Estamos interesados en desarrollar una apropiada visión socialdemócrata de la educación en el Chile del siglo 21. La premisa de partida ha de ser la finalidad de la educación que entendemos -a la luz de las ciencias sociales contemporáneas, la psicología y las ciencias del aprendizaje- como un desarrollo de capacidades humanas básicas.
La idea de capacidades que empleamos aquí proviene, a su vez, de pensadores como Amartya Sen y Martha Nussbaum. Refiere a las libertades (positivas o sustantivas) de las personas para lograr funcionamientos valiosos -ser y hacer- y conseguir así sus propósitos de acuerdo con la forma de vida elegida por cada uno.
Se trata pues de capacidades esenciales que usamos como base para la acción, donde se combinan facultades internas y condiciones externas, como contar con buena salud, integridad corporal y seguridad contra la violencia; ser capaz de utilizar los sentidos, de imaginar, pensar y razonar; usar estas capacidades de manera informada y cultivada a partir de una educación adecuada; ser capaz de tener apego a personas y cosas fuera de nosotros mismos; amar a quienes nos aman y cuidan y afligirse por su ausencia; ser capaz de formar una concepción del bien y de comprometerse en reflexión crítica con los planes de la propia vida (incluye la libertad de conciencia y observancia religiosa), etc. (Nussbaum, 2007).
Esta visión se basa en aquellas tradiciones según las cuales todos nosotros -como escribe la misma Nussbaum- por el solo hecho de ser humanos, somos de igual valor y dignidad, siendo una fuente primaria de ese valor el poder de elección moral que nos permite planear una vida de acuerdo con la propia, personal, evaluación de fines.
Pues bien, la educación es cultivo -formal e informal- de esas capacidades, cubriendo un amplio espectro cognitivo, emocional, político, cultural, de vida con los demás, de autocuidado y autocontrol y de respeto por los demás y la naturaleza que nos rodea. De allí que pueda concebirse como un proceso de humanización en el más rico sentido de esta noción, en la cual confluyen las tradiciones político-culturales del liberalismo, la socialdemocracia y el socialcristianismo.
En la dimensión colectiva, la educación representa el desarrollo de capacidades en y de la sociedad, las cuales operan supra individualmente, en beneficio del conjunto. Esto es, capacidades de autogobierno democrático, institucionalidad, estatales, de participación social, coordinación de actividades, funcionamiento colectivo en la vida cotidiana, aprendizajes colaborativos, productividad laboral, absorción de nuevas tecnologías, capital social, competitividad de las empresas, interacción de grupos con el entorno, y de producción y goce de todas las expresiones y obras de cultura material y simbólica.
Ahora bien, el sistema educacional -la educación formal, la escuela, las instituciones de educación superior, los profesores, los currículos, exámenes y certificados educacionales, todo eso- representa una instancia especializada dentro de la división del trabajo mediante la cual la sociedad se reproduce a sí misma, transmite su cultura y ayuda a preparar a los individuos para la vida en comunidad, la inserción laboral, la participación en la cultura y el desarrollo más pleno posible de sus capacidades o libertades.
Esta visión poco tiene que ver con varias de las concepciones educativas en boga en nuestro medio.
Primero que nada, parte de la educación como un proceso y una condición de la libertad individual. La educación es vista como un derecho esencial o primordial, pues interviene en el desarrollo de las variadas capacidades que forman al individuo en su dignidad y valor.
Por tanto, no reduce la educación a un mero proceso de capitalización individual con algunos beneficios sociales asociados, como hacen el neoliberalismo y en general las corrientes economicistas. Sin embargo, en vez de desechar esta dimensión, la integra como parte de un discurso más amplio, donde tanto los retornos privados como públicos de la educación se ordenan en función del desarrollo de capacidades o libertades y, por tanto, de una jerarquía muy distinta de valores y valoraciones.
Del mismo modo se aparta de la concepción educativa ilustrada que la concibe como un medio de la razón al servicio del desarrollo de competencias cognitivas que luego son medidas por pruebas tipo Pisa o Simce. Por cierto que estas últimas son esenciales, se identifican con la modernidad y deben ser cultivadas y evaluadas, particularmente ahora que la generación y aplicación del conocimiento científico-técnico se ha convertido en un motor del capitalismo global.
Asimismo, nuestra visión rehúye aquel progresismo (difundido dentro de la Nueva Mayoría, por ejemplo) que concibe la educación como un medio para producir movilidad social, o para extirpar (supuestamente) las desigualdades, o para conseguir otros varios objetivos (valiosos) de política social. Igualmente rechaza la educación militante, concebida como un instrumento de control ideológico, encuadramiento político o disciplinamiento autoritario.
Lo que corresponde discutir ahora es qué tipo de políticas públicas pueden mejor impulsar esta visión en las condiciones del Chile actual. Sin duda, no es el proyecto de reforma impulsado por el Gobierno.
José Joaquín Brunner, Foro Líbero.
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