Los alumnos con beca acaban la carrera 2,1 años antes que el resto
Un análisis cifra en 900 millones anuales el ahorro que supondría limitar la permanencia en las aulas
Los estudiantes de la Universidad Pública que cursan sus estudios con beca (263.600 el curso pasado) acaban la carrera 2,1 años antes que los que no la tienen. Salen titulados a los 5,2 años, frente a los 7,14 años de media que tardan de media en terminar sus compañeros (un colectivo de 1.280.000). Los datos oficiales del Ministerio de Educación arrojan esta realidad cuyo impacto económico han analizado los investigadores Juan Hernández Armenteros y José Antonio Pérez en su cuaderno de trabajo Crisis fiscal, finanzas, universitarias y equidad contributiva, séptima entrega de un proyecto de la Fundación Europea Sociedad y Educación. El Estado se ahorraría 900 millones de euros cada curso si todos los estudiantes se graduasen en la Universidad cuando lo hacen los becados. Por ese motivo, proponen que todos los campus aprueben un régimen de permanencia que ponga límite a la presencia de los alumnos en la Universidad, pues todos ellos están subvencionados. En su cabeza dos ejemplos a seguir: la Pompeu Fabra (Barcelona) y la Politécnica de Valencia. Aunque hay otras como la Carlos III, Oviedo, La Laguna o Vigo.
El sistema público cubre de media a todos los alumnos el 82% de la primera matrícula —depende de cada universidad— y el otro 18% lo aporta el estudiante si tiene recursos o el Estado para aquellos que se hacen acreedores de una beca. Por eso estos expertos recuerdan que todos los estudiantes de grado reciben, como mínimo, el 82% de lo que cuestan sus estudios. Y, sin embargo, los que tienen recursos seguirán aunque repitan asignaturas, mientras que los becados tendrán que abandonar si no consiguen dinero. Estos últimos deben aprobar el 100% de las materias si su carrera es de Ciencias Sociales o el 85% si es una Ingeniería. Para rebajar esos porcentajes a un 90% y un 65% respectivamente, hay que tener una nota de 6,5 en el primer caso, o uno 6 en el segundo.
Todo el esfuerzo recae en el alumnado exento de tasas. Temen perder la beca por bajas notas e incluso les persigue el temor de tener que devolver la ayuda complementaria si las cosas se tuercen. Este hecho ha provocado “que se debilite el principio de igualdad de oportunidades, parece que solo ellos tienen que hacer que el uso de los recursos públicos sea eficiente”, señala José Antonio Pérez, coautor del informe y gerente de la Politécnica de Valencia. ¿Por qué solo los becados tienen un compromiso con la sociedad si en la universidad pública se subvenciona a todos?, se pregunta. Aunque el Estado cubra el 82% del precio de la primera matrícula, este porcentaje va reduciéndose a medida que el alumno repite. El coste medio por alumno son 6.000 euros al año.
El ministro de Educación, José Ignacio Wert, sostiene que la Administración es más exigente con las notas desde hace dos cursos para becar a menos alumnos, pero con más dotación, lo que va a garantizar que no abandonen para aportar dinero en casa. La tasa de abandono de los estudios el primer curso fue del 19%. Entre los becarios, esta cifra sin embargo baja al 13,5%, según los últimos datos del ministerio. Y eso que en el curso 2011-2012, uno de cada tres estudiantes perdió su beca por su bajo rendimiento académico tras el primer año de carrera.
“En mi universidad, la de Jaén, si apruebas el 10% de los créditos en primero ya puedes quedarte a vivir allí”, ironiza Hernández Armenteros, que fue gerente de este campus y hoy profesor de Economía Aplicada. En la Pompeu Fabra, en cambio, los recién llegados deben superar la mitad del curso para seguir. “Tienen cuatro oportunidades y si no se presentan les corre convocatoria”, cuenta Pere Torra, su vicegerente de docencia.
El 70% de los alumnos de la Pompeu se gradúa en cuatro años o con uno más. Una tasa de graduación muy alta, si se tiene en cuenta que la media de los no becados es de 7,14 años. Aunque en esa cifra general aún conviven los licenciados del plan antiguo (cinco años o seis en algunas técnicas) con los de Bolonia (cuatro años). “No tenemos datos específicos de los becados pero, aunque tengan el incentivo de aprobar para mantener la beca, el margen de diferencia tiene que ser muy pequeño”, sostiene Pere Torra.
El vicegente no cree que la clave esté solo en este un régimen de permanencia y progreso (nombre que recibe este reglamento): “Las normas pueden servir de algo, pero depende también de nuestra aplicación de Bolonia, con clases pequeñas, con prácticas…”. Además, cuentan con el doble de peticiones de acceso a la universidad que plazas. Y eso les permite contar con unas notas de corte muy altas, y, por tanto, alumnos excelentes no dispuestos a dejar pasar los años. “Quien no está dispuesto a trabajar duro no se matricula en la Pompeu porque sabe que le echan”, se felicita Hernández Armenteros.
En sus inicios la Pompeu era tachada de universidad rica y mimada —recibía un plus por estudiante para favorecer su implantación— y a su primer rector, Enric Argullol i Murgadas, le gustaba recordar que sus alumnos salían baratos porque terminaban muy pronto sus estudios.
“Hay que exigir a los estudiantes una dedicación acorde con los medios puestos a su disposición y un razonable rendimiento académico”, dice la normativa de la Politécnica de Valencia. Los alumnos a tiempo completo —se trata de forma diferente a quienes no disponen de él, que tienen que acreditar este estatus anualmente— deben de matricularse al menos de 40 créditos (un curso son 60) y los de primero aprobar 12.
Dicen en la Politécnica que está demostrado que el rendimiento en primer curso se reduce cuando no se limita el avance. Y, además, está conformado por asignaturas básicas y fundamentales para el seguimiento del resto de la docencia. “Los alumnos repetidores se presentan menos a los exámenes que los de nuevo ingreso. Hay una huida hacia delante. Se concentran en las asignaturas de segundo y abandonan las de primero”, explica Miguel Ángel Fernández, vicerrector de Estudios, Calidad y Acreditación de la UPV. Ellos quieren los alumnos con la mejor “aptitud” pero también con la mejor “actitud”.
A Francisco Michavila, catedrático de Gestión y Política Universitaria en la Politécnica de Madrid, no le gusta un régimen de permanencia: “Es algo antiguo, como que pasen lista en clase, y que echen gente…”. Le convence el sistema suizo: hay dos convocatorias por materia seguidas y si el alumno no aprueba no puede volver a matricularse en ella y debe optar por otra para graduarse.
El Gobierno ha intentado compensar el recorte de 1.240 millones a las universidades con el dinero aportado por los alumnos. Por eso un real decreto permite recaudar 1.700 millones de las familias, el doble que en 2010. Pero las comunidades, gestoras indirectas de los campus, no han llegado a ese máximo impopular, y la jugada no ha terminado de salir bien porque, además, los indecisos de poder aprobar no se matriculan para no perder una convocatoria. En tercera una asignatura puede alcanzar los 1.200 euros, como un curso entero. Además, alumnos cortos de fondos pero sin becas ahora también se matriculan de menos asignaturas. De modo que, apenas se han perdido alumnos —un 1,8% en grado y un 5,2 en máster en dos cursos—, pero con menos materias.
Solo 32 de cada 100 estudiantes que tuvieron la edad típica para acceder a los estudios se gradúa en España en su año, según los datos de la OCDE.
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