Columna de opinión publicada en el cuerpo Artes y Letras del diario El Mercurio, 17 diciembre 2006.
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Domingo 17 de diciembre de 2006
La publiversidad
José Joaquín Brunner
La publiversidad es la suma simbólica de tres potentes factores de la cultura contemporánea: universidades + publicidad + diversidad. En nuestro país hay 61 universidades y, adicionalmente, 148 otras instituciones de educación superior. En conjunto, ellas gastan en publicidad, anualmente, una suma estimada en USD 30 millones. Todo esto para sostener la oferta de 5 mil diferentes programas conducentes a títulos profesionales y alrededor de 1,5 mil programas técnico-vocacionales.
Cada año, con el solsticio, se eleva también la presión dentro del sistema y la industria de la enseñanza superior -tal vez la más fragmentada y competitiva de nuestra concentrada economía- declara abierta la temporada de ferias. Allí las instituciones presentan sus promesas, ofrecen sus programas y convocan las preferencias de los jóvenes. La publiversidad entra en escena: llena las páginas de la prensa escrita, resuena en las radios, dispara sus spots a través de la TV, transita adherida al transporte colectivo, desciende a las estaciones del metro y sale a las calles y plazas. Mezcla de campaña electoral, comercial y cultural hace contraer el entrecejo de la academia tradicional y suscita el repudio de quienes aún recuerdan con nostalgia la austeridad universitaria de antaño, cuando la educación universitaria era un bien escaso, al alcance solamente de una minoría. En efecto, desde antiguo, el privilegio estamental desconfía de los motivos burgueses; la nobleza de espíritu del mercado y las élites ilustradas de la sociedad de masas. La publiversidad, en tanto, es esencialmente vulgar; algo común, general, propio de la gente sin más. Se dirige al todo; no a su vértice. Apela a la lógica de los mercados; no sólo al amor por la ciencia.
Con todo, su semántica revela más. Por lo pronto, invoca siempre al elemento primordial de la competencia: toda institución que concurre a la feria, proclama ser la primera en algo. Primera en su región o provincia, en tamaño, en metros cuadrados de cemento, en número de profesores o doctores, en volúmenes disponibles en su biblioteca, en años acreditados, en publicaciones científicas, en cantidad de convenios internacionales, en matrícula de posgrado, en alumnos de puntaje meritorio. Sin embargo, en ausencia de una matemática compartida entre las diversas escalas -por ejemplo, cuántos metros cuadrados de cemento equivalen a cuántos libros per capita o académicos con grado de doctor- las instituciones deben recurrir a un segundo lenguaje de publiversidad; cual es, el de los bienes intangibles. Por este medio las universidades comunican su promesa escondida: tradición, innovación, calidad, excelencia, pluralismo, apertura, modernidad, identificación con la verdad, la razón, el diálogo. Por último, en el plano práctico, la publiversidad despliega un abanico de beneficios para los potenciales alumnos: becas, semibecas, préstamos, reducción de aranceles, formas especiales de pago, procesos excepcionales de selección, planes de transporte y salud, alimentación subsidiada, consejería vocacional, etc.
En fin, igual que en épocas pretéritas, como muestra Braudel, la feria es el ruido, el estímulo, el tataratear, la alegría popular, el mundo al revés, el desorden, en ocasiones el tumulto. Agreguemos: la publiversidad es la feria contemporánea por excelencia; el espectáculo de la competencia en el terreno de los bienes culturales más preciados: los títulos y grados. Es, si se quiere, la manifestación mundana de las universidades. ¿Qué motivo hay, entonces, para fruncir el entrecejo académico?
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