Columna publicada en la página de educación de El Mecurio, 26 octubre 2008.
Educación superior: ¿vía al desarrollo?
Pese a sus notorias diferencias, los sistemas universitarios de los países subdesarrollados enfrentan problemas comunes.
José Joaquín Brunner
¿Qué posee en común la educación superior de países en desarrollo tan distintos como Letonia, Nicaragua, Kenia, Bulgaria, México, Egipto y Kazajstán? Aparentemente, muy poco.
En cada uno he visitado sus universidades, he entrevistado a rectores, profesores y estudiantes; he conocido las políticas de sus gobiernos y el rol que desempeñan los ministerios de educación y finanzas; he conversado con miembros de las comunidades científicas y representantes del sector empresarial.
Cada uno de estos sistemas tiene una historia particular, habla su propio idioma, se halla envuelto en una cultura idiosincrática, presenta diversos grados de secularismo, se halla expuesto a una distinta combinación de factores políticos y de mercado. En todos pueden leerse las huellas de su pasado, trátese de la revolución sandinista, el legado colonial, la hegemonía del PRI, el proyecto pan-árabe de Nasser o la presencia dominante por décadas de la URSS.
Sin embargo, confrontados con el futuro -el capitalismo global, la sociedad del conocimiento, las nuevas tecnologías digitales, las expectativas de movilidad de los jóvenes, etcétera-, sus particularidades tienden a amortiguarse y sus fisonomías nacionales resultan menos contrastantes.
La educación terciaria de las naciones en desarrollo comparte ciertos procesos y enfrenta problemas comunes, como la rápida expansión de la matrícula, la aparición de megauniversidades -la UNAM y la U. de El Cairo registran más de 200 mil alumnos-, salas de clase rebosantes de estudiantes, profesores mal remunerados, infraestructura precaria y equipamiento obsoleto, deterioro de la calidad de sus programas de enseñanza, altas tasas de deserción estudiantil y desajustes entre la oferta de graduados y las demandas del mercado laboral.
En suma, la aparente diversidad da paso ahora a una suerte de universalización de los problemas y a una globalización de los desafíos.
En efecto, ¿cómo asegurar la autonomía de las universidades al mismo tiempo que su alineamiento con los objetivos y las prioridades del desarrollo nacional? ¿Cómo redefinir el contrato social entre las instituciones y el Estado a partir de sistemas mixtos (público-privados) de provisión? ¿Qué instrumentos emplear para estimular la productividad del trabajo académico y mejorar los indicadores de equidad, eficiencia e impacto de la educación superior? ¿Cuáles estrategias sirven para fomentar la investigación científico-tecnológica y acercarla a la frontera internacional y al sector productivo de cada país?
En todas partes, las autoridades gubernamentales y universitarias manifiestan una misma aspiración (¿o se trata sólo de una ilusión?), cual es poner a la educación superior al servicio de la competitividad económica y el bienestar de la población. Pero las inercias institucionales son pesadas y las capacidades gubernamentales para transformar sus sistemas, acotadas.
Al final, uno se enfrenta a la fatídica pregunta: ¿cuántos y cuáles de estos países podrán alcanzar la meta de estar entre los países desarrollados en de las próximas décadas, y cuáles y cuántos se quedarán en el camino, en el margen de la historia?
Recursos asociados
Plan de Acción para la Educación Superior de América Latina, 24 octubre 2008
Educación Terciaria para la Sociedad del Conocimiento: Nuevo Informe OECD, 11 octubre 2008
OECD, Revisión de la Educación Terciaria: México, 3 septiembre 2008
El proceso de Bolonia en el horizonte latinoamericano: límites y posibilidades, 24 julio 2008
Mercados universitarios: El nuevo escenario de la educación superior, 20 noviembre 2007
Higher Education in Central Asia: The Challenges of Modernization, 10 octubre 2007
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