Alineando el trabajo internacional con las prioridades institucionales de la educación superior
The Chronicle of Higher Education, May 2, 2011
Francisco Marmolejo
Un reto clave que tienen frente a sí las personas, departamentos universitarios y asociaciones involucradas en la educación internacional es convencer a los líderes institucionales sobre la importancia que su trabajo puede tener en apoyo a la misión de las instituciones de educación superior.
Al mismo tiempo, los titulares de las propias instituciones usualmente expresan su frustración por la limitada comprensión que existe tanto al interior como fuera del campus universitario sobre los difíciles retos que ellos enfrentan en el manejo de una organización compleja que se caracteriza por tener prioridades e ideas ilimitadas –una de ellas la agenda de internacionalización- pero, al mismo tiempo, con recursos limitados. Frecuentemente la agenda internacional es percibida por los directivos institucionales como una de esas ideas en la lista de prioridades a ser atendidas en el futuro cuando lleguen mejores tiempos y se tengan más recursos disponibles.
Inclusive en el campo de las asociaciones especializadas en la educación internacional una meta compartida sin excepción es encontrar la fórmula mágica que les permita tener más protagonismo en la educación superior en general. De alguna manera tales asociaciones reflejan la frustración expresada por sus miembros cuando ellos no logran atraer la atención e interés y, por supuesto, la adecuada asignación de recursos de parte de las autoridades de sus respectivas instituciones para llevar a cabo su función. En el otro lado del espectro, la agenda de trabajo de las conocidas como “asociaciones de rectores o universidades” suele estar principalmente dominada por las tensas negociaciones que deben llevar a cabo con sus respectivos gobiernos en busca de más recursos o menos regulaciones, así como por el trabajo que hacen en diferentes frentes para lograr un mayor reconocimiento social sobre la importancia de la educación superior en el desarrollo económico y social del país. Nuevamente, para estas asociaciones, la agenda internacional puede ser considerada como algo relativamente marginal en comparación con otras presiones cotidianas más urgentes.
¿Existe un punto de convergencia entre las prioridades internacionales e institucionales?, ¿existe alguna forma de acercar ambas perspectivas aparentemente en conflicto?, o ¿existe algún margen para tener un dialogo constructivo entre las asociaciones de la educación internacional y las asociaciones nacionales de rectores o universidades?. Tal fue precisamente el tópico de la 4ª. Reunión de Asociaciones de Universidades organizada por la Asociación Internacional de Universidades (IAU) que se llevó a cabo hace unos días en Nueva Delhi bajo los auspicios de la Asociación de Universidades de India (AIU). Los organizadores de este evento lograron convocar a representantes de más de 60 asociaciones de todo el mundo , incluyendo tanto las dedicadas a la educación internacional como la Asociación Mexicana para la Educación Internacional (AMPEI) o la Asociación de Administradores de la Educación Internacional (AIEA), como a las asociaciones de rectores o universidades tanto nacionales como regionales del tipo del Consejo Estadounidense de la Educación (ACE) o la Asociación de Universidades de África (AAU). Yo asistí representando al Consorcio para la Colaboración de la Educación Superior en América del Norte (CONAHEC).
En el encuentro de Nueva Delhi era evidente que la retórica utilizada por los dos tipos de asociaciones –internacionales y nacionales- tiende a ser diferente. El reto planteado por los organizadores era encontrar el punto de convergencia entre ambos tipos de discurso. Tarea nada fácil si consideramos, para empezar, que la internacionalización de la educación superior suele tener diferentes significados que varían en función de quién la plantea. Al menos hay un consenso en el reconocimiento de la importancia de la internacionalización de la educación superior. Como lo expresara Molly Corbett-Broad, presidenta del Consejo Estadounidense de la Educación, “el ritmo de cambio en la arena internacional en la educación superior ha aumentado exponencialmente, es crecientemente complejo y ya no puede ser ignorado por las instituciones y los gobiernos”.
Ahora bien, ¿qué hay del ideal de preparar a estudiantes con un amplio sentido de ciudadanía global, capaces de trabajar en equipos y ambientes internacionales, que tengan un refinado sentido de tolerancia y concientización multicultural, que hablen varios idiomas y que tengan un claro sentido de responsabilidad tanto local como global?. En palabras de Eva Egron-Polak, Secretaria General de la Asociación Internacional de Universidades, “la Internacionalización debe contribuir a reducir brechas, a aumentar el respeto y aprecio entre los individuos, a abrir nuevas oportunidades y a expandir las fronteras del conocimiento de forma tal que todo esto no sea en detrimento de las comunidades locales y del mundo en su conjunto, ni ahora ni en el futuro”.
No obstante, la justificación y el significado de la internacionalización de la educación superior puede variar entre gobiernos, empleadores, líderes institucionales, académicos, estudiantes y profesionales de la educación internacional. También su uso y significado varía de una región del mundo a otra.
Por ejemplo los gobiernos frecuentemente vinculan la internacionalización de la educación superior con el mejoramiento del perfil o prestigio de una región o país. ¿Cuántos gobiernos nacionales no han expresado su frustración cuando ven que solo alguna o ninguna de las universidades de su país están incluidas en los famosos rankings internacionales de instituciones de educación superior?. Muchos de esos gobiernos inclusive han decidido por decreto (no siempre de manera realista) que para determinado año-meta el país tendrá cierto número de universidades de clase mundial. En esta misma tesitura, algunos gobiernos han logrado convencer –previa inyección considerable de recursos financieros- a instituciones educativas extranjeras –algunas prestigiosas y otras no tanto- a abrir un campus en sus países bajo el supuesto de que esto ayudará a la nación a asumir un papel de mayor importancia en la economía del conocimiento. De hecho, de acuerdo con Kevin Kinser y Jason Lane, del grupo Global Higher Education, en años recientes el número de extensiones de universidades extranjeras en el mundo ha aumentado sustancialmente, pasando de sólo 15 en 1995 a un total de 165 en el 2011. Un aumento de 11 veces en solo 16 años.
Para los empleadores la internacionalización de la educación superior puede simplemente significar la disponibilidad de egresados de instituciones de educación superior con adecuadas competencias internacionales inclusive si esto equivale a tener que reclutarlos en el extranjero. Para los académicos de las universidades la internacionalización puede traducirse en tener posibilidades de colaborar con colegas de otros países en sus tareas de investigación. Para los estudiantes, puede referirse fundamentalmente a contar con oportunidades para hacer un intercambio en el extranjero o para aprender un segundo idioma.
Es posible que la Internacionalización para algunos directivos de instituciones de educación superior pueda referirse a la competitividad y prestigio de su institución traducida en un mejor posicionamiento en los rankings. No es un mito que en el caso de instituciones en las que existen procesos de elección rectoral, algunas campañas de candidatos suelen basar su plataforma político-académica en el concepto de la internacionalización, aunque usualmente esto sólo queda en un recurso retórico que, una vez ganada la elección, se traduce en ciertas acciones más bien modestas y poco coordinadas.
Para otros líderes institucionales la internacionalización simplemente representa la oportunidad para obtener recursos adicionales para la institución. En pocas palabras, para ellos la internacionalización es, simple y llanamente, dinero. Algunas juntas de gobierno de universidades contribuyen a la distorsión en esta materia cuando –como sucede en algunos casos- establecen políticas para incrementar el salario del titular de la institución si ésta escala posiciones en algún ranking internacional.
También existe el caso de directivos institucionales para los que la internacionalización se asocia con la firma de convenios de cooperación internacional, la atención en el campus a representantes de otras instituciones o los viajes al extranjero. En esos casos, no suele haber mucha sustancia detrás de la firma del convenio y la correspondiente fotografía publicada en algún periódico local. Yo suelo referirme a esta tendencia como “la amenaza del bolígrafo volador”.
Desde una perspectiva regional, algunos participantes en la reunión de Nueva Delhi argumentaron correctamente que la definición tradicional de internacionalización de la educación superior puede ser interpretada de manera diferente entre un país y otro. Por ejemplo, las aspiraciones internacionales de una universidad de un país en cuanto a atraer al mejor talento del extranjero para enrolarle en sus programas académicos o para incorporarle a la planta docente, puede ser visto de manera negativa en países afectados por la fuga de cerebros.
Afortunadamente existen algunos casos esperanzadores de universidades en las que la internacionalización se ha convertido verdaderamente en el pilar principal de planes estratégicos que toman en consideración, como debía esperarse, tanto el logro de las metas de la institución como el papel que la misma tiene y debe tener como ente responsable no sólo en el ámbito local sino también en el global. Ciertamente hay mucho por aprender de esos casos y también hay más por hacer en difundir tales experiencias exitosas.
Aquellas instituciones que lograr enraizar sus aspiraciones internacionales como una “estrategia transversal” (en lugar de una estrategia separada de sus tradicionales funciones de enseñanza, investigación y extensión) son las que estarán mejor posicionadas para responder adecuadamente a la complejidad de un mundo cambiante. Esto implica hacer que la estrategia internacional trascienda de la marginalidad y se convierta en un motor de cambio de cultura al interior de la universidad. En este caso, se logra transitar la internacionalización de la perspectiva tradicional que sólo tiende a ver la institución hacia adentro, hacia una que la vea considerando su papel y responsabilidad en los contextos local y global.
Al final de cuentas, discusiones como la efectuada en Nueva Delhi confirman que seguramente ha llegado el tiempo de re-examinar los supuestos y definiciones que hemos utilizado por mucho tiempo al referirnos a la internacionalización de la educación superior. Tal parece que los marcos de referencia tradicionales para definir este concepto ya no se ajustan a una nueva realidad. En palabras de Juan Ramón de la Fuente, ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y actual Presidente de la Asociación Internacional de Universidades (IAU): “¿Cuál es el propósito de la internacionalización y cómo se incorpora ésta en las reformas generales de la educación superior?, ¿en qué casos la internacionalización tiene una influencia positiva en los cambios en curso y en cuáles, si es el caso, también puede tener consecuencias negativas?. Si tenemos seriedad al destacar la centralidad de este proceso en la educación superior e investigación, entonces la internacionalización tiene que permear en todo el trabajo institucional. La interrogante queda en el aire: ¿es así?”.
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