¿Qué fue de la revolución MOOC?
Los cursos masivos abiertos online prometían democratizar la educación superior de élite
Tres años después de su estallido mutan con objetivos menos ambiciosos
Masivos, abiertos, online y gratuitos. Todo eso se resume en el acrónimo MOOC (Massive Opening Online Courses), los cursos que nacieron con la promesa de democratizar la educación superior de élite. De repente usted podía hacer un grado de la Universidad de Stanford, de Harvard o un exclusivo MBA de Georgetown a coste cero y sin tener que moverse de su sofá. Y, además, podría ponerlo en el currículum. Demasiado bueno para ser verdad, pero lo era. Y de alguna manera lo sigue siendo.
Stephen Downes, programador y uno de los gurús de la enseñanza online avisó en su día que todo esto suponía cierto grado de “disrupción y caos” y que un MOOC no era más que “un conjunto de conexiones entre ideas y gentes”. “Es una cultura, un idioma, una forma de ver el aprendizaje”, dijo. La gratuidad y el acceso abierto al conocimiento son los pilares ideológicos de estos cursos. También lo es la organización de unos contenidos y la presencia de un profesor porque un MOOC no es una comunidad, un evento, un foro o una red social, sino un sitio para aprender con cierta organización en medio de la superabundancia de información que existe en Internet.
La historia empezó, como casi todo, en Silicon Valley. Concretamente en la Universidad de Stanford, centro elitista donde los haya. Allí el experto en Inteligencia Artificial Sebastian Thrun creó con otros dos colegas Udacity, una plataforma de cursos online gratuitos y escribió en su blog una declaración de principios: “Nuestra misión es ofrecer al mundo enseñanza superior de forma accesible, atractiva y eficaz. Creemos que la educación superior es un derecho humano básico”.
En Udacity se podía aprender Programación, Física, Inteligencia Artificial o Robótica. En un año se matricularon más de 150.000 estudiantes. Luego el MIT y la Universidad de Harvard crearon edX, otra plataforma online de cursos gratuitos y masivos a la que pronto se unió la Universidad de Berkeley y Georgetown. A día de hoy la plataforma más amplia se llama Coursera, con sede en Mountain View, se estima que tiene más de dos millones de estudiantes y esto la convierte en la Universidad más grande del mundo. Entre sus accionistas se cuentan una rama del Banco Mundial y la fundación de Carlos Slim.
Un Mooc ha de ser gratuito por definición, es la herramienta para modernizar y democratizar el aprendizaje
Todo sucedió en 2012. El camino del éxito estaba allanado, y se esperaba que 2013 sería el año de los MOOC. Sin embargo, hemos llegado a 2014 con “el souflé medio desinflado” en opinión de algunos observadores, entre ellos Albert Sangrà, experto en e-learning de la UOC. Otros, como Luis Moreno de Unimooc, la plataforma de MOOC creada en la Universidad de Alicante, siguen defiendo a muerte estos cursos aunque creen que deben mejorarse estrategias y diseño para superar las altas tasas de deserción. Solo el 10% de los que se apuntan a un MOOC lo termina. Todavía hay una tercera posición que es la que asume Alexandra Maratchi, CEO de Homuork: “Puede que los MOOC no sean el futuro pero no se entiende el futuro de la Educación Superior sin ellos”.
Lo cierto es que tras la borrachera de éxito, por unas cosas o por otras, empezaron a salirle enemigos y aguafiestas a los MOOC. Las primeras investigaciones demostraron que no habían democratizado mucho la educación superior pues los alumnos solían ser educados y de clase alta. Una encuesta de la Universidad de Pennsylvania destapó que más del 80% de los matriculados en un Mooc ya tenían una titulación superior. Una circunstancia que los defensores de estos cursos explican porque, al igual que pasa en cualquier tecnología nueva, los primeros que se apuntan son los llamados early adopters, una especie de cobayas bien informadas y dispuestas a probar cualquier novedad, pero que no representan a la población general que se subirá al carro cuando el fenómeno sea más conocido.
Por otra parte, los estudiantes de los países más pobres del Tercer Mundo donde idealmente han querido llegar los fundadores de estos cursos, no tienen acceso regular a una conexión de Internet de alta velocidad, muchas veces carecen de un nivel que les permita aprender con cursos que se imparten casi exclusivamente en Inglés, y tampoco disponen de mucho tiempo libre para estudiar.
“Tememos que el experimento haya llegado demasiado lejos, decía en marzo pasado John Hennesy, presidente de la Universidad de Stanford. “Hemos descubierto de un modo tardío que el rango de capacidades de los alumnos inscritos a un mismo curso es demasiado variado, lo que provoca que unos abandonen por el camino y otros no sean capaces de aprobar los exámenes para conseguir el certificado”. Hennesy fue de los pioneros de Coursera, una plataforma que desde 2011 ha matriculado a casi 2 millones de alumnos en sus cursos. Solo un 8% ha llegado al final.
Además de la deserción casi tan masiva como los cursos (“en este punto la gratuidad no ayuda porque la gente se apunta a más cursos de los que puede seguir”, nos dice Moreno) es difícil conseguir acreditar esta formación. Y aunque en Estados Unidos están más avanzados y varias universidades certifican sus MOOC, (entre ellas el Georgia Institute Technology y la Wharton University), en Europa sigue siendo una asignatura pendiente. ¿Y quién quiere estudiar si no puede acreditarlo?
“En España hay muchos MOOC pero pocas certificaciones”, dice Alexandra Maratchi que cree que al estudiante que completa el 50% de los contenidos de un curso se le debería acreditar lo aprendido. “Europa está siendo más conservadora en este asunto”, corrobora Luis Moreno de Unimooc, una plataforma creada en la Universidad de Alicante donde apuestan por la certificación transversal. Es decir, como ya se asume que es poco probable que el estudiante termine el curso completo se le certifica el conocimiento por módulos. “Practicamos la educación transversal”, explica el director de Unimooc. Otras plataformas cobran por la emisión de diplomas o ponen un precio a su master online que suele ser simbólico respecto al precio del mismo grado en modo presencial. Es el caso del master que ofrece el Georgia Institute Technology por 6.000 dólares, cuya matrícula en el campus está en torno a los 45.000, o el MBA de la Universidad de Wharton con una duración de cuatro años, cuyos dos primeros pueden hacerse gratis en formato MOOC.
Sin embargo, todas estas estrategias para no perder alumnado y recuperar una inversión que casi nunca tiene retorno atentan contra el propio ADN de este tipo de cursos en el que la gratuidad es un principio fundamental. Para Luis Moreno, un MOOC deja de serlo en cuanto hay que pagar por algo. “Creo que el conocimiento debe ser abierto para que sea accesible a todo el mundo”. Alexandra Maratchi tiene una postura similar: “Un MOOC es gratuito por definición, es la herramienta para modernizar y democratizar el aprendizaje”. En opinión de Albert Sangrá “algunas universidades han abierto MOOC como una herramienta de marketing que les sirve para ganar visibilidad”. Para este experto los MOOC no causarán una disrupción en la enseñanza. “No creo que se produzca, los puntos débiles están muy claros, no es tan fácil dinamizar una clase con 120.000 estudiantes. Más que cursos, veo que los MOOC son recursos, materiales para aprender”.
El blog Wired Campus, uno de los más leídos sobre Educación Superior, aseguraba recientemente que la revolución de los MOOC no sería tan disruptiva como algunos habían imaginado. Días después un profesor de Harvard daba por iniciada en un blog de esa universidad la “Era pos MOOC”. Por su parte, la edición estadounidense de la revista Forbes aseguraba que estos cursos no debían verse más que como “un fútil experimento”. Ante tal avalancha de críticas, George Siemens, experto en enseñanza digital escribió en su blog: “Criticar los MOOC es ahora más cool que defenderlos”. Por su parte, la revista Slate tituló un artículo de esta guisa: “Ser anti-MOOC es el nuevo negro”. En dicho texto Jonathan Haber, investigador en temas de educación y autor del libro editado por el MIT: MOOC: the esential guide se refiere a los MOOC irónicamente como si hablara de zombies: “Puede que estén muertos, pero todavía necesitamos desmembrar su cuerpo y enterrar sus partes por separado para asegurarnos de que la semilla del diablo no regresará con más fuerza que antes”. La teoría de Haber es que las reticencias contra los MOOC nacen del miedo a que reemplacen las clases presenciales en los campus universitarios.
Lo cierto es que los profesores que enseñan en los MOOC o quiénes han montado una plataforma de este tipo de cursos no sienten que estén desplazando a nadie. Alejandra Maratchi, CEO de Homuork que ofrece cursos online abiertos y gratuitos en el área de los MBA y la enseñanza corporativa explica que para ellos los MBA presenciales más que una competencia son futuros clientes. “EL estudiante está acostumbrado a pasar por una institución para formarse, y eso no va a cambiar con los MOOC, pero en breve sí veremos un escenario donde el alumno decide su camino académico”. “Yo creo que hay que diferenciar el conocimiento de la experiencia de pasar por una Universidad”, explica Luis Moreno. “El conocimiento debe ser libre, pero el entorno que da la universidad no se consigue con estos cursos porque no hay tanto contacto con los profesores y hay menos interacción con los compañeros”, agrega.
Incluso los más feroces detractores de los MOOC no esperan verlos desaparecer del mapa a mediano plazo. El propio Sebastian Thrun ya ha advertido que todos aquellos que se han apresurado a anunciar el fracaso de este tipo de cursos no conocen cómo funciona la innovación. “Muy pocas ideas funcionan en el primer intento. La repetición es clave en la innovación. Estamos consiguiendo importantes avances en el resultado del aprendizaje y en el compromiso de los alumnos”.
Algunos de los visionarios que crearon los primeros MOOC están trabajando en modelo híbridos o en cursos llamados conectivistas que intentan explotar mucho más las conexión entre los estudiantes que los propios contenidos que pueda enseñar un profesor. Otros experimentos intentan aprovechar los vídeos de los MOOC para complementar cursos presenciales. En resumen, los MOOC parecen estar sufriendo variadas mutaciones para adaptarse a cualquier tipo de estrategia de enseñanza online. Los MOOC han muerto. Larga vida a los MOOC parecer ser la descripción que mejor se ajusta a estos tiempos.
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