La educación superior de África en el mundo: ¿Están ellos (y nosotros) listos?
By Francisco Marmolejo
The Chronicle of Higher Education, March 31, 2011, 2011
África es una fascinante y compleja región del mundo sobre la que, en general, somos extremadamente ignorantes y acerca de la cual hay una amplia variedad de estereotipos y concepciones equivocadas. En lo personal recientemente pude comprobar mi ignorancia al respecto cuando uno de mis hijos quiso comprobar mi conocimiento sobre esta remota parte del mundo al preguntarme simplemente los nombres de las capitales de los más de 50 países africanos. Confieso que sólo pude responder correctamente en pocas ocasiones. Inclusive en el ámbito de la educación superior también se tiene un limitado conocimiento e interés en la región. Como se indica en la recientemente publicada 3a. Encuesta Global sobre la Internacionalización de la Educación Superior Global Survey Report on Internationalization of Higher Education llevada a cabo por la Asociación Internacional de Universidades (IAU) en temas relacionados con la cooperación internacional la única región del mundo que considera a África como su principal prioridad es precisamente África. Además de ellos mismos, ninguna de las demás regiones del mundo consideró al continente africano ni siquiera como segunda o tercera prioridad.
Sabedor de mi limitado conocimiento de la región pero con la determinación de aprender, hace días viajé a Ouagadougou, la capital de Burkina Faso (¿sabe Ud. amable lector en donde está Burkina Faso?) aprovechando la oportunidad para dictar una conferencia en el Taller intitulado “Iniciativas de financiamiento y gobernabilidad sustentables en la educación superior en África”. Este evento atrajo la participación de representantes clave de universidades del sub-Sahara africano, ministros de educación, organismos no gubernamentales, representantes del sector empresarial, dirigentes de organismos multilaterales y directivos de fundaciones.
Como era de esperarse durante los tres días de la conferencia surgieron muchas preguntas y preocupaciones, así como pocas respuestas: ¿Es cierto que África es una causa perdida, o es que acaso el Continente Africano se está convirtiendo en un espacio de oportunidad para experimentar nuevas ideas y enfoques a la luz de un modelo económico global que no parece responder a los retos de la región?, ¿es posible detener la fuga de cerebros o cuando menos reducirla a niveles más tolerables?, ¿está África condenada a seguir entrampada en lo que algunos académicos han dado en llamar el “trauma post-colonial”, o la región ya está lista para dejar detrás su pasado y mirar hacia adelante?, ¿cuál es la viabilidad de largo plazo de sistemas e instituciones de educación superior en África?, ¿todo es cuestión de dinero, o lo que se requiere es poner en marcha prácticas de manejo institucional y gobernabilidad más eficientes?, ¿los organismos donantes internacionales están intentando modificar sus enfoques tradicionales de apoyo financiero a la región y, si así fuera el caso, cuáles son los modelos de financiamiento y gobernabilidad que puedan ayudar a que las instituciones de educación superior puedan mejorar su desempeño y efectividad?, ¿es posible hablar de una perspectiva continental africana en temas relacionados con la educación superior?, ¿puede el resto del mundo de la educación superior seguir ignorando lo que sucede en África? y, después de todo, ¿dónde están las oportunidades para la colaboración internacional más allá del tradicional enfoque asistencialista Norte-Sur?.
Naturalmente, cada una de las anteriores preguntas no tiene una respuesta simple (y si lo es, lo más probable es que ésta sea incorrecta), pero cuando menos algunas de ellas fueron ampliamente discutidas en Ouagadougou, además de haberse definido acciones concretas de seguimiento. La magnitud de los retos que enfrenta la educación superior en África puede parecer abrumadora, pero también las oportunidades podrían ser abrumadoras. De acuerdo con un examen sobre el financiamiento de la educación superior en África publicado recientemente por el Banco Mundial, en un periodo de 15 años el número de estudiantes universitarios se incrementó a una tasa anual del 16 por ciento en promedio, ascendiendo de sólo 2.7 millones en 1991 a 9.3 millones en 2006, en tanto que el nivel de financiamiento público solamente creció a una tasa del 6 por ciento anual. A pesar de tan dramático crecimiento, aún solo un 5 por ciento del grupo de jóvenes en edad de estudiar está inscrito en alguna universidad, lo cual resulta inaceptablemente bajo en comparación con el promedio mundial del 25 por ciento. La combinación de rápido crecimiento en matrícula y bajos niveles de financiamiento es mucho más aguda en los países más pobres del continente en los que, en el mismo periodo de tiempo, el número total de estudiantes se cuadruplicó mientras que el nivel de financiamiento sólo creció un 75 por ciento. Se estima que, si ésta tendencia continúa, para el año 2015 habrá entre 18 y 20 millones de estudiantes en la educación superior en África lo cual requerirá de cuando menos el doble de profesores que había en el sistema educativo en el 2006. En este contexto, tal como lo expresaran varios líderes institucionales africanos, los recursos para la investigación simple y sencillamente no existen, con la excepción del apoyo que puede ser aportado por gobiernos extranjeros y fundaciones y, en unos cuantos casos, por un sector empresarial aún incipiente. Las opciones son pocas considerando que en muchos países africanos la base fiscal producto de impuestos es muy limitada debido principalmente al hecho de la economía formal es aun relativamente pequeña. Por ejemplo en Burkina Faso solamente el 25 por ciento de la población en edad de trabajar tiene un empleo formal mientras que la gran mayoría de los habitantes se dedica a la agricultura de subsistencia o está subempleada por lo que no genera impuestos directos que pudieran incrementar los recursos gubernamentales que pudieran destinarse a la educación.
África desea tener un papel importante en el mundo. Sus deseos no están exentos de paradojas y contradicciones. Esto se puede ver inclusive en partes aisladas del continente como Burkina Faso, en donde las calles se encuentran repletas de hombres y mujeres transitando caóticamente en motocicletas a un lado de unos cuantos lujosos vehículos, en donde se han construido ostentosos hoteles justo a unas cuantas cuadras de humildes viviendas en las que se carece de los servicios básicos y en donde inclusive sobresale una enorme mezquita en construcción la cual es resultado de un generoso donativo del gobierno libio. Un buen ejemplo de la combinación entre esperanza y desaliento es que mientras los delegados internacionales asistentes en el encuentro de Burkina Faso se encontraban al interior de un lujoso hotel -por cierto también propiedad del gobierno de Libia- discutiendo cómo alinear la educación superior de África con las oportunidades asociadas con un mundo crecientemente globalizado y competitivo, por la noche se podía escuchar durante varias horas el ruido de metralletas de grupos descontentos con el régimen.
Independientemente de las múltiples disparidades en la región, parece emerger un consenso –al menos entre los participantes en el Seminario de Burkina Faso- sobre el reconocimiento de que, en el mundo actual, se requiere emplear un nuevo enfoque al referirse y al actuar en torno a la necesaria modernización de la educación superior en África. Esto representa un cambio importante de enfoque si consideramos que, como lo expresara el experto Jamil Salmi, “en el pasado inclusive el Banco Mundial consideraba que África no necesitaba un sistema sofisticado de educación superior, pero ya no es así”.
Sin adecuados conocimientos y habilidades, no se logrará cumplir las aspiraciones de los más de 200 millones de jóvenes africanos. Un líder de la educación superior de Túnez presente en el Seminario de Burkina Faso lo expresó de manera elocuente al señalar que los recientes levantamientos populares en el norte de África a los que muchos han dado en llamar la “revolución de la dignidad” deben ser un llamado de alerta a la región y al mundo pues constituyen un desesperado llamado de millones de jóvenes que ven con ansiedad y frustración un futuro incierto en el que persisten pocas oportunidades de educación, de empleo y de libertad.
Pero, ¿cómo nos afecta esto a quienes vivimos en lugares tan distantes de África?. Ritva Reinikka, Directora de Desarrollo Humano para África en el Banco Mundial, claramente lo expresó de esta manera: “Al final de cuentas, África es el continente del futuro si consideramos que es, desde el punto de vista demográfico, el más joven del mundo y, además, el que está creciendo más rápidamente. Considerando las tasas actuales de crecimiento demográfico, la población de África se estará duplicando en una generación”. En otras palabras, mientras que el resto del mundo continúa envejeciendo –incluso América Latina- África continuará teniendo la juventud que el mundo requerirá. Sin embargo, si adecuada educación, empleos y servicios adecuados de salud, el dividendo demográfico de África puede convertirse en un gran pasivo demográfico de la región y del mundo en su conjunto.
Incluso aquellos que están directamente involucrados en la política de la educación superior en África tienden a mostrarse pesimistas o escépticos. Sin embargo, al mismo tiempo, es alentador ver el surgimiento de un renovado sentido de esperanza y optimismo que es compartido por algunos.
Además, hay un conjunto de instituciones e iniciativas regionales –algunas de ellas altamente exitosas- que aportan razones adicionales para la esperanza. Algunas de tales iniciativas han surgido como producto de esfuerzos locales, en tanto que otras son resultado de alianzas internacionales. Por ejemplo, el Instituto Internacional de Agua y Energía (2iE), coincidentemente basado en Burkina Faso, recibe anualmente a estudiantes de 24 países; ofrece entrenamiento innovador en ingeniería, agricultura y ciencias del medio ambiente; lleva a cabo investigación relevante para la región; y logra atraer apoyos financieros de múltiples donantes internacionales. Esto resulta admirable considerando que Burkina Faso es un país ubicado como uno de los más pobres del mundo por lo que cuenta con recursos extremadamente limitados. De manera similar otros países cuentan con iniciativas similares altamente prometedoras como lo es el Instituto Africano de Ciencia y Tecnología “Nelson Mandela” establecido en el Instituto de Ciencia y Tecnología de Tanzania (NMAIST).
Otro caso interesante es la alianza internacional establecida para generar capacidad local a través de la Iniciativa de Liderazgo para la Salud Pública del Este Africano (LIPHEA), en la que participant tres universidades estadounidenses y tres africanas bajo el apoyo de la Agencia para el Desarrollo Internacional (USAID) del gobierno de Estados Unidos y del programa Educación Superior para el Desarrollo (HED). LIPHEA se enfoca en reducer las brechas en la formación de gestores para la salud pública y promueve ambientes favorables para los trabajadores de la salud. En menos de dos años, el programa LIPHEA ha brindado capacitación y adiestramiento a cerca de 200 funcionarios del area de la salud en seis diferentes países del este africano. Por otra parte, LIPHEA ha servido para vincular a profesores universitarios de las instituciones participantes lo cual se ha traducido en el desarrollo de un nuevo currículo y el establecimiento de 10 planes regionales de respuesta a emergencias, entre otros beneficios.
En los aspectos relacionados con la formación de recursos humanos de alto nivel, lo cual es una ingente necesidad en la región, programas como la Iniciativa Regional en Ciencia y Educación (RISE) finalmente han logrado encontrar vías para reducir el riesgo de fuga de cerebros. Si tomamos en consideración que de los africanos que salen al extranjero a realizar estudios solamente un 30 por ciento regresan a la región, es mucho más efectivo desarrollar programas locales encaminados a estimular la preparación “en casa” tal y como RISE lo está haciendo.
Hay también planes ambiciosos para la creación de una serie de instituciones continentales –no exentas de controversia- como el próximo lanzamiento de la Universidad Pan-Africana, apoyada por la Comisión de la Unión Africana. Esta iniciativa es vista por algunos como una oportunidad para combinar recursos entre las universidades participantes, mientras que otros asumen que es solo un proyecto con tintes políticos sin mayor sustancia.
Aunque existe un consenso en el grupo de líderes que asistieron al Seminario de Burkina Faso que ya ha llegado el tiempo para renovar esfuerzos y adoptar un nuevo enfoque, también se reconoce que es mucho lo que falta por hacer, pero que es válido soñar en un mejor futuro para la educación superior en la región. Como lo expresara Seraphin Moundounga, Ministro de Educación Superior de la República de Gabón, “ha llegado el tiempo para que África salga adelante”. Concluyó señalando que “con compromiso político y adecuado apoyo técnico, en 30 años el mundo estará sorprendido del milagro africano”.
Yo creo con firmeza que el futuro no es producto del azar y que tampoco puede solamente predecirse mediante una simple extrapolación, sino que es algo que se construye con acciones intencionales del presente. Ha llegado el tiempo para que África pueda construir el futuro que desea. También ha llegado el momento para que el resto del mundo preste mayor atención. Es en el mejor interés de todos.
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