Columna de opinión publicada en El Mercurio, página de Educación, domingo 25 de marzo de 2012.
Gratuidad de la educación para qué y quiénes
¿Se justifica exigir gratuidad de la educación? Sí a nivel de la enseñanza temprana, de la primaria y secundaria.
José Joaquín Brunner
Es sabido que, en comparación con el promedio de los países de la OCDE, Chile gasta en educación sustancialmente menos en todos los niveles (moneda con igual poder adquisitivo). Lo interesante, sin embargo, es observar que mientras en preprimaria (niños de 3 y más años) y en educación superior invertimos alrededor de dos tercios del monto invertido por el promedio de la OCDE en cada caso, en el nivel primario en cambio llegamos apenas al 38% y, más dramático aún, a un enflaquecido 29% en el nivel secundario.
Es decir, el gasto es razonable al comienzo del proceso formativo, aunque falta ampliar el acceso a los hogares de menores recursos y con menor capital cultural y social. Luego, en los niveles decisivos para el aprendizaje de competencias cognitivas, interpersonales y de manejo de sí mismo, el gasto es claramente insuficiente, con excepción del pequeño círculo que asiste a colegios privados pagados.
Y el gasto vuelve a alzarse comparativamente en la educación superior, claro que imponiéndoles una gravosa carga a los estudiantes y sus familias.
¿Cómo evaluar este patrón del gasto educacional desde el punto de vista de la equidad? Sin duda, como progresivo al inicio, pero con insuficiente participación de los niños con mayores necesidades, lo cual limita su efecto de compensación de desigualdades. Enseguida, como regresivo a lo largo de la educación obligatoria, donde la sociedad chilena gasta más en los jóvenes que más tienen y menos en aquellos provenientes de cuna desfavorecida.
Así, el efecto Mateo consuma sus perversas consecuencias, beneficiando a los herederos del capital socioeconómico y cultural y postergando a los desheredados de la comunidad.
Finalmente, a nivel terciario, el alto costo de la educación es compartido entre el presupuesto público y los particulares que se beneficiarán con su inversión en capital humano, lo cual es positivo para la equidad.
Sin embargo, el Estado necesita incrementar aún más la cantidad y mejorar la calidad de las becas y créditos estudiantiles, y las universidades, por su parte, deben justificar los aranceles que cobran y controlar costos, elevar las tasas de retención de sus alumnos y de graduación oportuna, y hacer más pertinentes y eficientes sus currículos de formación técnica y profesional. De lo contrario, la masiva participación de las actuales y futuras generaciones podría frustrarse por falta de apoyo público.
En este cuadro, ¿se justifica exigir gratuidad de la educación? Ciertamente sí a nivel de la enseñanza temprana y obligatoria (primaria y secundaria), la que debiera ser financiada íntegra y generosamente por la renta nacional. Es una condición ineludible para que los jardines infantiles y colegios subvencionados puedan compensar desigualdades de origen, revirtiendo en lo posible el efecto Mateo. Por el contrario, traspasar el costo completo de la educación superior a los contribuyentes no sólo favorecería a los jóvenes ricos en medios económicos y culturales y en contactos sociales, sino que desviaría, además, recursos requeridos para asegurar la efectiva gratuidad y calidad de la educación preescolar y escolar, postergando así la respuesta al problema más básico de productividad y justicia social que enfrenta la sociedad chilena.
¿Es imprescindible para estos fines llevar a cabo una reforma tributaria que incremente los ingresos del Estado? Sí lo es, a condición de que el monto recaudado sea significativamente superior al anunciado por el gobierno; se destine a objetivos educacionales claramente delineados y acordados; se reserve básicamente para educación inicial y obligatoria y para los estudiantes de escasos recursos de la educación superior, y que su aplicación se acompañe de sustanciales mejoras de la gestión institucional.
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