En el intercambio entre Sylvia Eyzaguirre y Fernando Atria, una contribucióna adicional de Sylvia.
Brevísima aclaración a la réplica de Fernando Atria
In victory magnanimity
Fernando se ha tomado la molestia de responder de forma detallada mi crítica a su libro. No puedo sino estar agradecida por su deferencia, aun cuando no sea ella la que motiva su respuesta. He leído con gusto su réplica y me ha hecho reír bastante, por lo que estoy segura que los lectores la disfrutarán. No es mi ánimo con este texto responder a la crítica de Fernando, y ello no por falta de deferencia hacia él, sino porque creo que la Defensa siempre debe quedarse con la última palabra. Por lo demás, su réplica no hace sino mostrar de forma mucho más nítida los problemas formales de los cuales acuso su libro. Confío entonces en el buen juicio del lector, sobre todo considerando que tiene suficiente material para formarse su propia opinión (no nos olvidemos que el libro de Fernando está accesible en las librerías y mi crítica y su réplica están en este blog).
Con todo, me parece necesario aclarar un punto, que de ser ignorado puede llevar a confusión, confusión que claramente tiene Fernando. Mi crítica a su libro se enmarca en el contexto de una invitación que me extendió la Facultad de Derecho de la Universidad Alberto Hurtado a comentar su libro, de ahí su carácter oral y su brevedad. Por lo general, me parece de mal gusto que los invitados a comentar un texto se dediquen a comunicar sus propias ideas, en vez de enfocarse en la tarea asignada. Las presentaciones o comentarios de libros no son la ocasión para escuchar las ideas del comentador sobre tal o cual tema, sino la opinión del invitado sobre el libro en cuestión. En este sentido, pese a no pronunciarme sobre los temas tratados en el libro, no creo que se me pueda acusar de no tener opinión sobre el libro de Fernando. Mi crítica se centró en los aspectos formales y no propiamente en los de contenido, pues creo que ahí radica el principal problema del libro. Es por ello y por deferencia hacia el autor, que evité lo más posible entrar a opinar sobre los distintos asuntos de educación, pues no se trataba de mis ideas, ideas que a todo esto (para sorpresa de Fernando) no son muy distintas a las suyas, sino de comentar, en su mérito, los argumentos y análisis que él nos ofrece. Como ven, del hecho que me abstenga de expresar mis propias ideas sobre educación no se sigue que no las tenga. También es falaz inferir a partir de la crítica de los argumentos que defienden o atacan una idea el rechazo o el apoyo a la idea en sí; eso sería ignorar la no sutil diferencia entre contenido y forma, entre lo defendido y los argumentos utilizados en su defensa. Tampoco es correcto creer que el considerar difíciles y complejos los asuntos implique no tener una opinión sobre ellos. Menos entonces se puede concluir del hecho de no expresar mis ideas sobre educación, que estoy a favor del statu quo y por ende sea neoliberal, como lo sugiere el autor. “What’s in a name? That which we call a rose.
By any other name would smell as sweet.”
No me interesa entrar en la discusión de si soy neoliberal, liberal, conservadora, izquierdista, amarilla o comunista, como tampoco me interesa establecer cuál de estos adjetivos, si alguno, conviene al autor; pues creo que no agrega ni quita nada a mi comentario sobre el libro, así como tampoco a la crítica que hace Fernando de mi comentario, que es de lo que aquí se trata.
Por último, y a modo de comentario al margen, ¿de dónde saca Fernando mi supuesto temor reverencial hacia Rawls? Es curioso, pues soy bastante crítica de la teoría de la justicia de Rawls. Si lo cité, fue más bien porque es el argumento que utiliza Fernando en su texto y porque además, convengamos en esto, es otro lugar común en el debate público hoy.
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José Pablo Arellano Marín se incorpora al Sillón N°32 de la Academia 19 diciembre, 2024 El nuevo numerario pronunció...
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