“Yo he dicho a menudo que soy un cazador que escribe”
EL PAÍS publica por primera vez la entrevista que Juan Cruz realizó a Delibes [en la foto] para la Cadena Ser en 1999
JUAN CRUZ – Madrid – 12/03/2010
La caza, el periodismo, su vida familiar, sus pasiones y su forma de ver y entender la literatura y la fama… Miguel Delibes se sinceró con Juan Cruz en una entrevista para la Cadena SER en 1999, en la que también participa su hija Elisa. EL PAÍS la publica íntegra por primera vez.
Pregunta. ¿Por qué comenzó a leer Miguel Delibes?
Respuesta. Pues realmente creo que el comienzo de las lecturas suele ser fortuito; mi padre tenía dos pequeñas librerías con unos cuantos libros, pocos, que podían llamar mi atención, y entonces empecé a leer. Pero mi furia lectora vino de mi novia. Mi novia sí que era una lectora formidable, y hacía una colección que se llamaba La Universal, unos libros magníficos de calidad y de impresión y que eran muy bonitos.
P. ¿Y recuerda cuál fue el primero?
R. No estoy muy seguro, pero yo creo que leí un libro de las guerras napoleónicas de Chatriand. No estoy seguro porque recuerdo algo de los románticos franceses pero con seguridad no puedo hablar, pero estos fueron de los primeros.
P. Es obvio que la literatura de Delibes ha sido muy importante, pero ¿qué ha sido la literatura, la ajena y la propia, para Delibes?
R. Ha sido una auténtica dedicación. Yo he encontrado en la literatura el refugio que no encontraba tan perfecto en el cine o en el café o en la tertulia o en el juego. La relación de dos se establecía perfectamente entre una persona y un libro.
P. Usted le ha dado a muchísima gente compañía. Sus libros Cinco horas con Mario, Las ratas, La sombra del ciprés es alargada, todos esos libros les han dado compañía, ¿su propósito era darse compañía a sí mismo también?
R. Sí, mi afán al escribir era intentar comunicar a dos personas, emplear la pluma como elemento de comunicación con otros, y creo que esto se establece con una novela o con un poema.
P. Usted ha dicho alguna vez que sus personajes son la prolongación de usted mismo y en algún momento los ve crecer como si fueran personajes verdaderos y existentes. ¿Quiénes son esos personajes? ¿En qué momento usted los ve claros?
R. Yo he dicho a menudo que soy un cazador que escribe. Es decir, que yo tomé contacto con Castilla, con los elementos fundamentales de la Castilla profunda, mediante mis excursiones de cazador y pescador. Entonces aprendí su idioma, a hablar como ellos, y todos mis libros que vinieron detrás se referían a estos personajes, desde el ratero hasta el señor Cayo, que no tenía donde agarrarse en las primeras elecciones… Podemos decir que mi comunicación con el pueblo y mi idioma del pueblo lo aprendí en contacto con estos señores yendo yo a otra cosa distinta.
P. Y probablemente su contacto con la naturaleza le ha dado sabiduría, conocimiento de lo que es la relación de la vida con la muerte. Las cosas que ocurren están relacionadas con la naturaleza, y en los libros suyos siempre hay la creencia de que todo se acaba…
R. Yo creo que la terrible relación de la vida con la muerte nos viene dada desde que nacemos. Tengo la impresión desde chico de que estaba amenazado por la muerte. No de la mía, sino de la muerte de quienes dependía. Yo era un rapaz de 4 o 6 años pero tenía miedo de que me faltaran aquellos que me proporcionaban elementos para vivir, como eran mis padres.
P. ¿Y cómo reaccionó usted ante la evidencia de que eso no sólo era así, sino que se producía…?
R. Pues escribiendo La sombra del ciprés es alargada, una nefasta novela. Una novela mala, pero que tenía buenas intenciones. Quería decir que no nos agarráramos a las cosas de la vida porque eran efímeras, pero realmente yo escribí esta novela tan pronto tuve ocasión de hacerlo, cuando tenía 20 años.
P. La tristeza o la melancolía es la gasolina principal de la escritura…
R. Yo creo que la pérdida es uno de los móviles del escritor. El sentimiento de pérdida, que las cosas no van tan bien ni son siempre crecientes como pensamos, nos da razones para escribir y lamentarnos.
P. Usted ha escrito un libro después de la muerte de su esposa, que ha sido el gran amor de su vida, y luego ha escrito como si en efecto aquel hecho fundamental de su propia biografía le siguiera inspirando. ¿Qué ha sido el amor para usted?
R. Esto es una cuestión tópica, el hablar del amor como compartir creo que es una cosa tópica, el amor se establece desde el momento en que uno cede ante el otro o en que el otro cede ante el uno, de manera que ésta es la fórmula de avenencia que se sigue valorando a través del tiempo, y ésta es la forma en que se puede llegar a los 25 o 50 años de matrimonio, como vemos a menudo entre nosotros.
P. Usted ganó el Nadal siendo bastante joven. ¿Cómo recibió usted el premio?
R. Lo recibí con una gran emoción porque yo sabía que la cena del otorgamiento se celebraba en las Ramblas de Barcelona y yo estaba en Valladolid de periodista en juel Norte de Castilla. Generalmente yo era un hombre vago al levantarme a cortar el teletipo, pero esa noche no me ganó nadie. Yo entraba cada cinco minutos y arrancaba y miraba el teletipo. Hasta que en una de las entradas vi aquello: reunidos en tal restaurante, los miembros del jurado del premio Nadal, han decidido otorgar las últimas votaciones a Manuel Pombo Angulo con seis votos y a Miguel Delibes con seis votos por La sombra del ciprés es alargada. Calro, yo ya entonces no me pude guardar la primicia, y salí a la redacción y dije: “Soy finalista del premio Nadal”. Nadie sabía que yo escribía novelas.
Y me dicen: ‘No digas historias’. Y les dije, ‘Hombre, aquí lo tienes’. Y les entregué la noticia del viejo teletipos, que entonces que sonaban a tractores y entonces ya todo el mundo se puso en movimiento. Había un escritor falangista que había impuesto el ministerio de Franco, no me acuerdo, el Ministerio de Información y Turismo, y el cura que era descendiente de ellos y les preguntó al ministerio. ‘No tenemos ni idea de lo que le ocurre al señor Delibes’. Y el cura, ya más lanzado, llamó a Barcelona al restaurante donde se fallaba el premio Nadal: “Oiga, ¿es ahí lo del premio Nadal? ¿Me puede usted decir qué ha sido de Miguel Delibes?”. “Ha sido elegido premio Nadal”.
Aquello fue la locura. Botellas de vino, no había para champán, y la locura. Pero realmente fue una sorpresa, porque aquello lo sabían mi padre, mi madre y mi mujer, no lo sabía nadie más, de manera que cuando yo dije aquello se empezó a extender una noticia que era ignorada por la ciudad…
P. Miguel, está usted en Sedano, rodeado de algunos nietos, algunos hijos, la nuera, digamos que donde Castilla pierde su nombre, estamos cerca del País Vasco. ¿Qué es este sitio para usted?
R. Pues mira, este sitio primero es mi origen como persona y en segundo lugar mi origen como novio. Quiero decirte que mi abuelo, que era francés, hizo un alto en Molledo, en Santander, al lado de Reinosa y Torrelavega, y allí este hombre se enamoró de una montañesa y se casó. Y entonces ahí vinimos de esa boda, primero tres hijos y luego ocho nietos. Yo era uno de ellos. Pero yo entonces me enamoré de una chica que venía a pasar los veranos aquí a Sedano, pero claro, el trasladarse de Valladolid a Sedano o de Molledo a Sedano no era nada fácil. Pero yo tenía mi bicicleta, una bicicleta que tenía unas ruedas como las de los carros, que pesaba endemoniadamente pero que me valía para desplazarme, y yo vine varias veces a ver a mi novia en esa bicicleta y estuve viviendo en esa bicicleta hasta que salieron las primeras motos, la Montesa o la Vespa un poco más tarde. Y entonces ahorré y me compré una Montesa, y viajábamos los dos en Montesa. La novia era la esposa, y la madre de mis hijos, Ángeles de Castro.
P. ¿Esa fue la primera novia que usted tuvo?
R. Primera y última.
P. Yo había pensado que tenía usted otra novia antes.
R. Yo no era noviero. Era hombre de una sola novia, pero si la novia me hubiera dejado hubiera sido de dos novias. O tres novias.
P. Pero siempre ha sido un hombre fiel.
R. Sí, es evidente, he sido fiel a un periódico, he sido fiel a una novia, he sido fiel a unos amigos, a todo con lo que me he metido. A la pasión periodística, a la caza. Desde chico he sido fiel a todas estas cosas, lo mismo que hacía de chico lo he hecho de mayor. Con mayor perfeccionamiento, con mayor sensibilidad, con mayor mala leche, pero siempre haciendo lo mismo.
P. Usted vivió una época fundamental de la historia del siglo de este país que puso como ejemplo la posibilidad de que dos hermanos se pudieran matar, y usted dijo una vez que el amor y la violencia son las dos vías más frecuentes en el trato con los niños. Usted como niño vio aquella violencia sobre este país.
R. Yo lo que sé es que a los niños se les sonríe o se les da un sopapo. Es un trato amor/odio muy frecuente, ni un odio muy fuerte ni un amor tampoco demasiado demostrado, pero si no le estás dando un capón le estás acariciando, las cosas de los niños te ponen nervioso o te divierten, y yo he crecido siempre rodeado de niños, primero de ocho hermanos, luego de siete hijos y luego de 18 nietos, de modo que mi problemática con los niños no ha existido.
P. Y, ¿cómo era aquel niño, Miguel?
R. Era un niño melancólico, triste, no me gustaba nada ir al colegio, era al mismo tiempo muy callado. Nunca dije que no me gustara ir al colegio, me aguantaba e iba al colegio, sobre todo, después de las vacaciones de Navidad, era una cosa tan tremenda que me daban ganas de llorar aunque no llorase. Fui, estudié regularmente, saqué los cursos regularmente, uno por año, y me planté a los 15 años todavía con los pantalones cortos en el final de bachiller para empezar con una carrera. Pero tenía que empezar una carrera y con pantalón corto. Y Franco debió de pensar que era muy joven para entrar en la Universidad y abrió la Guerra Civil, entonces ya no pude soñar con hacer carrera. Las universidades se cerraron, yo no tenía edad para ir a la guerra. La guerra duró más de lo que uno pensaba, y ya cuando me vi que cumplía los 17, con otro montón de amigos hicimos una solicitud para irnos a la marina, antes de que nos llamaran y nos enviaran a infantería o a la Legión. En fin, a un destino mas problemático y difícil y peligroso, y nos fuimos al mar. Allí murió uno, allí cayó enfermo y murió otro, y los demás volvimos a Valladolid y nos encontramos con una situación difícil, con una situación de total censura.
P. ¿Y qué aprendió usted como ser humano de la Guerra Civil?
R. Lo que ya sabía, que en las guerra no gana nadie, pierden todos. Y si la guerra es civil, la pérdida es más fuerte que la de cualquiera otra guerra.
P. ¿Ese hecho acentuó su melancolía como ciudadano?
R. Eso me familiarizó con la muerte. En fin, se fue agravando lo que ya era de por si bastante grave.
P. Debió de ser difícil para una persona honesta vivir bajo el fascismo.
R. No, si más que el fascismo, lo que era difícil allí era tener familia que estaba convencida de que el otro lado era la verdad, y con otro grupo con el que estaba convencido de que la verdad estaba de su lado; más que el nombre de fascismo, comunismo, rompió las familias por completo. Unas familias se rompían, otros morían en el Alcázar de Toledo, era el final más triste que uno podía imaginar para aquella guerra, iniciada como en broma en el norte de África.
P. Manuel Rivas me dio una preguntas para usted y una de ellas se refería a una pregunta que también hace Vargas Llosa referida a Perú en Conversación en la Catedral. ¿En que momento se jodió España?
R. Yo creo que se jodió mucho tiempo antes. Yo no tenía edad para juzgar en el momento en que se jodió España, pero sí que la jodieron entre unos y entre otros. No hay la disculpa de decir no fue la derecha o no fue la izquierda, entre los dos jodieron España. Entre todos la mataron y ella sola se murió.
P. Y ahora, ¿cómo está de salud España?
R. Bueno, yo creo que está más asentada España de lo que estuvo nunca. Hoy me da la impresión de que hemos aprendido los dos, las izquierdas y la derecha, y que vamos entrando en una fase de estabilización, y aquellos mandos de los caciques de los pueblos y de los jerarcas políticos parece que se han terminado.
P. En sus correrías en pos del amor a Sedano y todos estos lugares donde iba a usted en bicicleta, parecía que iba a ser ciclista, y en algún momento hasta futbolista en el Sedano.
R. Pero futbolista lo fui siempre desde pequeñito y yo era un estilista y me partían la cara y no daba una. Una vez desafiamos en Valladolid los del periódico a los del circo Feijoo, y había dos chinos que eran unos cabrones. Yo llevaba la pelota, el chino me entró, no sé cómo entró ni cómo me puso la pierna, pero salí dando volteretas y caí medio muerto y ¡mi novia en la tribuna viéndome! Fue una de las grandes vergüenzas de mi vida. Fue un martirio chino vergonzoso, porque yo pensaba que al chino aquel que no tenía media guarra, yo pensaba que le iba a hacer rodar por el suelo y quitarle la pelota, y fue todo lo contrario. No sólo me quitó la pelota, sino que me hizo volar por los aires, cosa que era más difícil porque pesaba más que él y allí yo veía la tribuna y veía las risitas. Un desastre.
P. ¿Cómo es la vida cotidiana de Miguel Delibes?
Respuesta de su hija Elisa. Corriente. Hombre, yo creo que él quisiera que fuera más corriente, como antes de la operación, porque ahora pasamos más tiempo con él. Yo no sabía cómo era antes, porque no estábamos juntos tanto tiempo. Escribe menos, y lo demás, comemos juntos, cenamos juntos y paseamos juntos.
P. Le han regalado un termómetro.
R. Yo no, el de la caja de ahorros, porque tiene dinerito, es el que tiene, porque le encantan los termómetros. Entra a una habitación derecho al termómetro, ya cuando sube de 23 se deprime tanto… Le gustan mucho los termómetros.
P. Miguel, ¿qué marcan los termómetros?
R. Los grados, la temperaturas son el alma del hombre. Una temperatura para una vallisoletano que pase de 23 dentro de casa es una barbaridad, y que pase de 30 fuera de casa también es una barbaridad, mientras que unas temperaturas que no lleguen a 20 y pocos es suficiente para estar en casa. Resulta que en cada habitación de la casa hay una temperatura distinta, hay que tener termómetros en todas las habitaciones de la casa para saber a qué carta quedarse.
P. Tu padre, Miguel, le dijo una vez a Manu Leguineche que la fama era peor que una cabronada. ¿Cómo se ha defendido él de la fama?
Respuesta de su hija Elisa. Pues lo mejor que ha podido, pero desde luego sí que debía ser una cabronada, porque mi hermana la pequeña decía: “Yo no quiero ser famosa”. Le parecía lo más horrible, porque si no te gusta realmente es horrible. Entonces se ha defendido a base de su secretaria, y de decir no, llamen de cuatro a seis y de cuatro a seis tampoco. El otro día me preguntaba si en la lista de no concede hay inauguración de bodegas; pues no, pero ahora lo ponemos, de colegios sí que hay, de inauguración de calles, tampoco. Le decía a muchos que no, pero luego se quedaba mal. Queda mal con unos y otros.
P. ¿Y cómo ve usted la fama de los otros?
R. Un desastre completo. Lo de la fama que despierta la curiosidad y el morbo de la gente me parece una verdadera desdicha. Por ejemplo, el Premio Nobel, que tiene una desventaja bestial que es el dedicar un año o dos años a recibir a periodistas del mundo entero, a inventar respuestas para todo y a fastidiarte. La fama no tiene un lugar donde agarrarse que sea realmente positivo.
P. ¿Y cómo ha vivido usted su relación con los numerosos lectores que ha tenido?, ¿le perturba, le resulta gratificante?
R. Yo me quedo conforme con una doble actitud, el ir a dar una conferencia cada cierto tiempo a una ciudad en la que me consta que había admiradores y después con la firma de libros en Madrid en mayo. Con esto me daba por satisfecho. En Valladolid no había nada que hacer, nada que firmar, de manera que había unas cuantas condiciones pequeñas de las que no podías escabullirte. Pero bueno, tampoco esto me gustaba, no había más que bobadas, y se presentó una vez un tío en una caseta del Retiro, con un perro negro, y me dijo que se lo firmara a él y al perro, y se lo firme a él. A la media hora vuelve y me dice: ‘No le ha firmado usted al perro’. Yo ya no me acordaba, a qué perro, al mío, y yo ‘que los perros no saben leer’, ‘pero se lo leo yo y a mí me entiende’. ¡Pues fírmeselo usted, mi letra no la va a entender¡. Total, que acabamos riñendo, la gente protestando, y se fue al barrio de Salamanca otra vez.
P. ¿Cómo es la vida cotidiana en su relación con los lectores de Miguel Delibes?
Responde la hija. Responde él a mano, contesta todas las cartas. Algunas que son más complicadas se las paso a máquina, pero él contesta todas las cartas. Las abre, y luego me las pasa a mí.
P. Y supongo que lo que dijo antes de su mala leche, no responde a la realidad,
R. Es una persona muy amable…
P. Miguel, ¿cómo ha vivido usted la insistencia que ha tenido Madrid sobre su persona? Le hicieron académico, usted fue allí con un cargamento de palabras que eran casi todas referidas a pájaros, y Dámaso Alonso le hizo algún reproche por ello. Luego, José Ortega Spottorno le propuso que dirigiera EL PAÍS, usted no dirigió EL PAÍS y además casi no va a la Academia… ¿Qué es Madrid para usted?
R. Para mí es la ciudad del miedo. A mí Madrid me da miedo, porque si Valladolid me parece ya un enorme aparcamiento, Madrid me parece cinco veces ese aparcamiento, irresistible. Pero claro, se ha presentado cuando surgía la posibilidad de marcharme a Madrid, con mi mujer, con mis hijos, cuando quedó vacante mi cátedra de Derecho Mercantil en Empresariales. Aquello duró poco, la vacilación, porque mi mujer dijo que ella no se iba, pues mira, me has quitado la palabra de la boca, y no nos fuimos. Y luego el momento más peligroso fue cuando ella desapareció y me vino a proponer el viaje a Madrid Ortega Spottorno. Me dijo que tenía a mi disposición una redacción, un despacho magnífico, y que había alquilado un monte para que yo fuera a cazar los domingos y que se había preocupado de todo pero venía para ver si necesitaba alguna cosa más; y yo le dije: “Mira, José, yo para irme a Madrid a dirigir EL PAÍS, lo que necesito es tiempo para pensarlo, porque así de buenas a primeras… Yo necesito, tengo que cambiar de vida al morir mi mujer, pero no creo que la razón o la forma de cambiar de vida en lo sucesivo sea viviendo en Madrid”.
Volvió por allí y se lo dije. Mira, José, no cuentes conmigo. Hay muy buenos periodistas en España. No, hombre, hay muchos, pero EL PAÍS hay que dirigirlo con temple. Total, que le dije que no me iba a Madrid, porque tenía un peligro, me iba a Madrid, me encontraba encajonado en Madrid, me encontraba vendido en Madrid, pero no tenía salida de Madrid ni con el monte, y entonces me retiré, seguí en El Norte de Castilla. Luego había alguna otra posibilidad, pero nunca, es más, los que se habían hecho periodistas conmigo, como eran Umbral y Leguineche, y el cura Martín Descalzo, y en lugar de estar a gusto en Madrid, se iban de Madrid, uno a Guadalajara, el cura a su pueblo. Total, era tan asqueroso aquello, que José Luis Martín Descalzo se murió. Yo creo que el último conquistador de Madrid por las bravas fue Paco Umbral, se cogió el atillo, la carretera y llegó a Madrid; como se conquistaba Madrid antaño. Yo se lo digo a Paco, ya no hace falta hacer todo lo que hiciste. Lo bonito es ser el último que lo hizo. Hoy no tienes más que irte a por un premio, ganarlo y en Madrid ya están hablando de ti y tú no te has movido de Valladolid. Que sí, que tienes razón.
P. Hemos convocado a Gustavo Martín Garzo para hacernos una pregunta, y nos ha mandado una sobre la presencia continuada en sus obras de los animales y de la pérdida que se produce en la actualidad…
R. Realmente es una reflexión muy triste, porque esto de los animales no solo es grave, sino que también es incierto, no sabemos por dónde va a salir. La lectura del prólogo de Ortega y Gasset al libro del Conde de Yepes es de una sabiduría magnífica, pero entonces Ortega escribió allá por el año 40 que a medida que el campo español se domestica, la caza iría desapareciendo. Pero yo veía que las perdices aumentaban, las liebres y los conejos. Pero ha pasado el tiempo y lo que Ortega vaticinó en una parte se va cumpliendo y las perdices van desapareciendo y las tenemos que fabricar en incubadoras, aquella perdiz viva, silvestre, agresiva que teníamos en los montes y que las paría la tierra, la paren hoy las incubadoras; lo mismo con los faisanes, las codornices. A cambio, ¿qué ha pasado aquí? Pues ha pasado una cosa que Ortega no se imaginó, que es que en Castilla, el granero de España, resulta que a pesar de la domesticación y del arado y del tractor, empiezan a multiplicarse los jabalíes, los corzos, los lobos. Hoy día está organizada la vida y la caza en España, de forma que haya una temporada para cazar, rebecos, lobos… De manera que quien puede asegurar qué va a ser de estos animales, se van a imponer los animales grandes sobre los pequeños… Yo no lo sé, lo lo que sé es que la perdiz se ha hecho de corcho, de plástico y uno compra la perdiz, la siembra en el monte de un amigo, y a cazar perdices.
P. ¿Usted recuerda cuál fue el cierre, el momento en el que su periódico le emocionó más como periodista?
R. Yo sería un hipócrita si lo negara, fue cuando di la noticia del Nadal. Ese fue el cierre más emotivo.
P. ¿Cómo es usted emocionado? ¿Llora?
R. No, no lloro. Me aguanto pero lo siento, tengo un sentimiento hondo pero sin llegar a la lágrima.
P. ¿No ha llorado nunca?
R. No, yo no lo recuerdo. Sí, recuerdo. Lloré varias veces cuando murió mi mujer, pero lloré a solas.
P. Dicen las personas sentimentales que las lágrimas a veces van por dentro…
R. Sí, no cabe duda. Las lágrimas van por dentro.
P. ¿Cómo ve el periodismo ahora?
R. Yo lo que veo en el periodismo es que no se mueve, esto del periodismo y de las comunicaciones ha tenido muchos altibajos, la gente dijo cuando nació la radio, el periodismo se había acabado, que la radio era lo que triunfaba. Siguieron conviviendo la radio y el periodismo y aparece la televisión, menudo invento. Hay un tío fumándose un pitillo en Washington y te echa el humo en Madrid. Luego resultó que este invento tampoco mataba a la radio aunque el humo lo veíamos, de manera que tanto el periodismo como la radio como la televisión no han muerto, como el cine tampoco ha matado a la televisión, ni la televisión ha matado al cine, aunque tengan también sus puntos de contacto.
P. ¿Y cuáles serían los defectos del periodista contemporáneo?
R. Bueno, hay un afán por el morbo, verdad de sacar las cosas de quicio, concretamente de cosas que yo haya vivido, pues el cambiar los títulos, por dar un título distinto al que usted ha querido poner, por ejemplo. Una vez hablamos de la Guerra Civil, en una revista que no me acuerdo, yo no soy muy rencoroso, y después hablamos de las perdices y hablamos de si no me daba compasión matar pájaros. Hombre, a veces sí, a veces, no; entonces el titular fue ‘Miguel Delibes está cansado o le da compasión’. Primero hablaba de que Miguel Delibes estuvo en la Guerra Civil, “hoy se arrepiente de la sangre que ha vertido”, como si yo hubiera ido por el frente matándole con un tiro en la nuca. Y ante eso no tiene uno defensa, no puedo salir a discutir si estaba arrepentido de la perdiz que había matado o si estaba arrepentido de los soldados que había matado.
P. Dice usted que no es rencoroso…
R. Creo que no.
P. ¿Qué se tiene que tener dentro para no guardar rencor?
R. Que es aburrido… Yo siempre he dicho que soy un hombre sencillo que escribe sencillamente.
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