Expectativas confusas
El Mercrurio, 22 de enero de 2012
Es necesario refundar nuestra esfera público-educacional, abandonando toda nostalgia por esas ideas prusianas y francesas que caducaron con el siglo pasado, como lo es creer que la sociedad valora lo público como una suerte de ideal supremo.
José Joaquín Brunner
El sistema educacional chileno comienza el año con un cuadro de confusas expectativas. Convaleciente aún de un agotador conflicto, sin embargo muestra vitalidad: un nuevo ministro de amplio criterio, proyectos claves tramitándose en el Parlamento, un presupuesto liberal para el 2012 y un proceso de admisión a la educación superior completado sin tropiezos.
Con todo, una corriente nerviosa mantiene en tensión a la comunidad educativa. Se teme que pronto puedan reiniciarse las protestas y tomas. Los sostenedores municipales y privados no saben a qué atenerse; participan en un juego cuyas reglas se hallan en suspenso. Gobierno y oposición se miran con recelo, incapaces de generar acuerdos.
Contribuye al desorden de expectativas el hecho de que habiéndose echado las bases para una transformación del gobierno del sistema (con agencias de calidad y superintendencias), en la práctica, ésta permanece sin concretarse, lo cual crea la sensación de un sistema sin conducción. La ausencia de una carta de navegación gubernamental, que por dos años hemos criticado, ahonda dicha sensación.
Más al fondo, la confusión de expectativas echa raíces en la contradictoria, casi alienada, conciencia y discurso con que operan diferentes actores frente a este sector. Mientras celebran ritualmente la posición estratégica y el valor paradigmático (sic) de la educación pública, en la práctica, sin embargo, la marea de preferencias privadas corre en sentido contrario. Y ninguna autoridad, partido político, líder gubernamental u opositor, dirigente gremial, religioso, académico, empresarial o cultural parece dispuesto a hacerse cargo de esta situación. Más bien optan por afectar la voz, denunciar la situación, explotarla con fines polémicos y utilizarla políticamente. Los réditos ideológicos y mediáticos son de suyo evidentes.
En el intertanto, numerosas familias retiran a sus hijos de establecimientos municipales; la educación pública se deteriora por la pérdida de continuidad de sus rutinas formativas y los propios directivos de instituciones académicas estatales parecen sobrepasados y escépticos. Suelen incurrir, además, en el anacronismo de creer que la sociedad valora lo público como una suerte de ideal supremo (al estilo de la Francia o Prusia del siglo XIX), con independencia de la manera como aquel ideal se comporta en la práctica cotidiana.
Por este camino se va enajenando el discurso y concepto de lo público, que se aleja progresivamente de las circunstancias reales de la sociedad y de los intereses y valoraciones de las personas, las familias y diversos estratos de la comunidad. Lo público-educacional (el estado docente de antaño) queda así atrapado en una estrategia obtusa que se niega a fundar lo público (del siglo XXI) sobre nuevas bases, como inevitablemente tendrá que ocurrir en Chile.
En efecto, lo único que en medio de la confusión de expectativas resulta seguro al iniciar 2012, es que el sistema mixto (público-privado) de provisión y financiamiento educacional continúa expandiéndose y consolidándose a la vez, incluso -¡ay, paradoja!- como efecto de las dinámicas de protesta que al final tuvieron este efecto virtuoso. (La historia produce sus efectos a espaldas de los hombres, decía Marx).
Es a partir de esta constatación que debemos refundar nuestra esfera público-educacional, abandonando toda nostalgia por las ideas prusianas y francesas que caducaron con el siglo pasado.
“Lo único que resulta seguro al iniciar 2012, es que el sistema mixto de provisión y financiamiento educacional continúa expandiéndose y consolidándose a la vez, incluso -¡ay, paradoja!- como efecto de las dinámicas de protesta que al final tuvieron este efecto virtuoso”.
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