SIMCE: ¿qué podemos esperar?
Mayo 13, 2007

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Columna de opinión publicada en el diario La Tercera, domingo 13 mayo 2005.
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SIMCE: ¿qué podemos esperar?
José Joaquín Brunner
La pregunta clave no es si los resultados de 4° año básico están estables o estancados, sino si acaso hemos hecho lo necesario para mejorar los logros de aprendizaje de los alumnos. A esta crucial pregunta la respuesta es no; no hemos hecho lo que necesitaríamos hacer para cambiar la tendencia.
Primero, persiste hasta hoy la absurda idea que una educación de razonable calidad puede obtenerse con un gasto público por alumno 50% inferior al comúnmente considerado como imprescindible. Y, peor aún, insistimos en engañarnos, sosteniendo que, igual, el gasto ha crecido, sin reparar que tal esfuerzo ha servido, apenas, para alcanzar la mitad del nivel mínimo requerido. En breve, estamos comprando los resultados que obtenemos. Mientras el mercado de la enseñanza particular pagada nos indica que el costo de formar un alumno proveniente de un hogar rico en recursos económicos, sociales y culturales alcanza a alrededor de 150 mil pesos, nosotros pretendemos (hipócritamente) que el costo de formar a los niños de hogares pobres en estos recursos, podría equivaler a la quinta parte. Cosechamos lo que sembramos: un abismo cada vez mayor de aprendizaje entre niños provenientes de los dos extremos de la sociedad.
Segundo, sabemos hace rato, y ahora vemos confirmado, que más de la mitad de los alumnos de los grupos bajo y medio-bajo, y un 40% de los niños del sector medio –que en conjunto representan alrededor de un tercio del total de alumnos de 4° grado del país– no alcanzan el umbral mínimo de competencias necesarias para seguir aprendiendo normalmente durante su carrera escolar. Sin embargo, pretendemos que también estos estudiantes, que a los déficit del hogar agregan los propios de una mala formación inicial, pueden educarse en condiciones de abierto sub-financiamiento. Los condenamos así a seguir adelante sin siquiera haberlos dotado de las capacidades mínimas de lecto-escritura y matemática. ¿Cómo podrían, entonces, mejorar su desempeño?
Tercero, mantenemos para este mismo tercio de alumnos un régimen de salas de clase sobrepobladas, con 35 o más alumnos por profesor. En estas condiciones es imposible que alumnos rezagados en sus aprendizajes puedan recibir la atención personalizada que requieren para progresar más rápido.
Cuarto, una proporción mayoritaria de estos alumnos, los más vulnerables entre ellos, asisten a escuelas municipales. Sin embargo, hasta aquí poco hemos hecho para entregar a estos establecimientos la autonomía de gestión y las capacidades que necesitarían para enfrentar la compleja tarea que la sociedad les impone.
Quinto, tampoco hemos abordado integralmente el rediseño de la profesión docente –su formación inicial, estatuto laboral, evaluación, retribución e incentivos– al punto que contamos con algo así como un 5% de profesores destacados o de primera línea, cifra absolutamente insuficiente para dar un salto en los resultados de aprendizaje.
En fin, si no hemos hecho las tareas que nos corresponden como sociedad, ¿por qué habríamos de obtener mejores resultados en el SIMCE de los que merecemos? A fin de cuentas, el SIMCE no es más que un espejo que nos devuelve la imagen de nuestro pobre esfuerzo y falta de resolución para abordar los problemas de fondo de la educación chilena.
(c) La Tercera

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