En regímenes presidenciales, los cambios de gabinete -sobre todo cuando afectan posiciones claves dentro del mismo- deben entenderse como momentos de ajuste y reacomodos al interior de la élite gobernante. Son asuntos que tienen que ver estrictamente con la distribución del poder. Por eso mismo no pueden explicarse, ni se entienden, a partir de la psicología de los personajes involucrados, como si se tratase de una obra de teatro y la actuación de papeles dramáticos.
Sin embargo, frente al cambio de gabinete realizado por la Presidenta Bachelet, una parte gravitante de los análisis y un número no despreciable de analistas de la plaza han procedido a examinar a los ministros que llegan y a los que se van, y a la Presidenta de la República, a la luz de conceptos tales como personalidad, carácter y talante; o bien, a partir de metáforas tales como conflictos de familia, hijo pródigo, separación y duelo; o, incluso, como dinámicas intrapersonales e intersubjetivas que buscarían resolver conflictos, establecer nuevos equilibrios o liberar tensiones psíquicas.
Tales ejercicios resultan interesantes a veces, otras veces tediosos. Pero en ningún caso sirven para explicar el fenómeno que se busca comprender.
Pues un asunto como el reciente cambio de secretarios de Estado no es una cuestión de individualidades ni de sustitución entre personas privadas; no radica en la esfera de la intimidad sino del poder. Es un asunto público, burocrático, de naturaleza política y vinculado al oficio de los presidentes, a las élites partidarias, a los grupos parlamentarios, las expectativas de los ciudadanos y a la circulación de influencias en la cúspide de la sociedad.
Como decíamos, representa un ajuste entre y dentro de las redes del poder y se expresa como una redistribución de posiciones y prestigios en un campo de fuerzas donde compiten intereses partidarios, propuestas ideológicas, ideas políticas y agentes capaces de incidir en los resultados del juego.
Los ministros que llegan y se van no son ‘personalidades’ primariamente si no roles, ocupantes de posiciones, focos de irradiación y puntos de enlaces dentro de esas redes que recorren los pasadizos del poder. Se hallan en pugna con otras redes similares y todas ellas disponen de recursos que les permiten participar, competir e incidir en los balances resultantes.
II
En cuanto a los cambios decididos por la Presidenta Bachelet de sus más directos colaboradores, debe decirse en primer lugar que fue un cambio forzado; no libre o soberanamente elegido por la Presidenta. Por lo mismo fue un acto demorado, frenado hasta el límite de lo posible, decidido al borde de la cornisa. Además, adoptado sobre un pie forzado -el plazo de 72 horas- ese sí autoimpuesto por la propia autoridad, dando lugar a la inevitable improvisación que traen consigo las cosas hechas a contramano pero con apresuramiento.
Entonces, estos cambios fueron una combinación de necesidad y fortuna. Por lo demás, así suele ocurrir con la mayoría de los cambios de gabinete, según pude apreciar en mi tiempo como ministro del Presidente Frei Ruiz-Tagle. Quienes creen que se trata de un acto absoluto, nacido del libre albedrío de un jefe(a) de Estado, completamente bajo su control, de su ‘exclusiva responsabilidad’ como se repite hasta el cansancio, sencillamente están frente a un espejismo.
Por eso mismo, no son estas cuestiones que se presten para el microanálisis de las motivaciones íntimas y la sicología de grupos. Más bien, lo que corresponde hacer es una suerte de microfísica del poder, a la manera que proponía Foucault.
III
Desde esa perspectiva cabría estudiar el cambio de gabinete como la transformación y movimiento de las redes políticas que se enfrentan, entrecruzan y compiten en el campo gubernamental y de la élite política.
¿Cuáles aparecen allí como los principales clivajes, divisiones y contradicciones, tensiones y conflictos?
Postulamos que es posible identificar varios en torno a diferentes ejes y representarlos esquemáticamente en términos de oposiciones binarias, es decir, compuestas por dos polos.
Efectivamente, el cambio de gabinete deja a la luz la existencia de dos diagnósticos de la crisis de conducción que vive el campo gubernamental desde hace varios meses. De un lado la red que sostenía la necesidad de mantenerse en la trinchera, sin ceder, aguantando el ciclo de parálisis e impopularidad del gobierno. Y, por otro, la red de quienes propugnaban cambiar el teatro de operaciones y favorecían por tanto un cambio radical en la composición del equipo de ministros. Al imponerse esta última tesis, la red encabezada por los colaboradores más próximos a la Presidenta, su ‘círculo de hierro’ como la prensa bautiza a esos grupos más próximos al corazón del poder, se deshilacha generándose un espacio de posibilidades para una recomposición del poder interior del gobierno.
Enseguida, parece claro que al acercarse el desenlace fatal y ponerse en marcha el proceso que lleva al recambio de ministros, surgen dos visiones contrapuestas respecto a la magnitud o profundidad que debía tener ese cambio. De un lado la red que proponía un cambio menor, con alteraciones laterales y variedad de enroques y, por el otro, la red -que aparece victoriosa en este eje de la disputa- cuyo reclamo era el de una cirugía mayor. Al final se impuso como vía de salida una modificación mayor del cuadro de mando del gobierno, incluyendo la conducción política del gabinete y la conducción económica del gobierno.
IV
Con esto se abre, como pudo verse desde el momento mismo que juraron los nuevos ministros y se despidieron los salientes, una pugna en torno al eje del estilo y discurso gubernamentales, entre aquellos que sostienen metafóricamente la tesis de la retroexcavadora -refundar desde los cimientos- y aquellos que prefieren el camino de una construcción gradual, prudente, con ensayo y error, avances y retrocesos. Son dos redes que compiten desde ya para crear el nuevo relato del gobierno; su impronta comunicacional y mediática. Avanzar sin transar, literalmente, valiéndose de la mayoría parlamentaria y así mantener en alto el programa, o bien escuchar, conversar, articular y si es posible acordar avanzando, literalmente, en la medida de lo posible.
Los anteriores contrastes se complementan con una oposición adicional entre dos concepciones y sensibilidades que enfrentan a los llamados ‘tecnócratas’, esto es, aquellos que declaran la necesidad de usar el conocimiento experto como un recurso esencial para el diseño de las políticas públicas y los llamados ‘populistas’ que estiman que la tecnocracia pervierte la democracia y que las políticas deben surgir ante todo del conocimiento distribuido radicado en la sociedad civil, los movimientos sociales, las asambleas y ‘la calle’. Son dos redes que se acusan mutuamente y buscan legitimarse en nombre de la legitimidad de dos diferentes regímenes de relación entre el conocimiento, las ideas y la política.
Por último, a la base del reciente cambio de gabinete se halla también la pugna en torno a dos visiones del proyecto o contenido ideológico del gobierno Bachelet; entre una red socialdemócrata ortodoxa que se declara más audaz y profunda a la hora de plantear el cambio de paradigma de las políticas públicas y una red socialdemócrata tipo tercera vía que se proclama más incrementalista y reformista. Cuestiones propias del modelo de desarrollo, el papel del Estado y los mercados en el capitalismo chileno y global, y de incentivos y regulaciones se enfrentan a lo largo de este eje.
Por ahora podemos decir en un primer análisis (y necesariamente prematuro análisis, al que obliga el ciclo periodístico), que las redes ascendentes tras el cambio de gabinete son aquellas que proponían y propugnan: cambiar el teatro de operaciones, renovar en profundidad la conducción política y de política económica del gobierno, avanzar constructiva e incrementalmente con las reformas, subrayar la necesidad de contar con -y considerar seriamente- el juicio de la tecnocracia en el gobiernos y enfatizar un planteamiento socialdemócrata de tercera vía. Digo prematuramente pues el ajuste real del gabinete y la proyección de sus consecuencias tomaran no un día ni dos en manifestarse si no semanas y meses por venir, hasta poder constatar como decanta la recomposición de fuerzas y grupos y se redistribuye el poder entre y dentro de las redes del gobierno y la Nueva Mayoría.
De manera que durante las próximas semanas, hasta después del 21 de mayo, momento en que podría anunciarse solemnemente el contenido, alcance, estilo e impronta del nuevo equipo de la administración Bachelet, seguiremos explorando la tesis de que el cambio de gabinete representa un ajuste entre y dentro de las redes de poder de la élite política y cuáles son los efectos de ese ajuste.
José Joaquín Brunner, miembro del Foro Líbero.
0 Comments