Escenarios de futuro
El Mercurio, 15 de marzo de 2015
La educación necesitará hacer frente a los cambios en los procesos de socialización, vida y cultura de la niñez y la juventud.
José Joaquín Brunner
A propósito de la reforma educativa impulsada por el Gobierno, nuestra atención y deliberaciones se dirigen obsesivamente hacia el presente. Hemos dejado de reflexionar con una perspectiva de futuro.
¿Qué está por venir? ¿Cuáles son algunos rasgos del futuro en que se desenvolverá la educación?
Digámoslo esquemáticamente: Entornos tecnológicos que cambian rápidamente. Intensa movilidad. Pluralismo de valores. Debilitamiento de las tradiciones. Tensiones entre individuación y cohesión social. Libertad de elección y riesgos. Importancia de las redes. Comunicación digital. Infinitas conexiones. Especialización minuciosa. Presión por rendimientos. Continuo examen del mérito personal. Cosmopolitismo. Adelgazamiento de lazos comunitarios. Multiplicación del conocimiento. Aprendizaje permanente para adaptarse a un medio en transformación.
En estas condiciones emergentes deberá la educación redefinir su organización, funciones y métodos.
Ante todo, necesitará hacer frente a los cambios en los procesos de socialización, vida y cultura de la niñez y juventud. Las bases de la educación se están transformando. Al mismo tiempo que las ciencias del aprendizaje descubren la importancia de la familia en esos procesos de socialización inicial, esta institución experimenta una fuerte crisis de transformación. El hogar como ambiente de aprendizaje se ve alterado, igual que los roles parentales.
A esto se agrega un nuevo ambiente digital-comunicativo en torno a juegos, pantallas, imágenes y manipulación de aparatos móviles, ambiente al cual los infantes se introducen desde temprano. ¿Qué nuevas mentalidades surgen de estos entornos digitales? ¿Qué aprenden las generaciones informatizadas? ¿Y qué dejan de aprender, imaginar y soñar? ¿Cómo afecta este ambiente a la autocomprensión del niño? ¿Qué efectos trae consigo esta constante rotación de signos? ¿Y el estar intercomunicados al instante? ¿Se ganan o pierden vínculos comunitarios? ¿Cuáles competencias y destrezas requerirán tener quienes nacen hoy y trabajarán casi hasta el final del siglo 21? ¿Puente hacia dónde debería ser la educación que hoy tratamos de construir?
Tómese otro ejemplo.
No solo en Chile la educación secundaria parece haber perdido sentido, no tener ya una clara misión ni encontrarse en condiciones de facilitar el tránsito de los jóvenes a una etapa siguiente, inicio de la vida adulta.
Sin duda, para miles de jóvenes ese tránsito aparece como puesto entre paréntesis, suspendido entre tres letras (PSU), a punto de irse en una dirección u otra, ¡o ninguna! , según como caigan unos dados que solo parecen seguros para unos pocos.
Por lo pronto, a los jóvenes que completan la enseñanza secundaria en la rama técnico-profesional, su formación previa podría parecerles ahora un freno existencial. Ni cuentan con las competencias de aprendizaje y uso del conocimiento que abren las puertas hacia la educación superior ni han sido preparados, salvo excepciones, para ingresar productivamente al campo laboral.
De hecho, una fracción significativa de esos jóvenes no irá, literalmente, a ningún lado. Quedará atrapada en esa zona donde se encuentran quienes ni estudian ni trabajan. Pero aun aquellos que transiten por la inestable pasarela hacia un centro técnico o académico, muchas veces carecen de competencias de aprendizaje suficientemente desarrolladas y su conocimiento de base en matemática y ciencia es pobre, su comprensión lectora y capacidades de comunicación limitadas y su preparación para una vida más independiente escasa.
El ciclo terminal de la enseñanza secundaria se confunde además en la trayectoria de los jóvenes con múltiples descubrimientos: de sí mismos y los otros, del sistema de vida para el cual están siendo preparados, de las desigualdades y abusos existentes a su alrededor, de la diversidad de valores, la vida de la ciudadanía, los comprimidos políticos, las ventanas quebradas de su barrio, la violencia de las pandillas, la circulación de drogas, los caminos sin salida, la vida fría del mercado, los límites del consumo y la falta de vitalidad de los procedimientos escolares.
¿Acaso no vemos perfilarse estos mismos problemas tras los muros que separan a las segregadas comunas de nuestras ciudades, en las sombras de la noche, en las explosiones de rabia durante las manifestaciones estudiantiles, en los quiebres de la convivencia escolar, en los grafitis urbanos y la áspera solidaridad de las pandillas?
¿Acaso más allá de los círculos privilegiados, la cota alta, los colegios bien dotados, en fin, los hogares que heredan a sus hijos los dados de la fortuna, no se justifica que miles de jóvenes se sientan defraudados y piensen, parafraseando a Paul Nizan: Tengo 17 años y no permitiré que nadie diga que es la edad más bella de la vida?
Pero claro, tampoco estos problemas encuentran un lugar en nuestra conversación sobre la educación y su futuro. Estamos concentrados en asuntos más inmediatos que, sin embargo, no debieran acallar esos otros o echarlos al olvido.
A fin de cuentas, la educación que hoy discutimos, si carece de futuro, carece también de sentido.
No solo en Chile la educación secundaria parece haber perdido sentido, no tener ya una clara misión ni encontrarse en condiciones de facilitar el tránsito de los jóvenes a una etapa siguiente, inicio de la vida adulta.
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