Columna de opinión publicada el día 24 diciembre 2005 en el diario La Tercera.
El texto completo de la columna más abajo.
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LaTercera / Opinión
PSU: ¿por qué el escándalo?José Joaquín Brunner
Fecha edición: 24-12-2005
Cada cierto tiempo nuestra élite bienpensante redescubre con escándalo, para de inmediato olvidar, la profunda brecha que separa a la educación particular pagada de la educación subvencionada. Ahora tocó el turno de escandalizarse con los resultados de la PSU. Permítaseme unirme al coro.
Es inaudito, en efecto, que una sociedad civilizada disponga de dos sistemas separados para educar a sus niños y jóvenes, parecido a un régimen de apartheid. Un sistema de altura para el quintil de mayores ingresos, cuyos hijos se educan a un costo de 150 mil pesos mensuales en ambientes ricos en insumos, tanto en el hogar (altos ingresos de los padres, estimulantes conversaciones, amplia biblioteca, una o más computadoras, viajes dentro y fuera del país, jardines infantiles y un entorno segregado del resto de la ciudad) como en el colegio (profesores bien remunerados, abundante equipamiento, apoyo familiar, asistencia psico-pedagógica, talleres de idioma, intensa preparación para la PSU).
En cambio, al otro lado de la brecha, un sistema de educación subvencionada, con un gasto de alrededor de 30 mil pesos por alumno, en que tanto la escuela como el hogar carecen de la riqueza, variedad y potencia de los insumos que favorecen el sistema de altura. ¿Puede uno sorprenderse si al final de tan desigual tratamiento familiar y escolar, ambos grupos obtienen resultados contrastantes en la PSU?
Pues bien: aunque parezca increíble, la conciencia bienpensante se declara sorprendida. Y más. “Vea usted”, nos dice (¡como si fuese una novedad!) “qué terriblemente desiguales son estos resultados. Y fíjese cuánto mejor es el desempeño de los colegios particulares pagados”.
¡Bendita ingenuidad! ¿Acaso la prueba PSU mide alumnos todos iguales entre sí? ¿Nacieron y crecieron los Machuca y los Infante en un mismo tipo de hogar, en el mismo barrio, en las mismas circunstancias socioculturales? ¿Acaso arrancaron de la misma línea de partida? Unos y otros, ¿recibieron a lo largo de su trayectoria escolar las mismas facilidades e insumos hasta llegar a la PSU?
Acto seguido, nuestra élite asciende del escándalo a la explicación. Y declara: dado que los cien colegios con mejores puntajes promedio son casi todos privados pagados, debemos concluir que su administración es sin duda superior. ¡Maravilloso non sequitur! En verdad, lo único conclusivo aquí es que estos colegios seleccionan a aquellos alumnos que, dado su origen social y dotación de capital cultural, están destinados a obtener, en promedio, los mejores resultados. Poco importa, en cambio, la diferencia público/privada. De hecho, del total de alumnos de estos cien colegios, un 18% pertenece a liceos fiscales, que también seleccionan cuidadosamente a sus alumnos y no reciben sino excepcionalmente a jóvenes del quintil de más bajos ingresos.
A su turno, los colegios privados subvencionados, que gozan de similares condiciones de flexibilidad administrativa y laboral que los colegios privados pagados, sólo dan cuenta de un 4% de estos altos puntajes. En consecuencia, ¿qué diferencia hace el estatuto administrativo de las escuelas? ¿No es más lógico atribuir la brecha al origen socio-familiar de los estudiantes y a los desiguales insumos que se les asignan? ¿Cómo podría contrarrestarse la brecha si se da más a los que tienen más y menos a los que les falta?
Bienvenido sea el escándalo si nos lleva a actuar. ¿Cómo? Primero, aumentado al doble la subvención, estrechando así (¡algo!) la brecha entre el sistema de altura y el estado llano estudiantil. Segundo, sujetando a todos los establecimientos subvencionados -incluyendo a profesores, directivos y sostenedores- a una rigurosa evaluación, junto con crear los apoyos e incentivos necesarios para mejorar su gestión y desempeño y evitar la selección social.
Si emprendemos estas dos acciones, el escándalo podría servir, esta vez, para eliminar las causas que lo provocan y no sólo como función ritual.
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