Columna de opinión publicada en el diario La Tercera, 12 enero 2007.
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Columnas de opinión y otros materiales asociadas
PSU: Voces encontradas”, enero 2007
Una Gran Transformación, marzo 2006
PSU: ¿Por qué el escándalo?, La Tercera, diciembre 2005
¿Calidad o desigualdad?, agosto 2005
PSU: ¿de qué brecha hablamos?
Cada año puntualmente, con ocasión de los resultados de la PSU, el país bien pensante vuelve a escandalizarse frente a la brecha que aparece entre los puntajes obtenidos por los alumnos de colegios particulares pagados y de colegios subvencionados. Con la misma implacable puntualidad, cada año se repite el ciclo de argumentos a favor o en contra de la PSU, como si ésta pudiera disminuir o aumentar aquella brecha, sin atender a las causas reales que la generan y reproducen.
Como es obvio a esta altura, ella es, ante todo, socio-económica y cultural y no reside en el dispositivo con que se selecciona a los jóvenes que buscan ingresar a la educación superior. La brecha separa a unos alumnos cuya formación escolar, hasta llegar a rendir la PSU, ha costado entre 20 y 30 millones de pesos o más de otros en que el país ha gastado 6 millones o menos. Separa a los hijos de familias cuyos padres poseen en promedio menos de 10 años de escolarización respecto de aquellos cuya madre y padre ostentan un título profesional y tienen a su haber, cada uno, 17 o más años de educación. Separa a los niños que crecieron en un hogar con un intenso régimen de conversaciones y estímulos que los introdujo tempranamente en un mundo de lenguajes elaborados y de códigos culturales afines a los que utilizan los colegios de aquellos niños criados en un entorno que sólo provee estímulos de baja intensidad y códigos lingüísticos y culturales simples. Unos adquieren desde la cuna familiaridad con los saberes y confianza en su propio destino; los otros aprenden difícilmente a sobrevivir en medio de la estrechez.
Tan evidente es todo esto que los puntajes de la PSU siguen en promedio, con fatídica regularidad, el ingreso familiar. Los alumnos de familias cuyo ingreso es menor a 280mil pesos obtienen, en promedio, 469 puntos; aquellos cuyos padres ganan entre 280 mil y 834 mil pesos alcanzan 528 puntos y así continúan ascendiendo los valores de puntuación en la PSU en paralelo con la posición de las familias en la escalera socio-económica, hasta llegar a los hogares más acomodados cuyos hijos consiguen, en promedio, 614 puntos. Evidentemente, hay algunas notables desviaciones de esta ley de las dos escalas; muy pocas, sin embargo, como para poner en ellas nuestra esperanza.
Por tanto, en vez de reincidir en el rito anual de los escandalizados e insistir sin fundamento que los problemas de inequidad se deben a la PSU, propongo aquí un ejercicio diferente. Y sencillo además: responder a unas pocas preguntas que, de producir respuestas convergentes, nos permitirían dejar atrás la trampa de la perpetua repetición y avanzar. Primero: cómo duplicar, en un corto tiempo, el valor de la subvención escolar. Segundo: qué medidas deberían adoptarse para reducir a la mitad el número de alumnos en las aulas de los colegios que atienden al 20% de niños y jóvenes de mayor vulnerabilidad. Tercero: qué se proponen hacer las universidades para mejorar sustancialmente la calidad de los profesores que entregan al sistema escolar. Cuarto: cómo procederán el gobierno y el congreso para dotar de mayor autonomía y capacidad de gestión pedagógica a los establecimientos municipales.
José Joaquín Brunner
Universidad Adolfo Ibáñez
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