¿Hay salida de este callejón? En torno a la monetarización del oficio académico
Manuel Gil Antón, Campus Milenio, septiembre 2012
En íntima confluencia con un cambio profundo de la relación Estado – Sociedad en todas las dimensiones de sus complejos vínculos, ocurrió una transformación en los procedimientos que guían a las trayectorias académicas de los profesores universitarios mexicanos (e, incluso, en los que orientan el desempeño de las instituciones de educación superior). No fue menor. Ya cumple esa mutación, desde su ensayo original, 28 años, y más de dos décadas su extensión a todo el sistema educativo terciario. Esta reconfiguración requiere una estrategia analítica para hacerla inteligible, o, al menos, una conjetura ordenadora que permita entender lo sucedido y, así, dejar a un lado descripciones que no contribuyen a comprender lo acontecido y se agotan en referencias anecdóticas o costales de adjetivos.
Un hilo conductor para el laberinto
A pesar que un grupo de científicos considera propia la idea que, a su juicio, permitió salvar a la ciencia mexicana en los difíciles años ochenta, cuando la caída de los ingresos llegó a superar el 60 por ciento de su poder de compra al final del decenio, es posible que, en realidad, hayan propuesto, sin percatarse, un mecanismo —el Sistema Nacional de Investigadores (SNI)— que calzaba a la perfección con una modalidad diferente en la dotación del gasto público por parte de los nuevos sectores dirigentes del país. El presidente De la Madrid acepta, en 1984, la propuesta de entregar recursos adicionales a los investigadores mediante una evaluación externa a la institucional, justo cuando está “adelgazando” al Estado, ha firmado acuerdos internacionales para abatir los aranceles en el intercambio comercial, y es parte del grupo que cuestiona, y rompe con, la asignación tradicional de fondos públicos a las corporaciones e instituciones en las que se basó el régimen de la revolución institucionalizada.
En breve, la estrategia del SNI se desplaza del acostumbrado reclamo por incrementos salariales al conjunto de los profesores de las universidades públicas mexicanas, a la moderna forma de transmisión personalizada de recursos adicionales, independientes al salario contractual, siempre y cuando se acepten o cumplan determinados requisitos. ¿Qué es lo que cambia? El destinatario de los fondos ya no es un conjunto más o menos organizado, sino individuos específicos. Se focaliza al beneficiario; además, las transferencias económicas no son canalizadas por las vías contractuales y serán dispensadas si, y sólo si se cumple un conjunto de condiciones. En otras palabras, la convergencia entre los padres fundadores del SNI con el nuevo grupo gobernante era más profunda que lo imaginado por ellos en 1984: consistía en ya no otorgar subsidios generales a corporaciones, propio de un Estado quizá no de Bienestar, mas sí de “Beneficencia”, sino proceder a través de Transferencias Monetarias Condicionadas (TMC) individualizadas, coherentes con una concepción “liberal” del Estado que regula —es un decir —al mercado, e introduce la lógica mercantil en las relaciones que establece con la sociedad. El Banco Mundial afirma:
“En este informe se (…) plantea un marco conceptual que analiza la justificación económica y política de las TMC; se examina la creciente evidencia empírica acumulada sobre las TMC, en especial aquélla proveniente de evaluaciones de impacto; se analiza cómo el marco conceptual y los resultados sobre los impactos deben utilizarse como insumos para el diseño de programas de TMC en la práctica, y se estudia qué lugar ocupan las TMC en el contexto más amplio de las políticas sociales”. Fiszbein y Schady (2009;2)
Nuevas políticas sociales: ejemplo mundial es el antiguo Progresa, ahora Oportunidades. Se determina con algún criterio, en este caso cierto nivel de pobreza, a la población a atender. Es necesario, luego, focalizar a los receptores de las transferencias a los que se les otorgan recursos con la condición de enviar a sus hijos a la escuela, asistir a las clínicas y aceptar los mecanismos para evitar la desnutrición. El objetivo: generar “capital humano” que, dados estos apoyos, permita la ruptura del ciclo de reproducción intergeneracional de la pobreza pues, gracias a los rasgos condicionantes, los menores atendidos encontrarán después, en el mercado, posiciones laborales que permitan ingresos y estatus ocupacional distintos a los de sus progenitores.
No es el caso detenernos en el análisis de los resultados de este tipo de políticas sociales en general, sino apreciar la honda semejanza en su lógica con la que subyace al SNI: a partir de su puesta en práctica, se otorgan recursos adicionales a quienes acepten ser evaluados en relación con dimensiones prestablecidas propias de la actividad de investigación. Esa es la condición central. Y como sin jerarquía en la academia no hay distinción, se establecen niveles: candidato a ser parte de los que reciben las transferencias, reconocidos con un monto pequeño pero prometedor; los que ya las reciben en un primer nivel; los aventajados luego y los ejemplares al final (pocos). En cada escalón hay un monto preciso, creciente en la medida en que se suban los peldaños. Dinero primero, luego prestigio: hoy moneda de curso legal, material y simbólico, para diferenciar a los académicos mexicanos. Las palabras y la forma de enunciar las cosas tienen fuerza y esclarecen: si primero se era parte del SNI, ahora ya se es, o no, un SNI.
No es agradable, quizá, encontrar similitudes tan precisas entre los criterios de los programas de política social para los más pobres, y los empleados con el fin de aportar recursos adicionales a una de las comunidades más sofisticadas de cualquier país: sus científicos. La conjetura analítica que se presenta tiene sentido en la medida en que se advierta que la confluencia reside en la lógica general que subyace a todas las TMC, y no en equiparar las condiciones de los más necesitados del país con la urgencia, percibida o real, por parte de los investigadores a mediados de los años 80, de una solución al desplome de los salarios so pena de perder, o mermar significativamente, a la porción de la población nacional con más avanzados certificados educativos.
A la intención política de transitar por la vereda de las TMC en la investigación, que a inicios de los años noventa se expandió a todo el sistema universitario público nacional, con las Becas y Estímulos, o las Primas al Desempeño, le acompañó, para incluir otros elementos en el análisis, por un lado la incapacidad de las autoridades universitarias para ejercer sus funciones y corregir la falta de trabajo efectivo derivada de la caída salarial (no ejercieron su tarea de distinguir el trabajo real de su apariencia, función de toda autoridad laboral que se reconozca como tal) y, por el otro, una visión de la vida universitaria, de parte de las organizaciones gremiales, que no tuvo capacidad de advertir las características singulares del trabajo académico, y operó con la lógica del “trabajo abstractamente humano”: sin tomar en cuenta la diversidad disciplinaria y sus estilos de desarrollo peculiares; sin distinguir lo que es un tabulador, orientado por la antigüedad y el cumplimiento formal, de una estructura jerárquica basada en las capacidades y responsabilidades asociadas a las categorías y niveles, así como – en el extremo – una manera de concebir la tarea sindical que llegó al límite de defender el derecho al “no trabajo” como prestación en algunos casos. Todo esto en medio de una crisis económica profunda, y en el contexto de cambios legislativos importantes.
El callejón
Si la conjetura sobre las TMC como denominador común al SNI y las Becas, Estímulos o Primas (con todos sus niveles) no es desatinada, podemos ver que un plan de choque ante la crisis de los ochenta, como afirman algunos que se concibió, se ha convertido en política pública sostenida por más de un cuarto de siglo.
Los efectos perversos son muchos y se han documentado: producción de bajo perfil aunque redituable para obtener las TMC; descuido de la docencia, ruptura del trabajo arriesgado y grupal… Hay otras menos dichas: ¿es posible la autonomía de las instituciones, si para conservar el SNI hay que privilegiar las agendas personales por sobre las institucionales? O peor: tal vez, ya las agendas institucionales no existen del todo, soterradas en parte por la necesidad de tener muchos doctores con SNI (y a veces sin él necesariamente) so pena de no contar con los elementos, indicadores “deseables”, para otra modalidad de TMC: los Fondos Especiales a concurso, condicionados, tales como el PIFI, el PROMEP, los Cuerpos Académicos… La abundancia de profesores que sean sni es condición para colocar a los posgrados en el Padrón Nacional de Posgrados de Calidad, membresía que conduce a contar con becas para los estudiantes, así como acceso a fondos para investigar.
Estamos frente a otra cara de la misma moneda (política): en lugar de ser los individuos la escala de observación, los Fondos, Padrones y demás artilugios apuntan a modificar la conducta de las instituciones. “¿Más dinero? Llenen tales y tales formatos… son libres, no más que si no lo hacen, lo que tendrán es el dinero justo para la nómina reconocida y un poco más… nada más.
¿Por qué afirma quien esto escribe que se trata de un callejón? Dado el tiempo transcurrido —más allá de una generación de académicos afectados por la crisis ochentera—, la consolidación de lo eventual como firme, y el olvido de lo firme ante lo eventual cristalizado, las nuevas generaciones de académicos procuran entrar cuanto antes, o ya entraron, aceleradamente, al sistema de las TMC. En ese contexto en que priva la lógica de obtener las máximas asignaciones monetarias lo más pronto posible como condición estructural para sobrevivir, material y simbólicamente, han sido socializados y a encumbrarse a toda velocidad en sus distinciones se dirigen. Por ello, estamos frente al fenómeno de “jóvenes ancianos” en la academia, pues logran llegar a los niveles altos de reconocimiento de las diversas TMC cuando aún están en fases de su desarrollo relativamente tempranas… ¿qué sigue después? No caer del nivel alcanzado… Sostenerse.
¿Cara o cruz?
¿Hay, habrá salida y condiciones para modificar este entramado ya relativamente añejo? Está muy clara la crítica. Dado que sólo se destruye lo que se sustituye, es factible arribar a la siguiente conclusión: si se quisiera volver a contar con, o construir por primera vez, una carrera académica pautada, instalada en las instituciones y su diversidad, con sueldos adecuados y progresivos como es propio de una trayectoria, de tal manera que ya no fuese necesario el SNI ni las TMC internas en y a las instituciones, harían falta académicos asociados, convencidos de la necesidad de la transformación de la situación actual, paulatina, es cierto; sin golpes en la mesa sino progresiva, es verdad; con una estrategia sensible, propia de una difícil transición, de acuerdo… pero que apunte a tener, en efecto, carreras académicas (la diversidad no sería asunto banal) y ya no a correr por las TMC propias de los académicos. ¿Hay socios suficientes? No lo parece. ¿Imagina usted el escándalo de la propuesta de ir desapareciendo el SNI poco a poco, habida cuenta del arduo aprendizaje en evaluación que luego de un cuarto de siglo ya se adquirió? Sería enorme: “no le muevan, no le toquen nada al sistema, que ya sabemos cómo hacer para sobrevivir… y tampoco quiten el PIFI, que ya entendimos cómo conseguir ese dinero”. Es esperable una profunda resistencia pues más allá del dinero, se ha colado por las grietas, como humedad en la pared, la dimensión del prestigio individual e institucional en las claves simbólicas establecidas y numeradas: ¿qué nivel eres, tienes PRIDE 8, estímulo a la docencia 14?
Lo más preocupante, si se considera inconveniente la situación actual, es la “contaminación” de la lógica de las TMC a las nuevas generaciones: si vienen encaminadas, encarriladas, aleccionadas desde temprano a prosperar en el mismo sistema, ¿qué esperar? El callejón sin salida, por lo tanto, es factible, y la reproducción ampliada de los problemas suscitados por estas políticas resultaría imparable. ¿Conviene? ¿Es la única posibilidad? ¿No hay nada qué hacer?
Es duro suponer que no hay salida, pero también realista reconocer que no se alcanza a ver luz al final del túnel… quizá porque donde algunos ven sombras y pedruscos, otros advierten claridad y terreno llano; para ellos, la verdadera noche retornaría, sin remedio, si nos hiciéramos cargo de intentar construir, y luego transitar hábilmente a, una carrera académica ayuna de trabajo a destajo, con paga justa, labores que no eludan la evaluación, pero que se evite la orientación, tan de corto plazo, del dinero. Las monedas abundantes producen modificaciones aceleradas en los hábitos de consumo y distinciones triviales; nunca el dinero, per se, ha producido tradiciones académicas. El dilema, entonces, no es menor. Rebasa el águila o sol de un volado. Radica en dilucidar si estamos en una vía cerrada, o en una amplia avenida. Nada más.
Manuel Gil Antón
Investigador de la UAM Iztapalapa y del Centro de Estudios Sociológicos (CES) del Colegio de México.
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