¿Cómo salir del atolladero?
Julio 24, 2014

¿Cómo salir del atolladero?

Nadie cree seriamente que el Estado puede financiar en forma simultánea la gratuidad en todos los niveles de la educación. Insistir en ello nos aproximaría a un nuevo Transantiago.

 

por José Joaquín Brunner – 24/07/2014 – 04:00

EL DEBATE educacional avanza confusamente. Cada día se instala una nueva controversia. Se ha creado un clima de inseguridad y desconcierto. De hecho, la autoridad no ha logrado construir y comunicar una agenda de reformas ni conduce un proceso deliberativo fructífero.

¿Cómo puede superarse este impasse? Primero, el gobierno debe clarificar -en forma coherente- su perspectiva de reforma, una agenda de prioridades e ideas fuerza, una carta de navegación y un plan de financiamiento de los cambios postulados para el 2015-2018. Sin este componente continuará el cuadro de desorden político-comunicacional. En cambio, nada se ganaría con reemplazar al ministro; sólo serviría  para profundizar la imagen de desgobierno del sector.

Segundo, esa perspectiva necesita apoyarse en un diagnóstico compartido y contener políticas y medidas para avanzar en la dirección buscada, sin recurrir a fantasías o engaños. Hay acuerdo, me parece a mí, que se requiere fortalecer nuestro sistema mixto de provisión, dotándolo de un régimen público más robusto de exigencias, estándares, regulaciones, apoyos y financiamiento. Algo así como avanzar hacia el modelo holandés: con autonomía de gestión para colegios de todo tipo de sostenedores, cada uno con su misión y proyecto propio; estricta igualdad de trato entre los diversos sostenedores debidamente constituidos y acreditados; libertad de elección de los padres junto con reglas claras de selección académica en la enseñanza media; programas especiales para alumnos desaventajados y con necesidades especiales;  y un estatuto común para la profesión docente con pleno reconocimiento a su dignidad y condiciones laborales.

Tercero, hay que crear y desarrollar diseños de cambio que puedan implementarse efectivamente. De nada sirven nuevos paradigmas o simulaciones especulativas de futuros posibles si acaso no hay planes viables de ejecución. Por ejemplo, nadie cree seriamente que el Estado puede financiar simultáneamente la gratuidad universal en todos los niveles de la educación, desde el jardín infantil hasta los programas universitarios más largos. Insistir en este punto lleva a dudar de la seriedad del diseño y revela una inconsistencia en la planificación del gasto fiscal. Proceder en tal dirección nos aproximaría al barranco de un nuevo Transantiago.

Cuarto, es imprescindible respaldar las decisiones estratégicas y también las medidas de corto plazo con una amplia legitimidad que les otorgue efectividad y sostén en el tiempo. Ella se logra mediante convergencias, articulaciones y creación de comunidades de ideas e intereses. Sólo bajo estas condiciones habrá políticas de Estado compartidas y de largo aliento. Resulta sorprendente, por lo mismo, que dirigentes oficialistas se pronuncien contra la construcción de consensos, la puesta en común de ideas e intereses diversos, el ensanchamiento de las mayorías y la búsqueda de compromisos para favorecer el cambio y avanzar. En condiciones de deliberación democrática esto significa renunciar a convencer y creer que basta con vencer en la contabilidad de votos parlamentarios o en las redes sociales. Revela falta de confianza en el razonamiento y la argumentación.

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