¿Reformas al margen, o cambios de fondo?
José Joaquín Brunner:“El desenfocado debate educacional no aborda el mayor problema del sistema: escuelas con bajos resultados de aprendizaje, especialmente entre aquellas con una alta proporción de alumnos vulnerables…”
Ha sucedido lo que podía anticiparse: se ha instalado un debate educacional desenfocado, confrontacional y de un pronunciado escolasticismo, donde predomina un espíritu de secta en torno a asuntos técnicos de menor cuantía. El gobierno deberá ahora empeñarse en compaginar un campo comunicacional que él mismo desordenó.
La discusión se halla desenfocada, pues carece de dirección precisa, pero además, principalmente, porque no aborda el mayor problema del sistema; esto es, el de las escuelas con bajos resultados de aprendizaje, especialmente entre aquellas con una alta proporción de alumnos vulnerables. Además, es una controversia confrontacional, pues el discurso gubernamental trazó la línea divisoria entre lo estatal y lo privado, con su cortejo de consignas dicotómicas: derecho social/bien de consumo; altruismo/lucro; inclusivo/selectivo. Los opositores han respondido atrincherándose tras un tono encendidamente doctrinario (libertad/estatismo; elección/imposición; familia/Estado).
La discusión se torna escolástica, por último, porque adopta un tono abstruso y dogmático, con grupos enfrentados, cada uno de los cuales cree estar en lo cierto y sostener la única posición válida, fundada en supuestas evidencias empíricas. “Especialistas sin espíritu”, se quejaba Max Weber, lanzándose estadísticas y correlaciones por la cabeza.
Las cuatro reformas presentadas por el gobierno -fin del lucro, el copago y la selección, y la creación de una subsecretaría ministerial parvularia- son de naturaleza institucional. Algunos sostienen que ellas no tocan (ni siquiera indirectamente) el fenómeno de la (mala) calidad de una parte de nuestro sistema. Discrepo: bien diseñadas y ejecutadas, podrían tener un efecto positivo, aunque marginal. Efectivamente, la calidad de los resultados educacionales depende solo secundariamente de la institucionalidad del sistema. En cambio, los factores principales (hogar y escuela) no son transformados por estas reformas; variables como socialización temprana, desintegración familiar y comunitaria, desempeño en el aula de parvularias y docentes, dirección y gestión de las escuelas, currículo y métodos pedagógicos, motivación y compromiso de los estudiantes, apoyo para las escuelas más débiles han quedado fuera del horizonte gubernamental.
El diagnóstico de las autoridades y su red de expertos parece ser que Chile necesita, ante todo, modificar el balance entre provisión municipal y privada subvencionada, expandiendo la primera y reduciendo la segunda hasta donde sea posible. Es un diagnóstico errado, a mi juicio. Uno y otro sector necesitan igualmente fortalecerse y mejorar. Ambos requieren mayor inversión; más estabilidad y efectividad; mejores profesores, equipamiento y tecnología; regulaciones parejas e incentivos para innovar en la sala de clases.
A veces el gobierno insinúa que desea auténticamente sostener y alentar el carácter mixto de la provisión, ampliando así la elección de los padres, recuperando el valor de la educación municipal, abriendo mayores oportunidades para los sectores medios y emergentes, combinado sanamente (más) dinero público con (mejor) gestión privada, evitando las discriminaciones y dando igual trato a los sostenedores y apoyo a los alumnos en dificultades. Cuando proclama estas orientaciones apunta hacia un modelo del tipo holandés. Y hace bien, me parece a mí. Pues en tal dirección cuenta con respaldo mayoritario, aunque reciba una andanada desde las redes sociales.
En otros momentos, cuando el gobierno es puesto a la defensiva, esgrime una versión alternativa para promover su política. Esta habla de comprar infraestructura escolar a sus propietarios, prohibir la instalación de nuevos colegios privados, intensificar el control minucioso sobre los establecimientos, restringir la elección de los padres, pues actúan por motivos espurios, y detener la carrera meritocrática, que nada más reflejaría ventajas o desventajas de la cuna.
Mientras el propio gobierno no defina su postura, será difícil articular acuerdos entre los actores y partes interesadas del sistema escolar. Continuarán las amenazas y los temores, el clima de incertidumbre, el sectarismo escolástico y un debate que elude los cambios imprescindibles para mejorar las oportunidades de aprendizaje.
José Joaquín Brunner
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