Artes y Letras, El Mercurio
24 abril, 2005
SIMCE
Las explicaciones simples, aunque sean equivocadas, desplazan a las explicaciones más complejas, aún si éstas se hallan respaldadas por la evidencia empírica. Esta parece ser la verdadera ley de bronce en sociedades que se alimentan a través de los medios de comunicación. Es en nuestro debate educacional donde con mayor claridad se manifiesta esta ley. Así, por ejemplo, a propósito de los resultados del SIMCE dados a conocer recientemente, vuelven a imperar las malas explicaciones. Ellas giran en torno a una supuesta superioridad de los colegios privados sobre los establecimientos públicos. Por lo pronto, tal comparación es equívoca. Funde en una sola categoría colegios privados pagados y subsidiados, cuyos resultados son muy distintos (difieren en alrededor de 40 puntos). En seguida, es una comparación sesgada. Mientras las escuelas subsidiadas—municipales y privadas—gastan alrededor de 30 mil pesos por alumno/mes, las particulares pagadas incurren en un gasto siete veces superior. ¿Qué sentido tiene comparar el oro con el hierro? El sesgo se incrementa aún más al considerar que los colegios subsidiados atienden al 100% de los niños provenientes de los grupos socio-económicos bajo, medio bajo y medio mientras los colegios privados pagados sólo reciben niños del estrato medio-alto y alto. ¿Cómo comparar lo exclusivo y excluyente con lo inclusivo e incluyente? Pero esto no es todo. Incluso los datos desmienten la pretendida superioridad privada. ¿Cómo así? Muy simple: una vez que se controla por el origen socio-familiar de los alumnos, las escuelas municipales obtienen mejores resultados que las privadas subsidiadas entre los alumnos de los grupos bajo y medio alto y resultados estadísticamente similares entre los alumnos del estrato medio bajo. Sólo entre los alumnos del grupo socio-económico medio los establecimientos privados subsidiados se desempeñan mejor que los municipales. En definitiva, los datos reales muestran que, en general, las escuelas municipales son más efectivas que las privadas allí donde compiten sobre la base de alumnos con las mismas características socio-familiares. ¿Qué pensar, entonces, de las demás explicaciones que se ofrecen para afirmar una supuesta (pero inexistente) superioridad privada? Caen por su propio peso. Los resultados de los establecimientos privados pagados son básicamente producto del origen social de sus alumnos y del gasto en que incurren las familias acomodadas (7% de los alumnos que rinden el SIMCE). Tienen poco que ver, en cambio, con la propiedad, autonomía o gestión de estos colegios. Del mismo modo, el hecho de que las escuelas municipales muestren, en general, un mejor desempeño que las privadas subsidiadas revela que elementos tales como el estatuto docente, el mayor o menor grado de centralismo o la libertad de contratar y despedir profesores no tienen el peso que les atribuyen las malas explicaciones. En suma, no existe una brecha público / privada. Las brechas son de origen social, de gasto y de segmentación del sistema escolar. Tampoco hay superioridad privada. Más bien, hay un neto predominio de las explicaciones equivocadas sobre las correctas. Todo esto conduce a un debate distorsionado por mitos e ilusiones. En vez de preocuparnos por lo que realmente importa—esto es, la baja efectividad de la mayoría de los establecimientos, independiente de su carácter municipal, privado subsidiado o pagado—nos dejamos llevar por la ley de bronce que, a la postre, sólo conduce a ignorar la realidad.
José Joaquín Brunner
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