Curioso neoprogresismo el de la Nueva Mayoría (MN): en vez de disputar la formación de las élites, abandona este campo en manos de las familias y colegios del establishment. Símbolo de este desistimiento es la muerte inducida del Instituto Nacional.
¿Qué son las élites? Esencialmente, grupos que comandan, orientan y coordinan campos organizacionales claves de la sociedad: político, económico, cultural, académico, científico, militar y medial (medios formadores de opinión). Estos grupos ocupan la cúspide de los respectivos campos y movilizan recursos estratégicos en cada uno de ellos. La democracia asegura (en medida mayor o menor) su renovación y circulación.
Trátase pues de directivos del Estado (v.gr., gobernantes, ministros, parlamentarios, dirigentes máximos de los partidos, technopols, burócratas superiores, etc.); de empresarios, gerentes y líderes gremiales del campo económico, de las finanzas, la industria y el comercio; de artistas, gestores culturales y destacadas mujeres y hombres de letras; prohombres del campo eclesiástico; científicos de punta, mandarines y miembros de las oligarquías académicas; altos mandos de las FFAA y personal influyente de la defensa nacional; intelectuales públicos, editores y periodistas reconocidos en el campo de la comunicación masiva, la opinión ilustrada y las redes sociales.
Ninguna sociedad democrática prescinde de una clase dirigente y de las élites que la componen. Todo campo organizacional supone grupos directivos. Como dijo el sociólogo alemán Robert Michels: “quien habla de organización habla de oligarquía”. Es la ley de hierro de la sociología.
El hecho de que durante el siglo XX las élites se hayan profesionalizado aceleradamente y aumentado su densidad educacional e intensidad de conocimientos, torna decisivo el papel de los colegios y universidades en la selección, formación y certificación de los miembros de estos grupos. El carisma, los ritos y las tradiciones que solían rodear a las elites y exaltar su poder dan paso ahora a unos grupos dirigentes largamente escolarizados, altamente racionalizados y especializados funcionalmente. Michels ilustra este punto con la tecnificación y cientifización de la elite política: “a medida que la profesión política se hace más compleja y se multiplican las reglas de legislación social, es necesario para orientarse en política, poseer una experiencia cada vez mayor y unos conocimientos cada vez más amplios”.
En cambio, las élites señoriales o de gentlemen con sus modos de vida distinguidos, sus saberes humanistas y especial sentido del honor, se han esfumado igual que las oligarquías hacendadas. Las élites modernas son racionalizadas, especializadas, secularizadas, estratégicas y calculadoras. Más cercanas a Maquiavelo que a Cicerón. Sus estructuras internas son reticulares y sus miembros, más que compartir clubes de caballeros, salones e insignias, comparten colegios, oficinas profesionales, capital social, unos conocimientos distintivos y unas estrategias de reproducción.
Siempre y en todo lugar, algunos colegios están en el origen de estos grupos y preparan el destino de los hijos y nietos. Este cierre intergeneracional puede ser mayor o menor; más ancha o delgada la inclusión. Pero, invariablemente, una educación especial se halla en la basa moral y cognitiva de las elites sirviéndose de mecanismos cada vez más finos y de diversos filtros selectivos.
El caso francés es ejemplar. El camino hacia el poder y la distinción social se sigue en los lycées más prestigiosos y en las classes préparatoires más selectivas que conducen a las grandes écoles, las verdaderas instituciones de elite dentro de la educación superior francesa. Todo ocurre ahí dentro de un circuito público, imbuido de espíritu republicano, a la sombra del Estado docente emblemático más de occidente. Con todo, ¡oh sorpresa!, los factores de origen socioeconómico del hogar tienen allá exactamente el mismo impacto sobre los logros del aprendizaje que en Chile (Ocde-Pisa, 2013). Como sea, a ningún dirigente o parlamentario progresista francés se le ocurriría poner fin a la selección académica de sus liceos de mayor excelencia -Henri-IV, Louis-le-Grand, Stanislas, Thiers, Le Parc- o transformarlos en buenos liceos para la movilidad social sin conexión alguna con los procesos formativos de elite.
Tampoco los progresistas franceses levantarían la grosera tesis de que lo valioso de dichos liceos consiste nada más que en su habilidad para seleccionar, ni postularían que actuar como canales de preparación para las grandes écoles les resta legitimidad y debería sustituirse por procedimientos de admisión ordenados por un algoritmo o por el azar.
A fin de cuentas, lo que interesa es si el ingreso a las élites es patrocinado, adscriptivo, asunto de apellidos y herederos, o bien competitivo, disputado, asunto de mérito y movimientos estratégicos. Aquel es más propio de élites tradicionales; este otro, de las élites modernas. Aquel es ceremonioso, socialmente excluyente de familias y patrimonios heredados; este otro es conflictivo, más abierto, de vivas pugnas entre contendientes e incumbentes.
Entretanto una onda anti-elites -sean ellas patrocinadas o competitivas- recorre a la NM y a sus asesores académicos, todos agrupados tras las banderas de una igualdad del emparejamiento, el aplanamiento y la nivelación.
Es una visión sociológica ingenua aquella que imagina -en pleno capitalismo global- sociedades sin élites, organizadas y gobernadas sin selección ni jerarquías, por el solo juego de un azar técnicamente optimizado.
Es una visión equivocada de la igualdad aquella que para conseguirla decide suprimir el mérito repartiéndolo parejamente sobre un terreno nivelado.
Es una falsa pretensión socialdemócrata aquella que busca conducir el campo político entregando la tarea de formar elites exclusivamente a los poderes establecidos.
Por último, es una idea sin futuro la de una educación pública que solo aspira a emparejar orígenes mientras los privados y el dinero se hacen cargo de diferenciar destinos.
José Joaquín Brunner, Foro Líbero.
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