a muchos líderes académicos les falta la claridad mental necesaria para hacer la conexión neuronal entre estos tres hechos pero confiemos en que algún día sepan abrir sus ojos ante la evidencia y reconocer la realidad y la necesidad de empeñarse en cambiarla antes de que sea demasiado tarde.

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