Ponencia presentada al Seminario Internacional Temas Fundamentales para el Desarrollo Universitario organizado por el Centro Interuniversitario de Desarrollo (CINDA, Santiago de Chile, 14 de septiembre, 1998
La internacionalización de la educación superior ha empezado a marchar de forma cada vez más acelerada desde el momento en que se puso fin a la guerra fría, que las economías del mundo comenzaron a converger hacia los mercados y a abrirse al comercio internacional y que las nuevas tecnologías de la información y la comunicación hicieron posible reducir (hasta casi eliminar) el tiempo y el espacio de contacto entre los miembros de la comunidad académica mundial.
Palabras claves: globalización, comunicaciones, ciencia, tecnología, financiamiento
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Desde su origen, la universidad ha tenido una vocación internacional. En las primeras universidades los estudiantes provenían de diferentes naciones y los docentes estaban facultados para enseñar en diversos países. Más aún: el propio modelo de esta institución—la única que ha perdurado prácticamente a lo largo del presente milenio—tiene un rasgo universal inherente que le ha permitido emigrar hasta los más apartados lugares y adaptarse a muy distintas épocas.
De hecho, las más variadas sociedades encontraron, primero en las universidades y luego en sistemas diversificados de enseñanza superior, una manera de asegurar la transmisión del conocimiento avanzado y de preparar a sus grupos dirigentes. Más adelante, con la aparición de las ciencias y la necesidad de producir sistemáticamente conocimientos, la universidad vio reforzada su posición. Pronto se convirtió en el hogar principal, sino exclusivo, de la investigación científica y la reflexión social.
Un grado similar de internacionalización se manifiesta ahora en cuanto a las principales tendencias de desarrollo de los sistemas de educación superior.
Por ejemplo, todos se han movido desde una provisión de elites hacia una educación superior masiva y se encaminan ahora hacia la universalización de este servicio. En América Latina y el Caribe encontramos ya pocos países en la primera posición, con menos del 5% del grupo de edad relevante matriculado en alguna institución de enseñanza superior. Los demás países han ingresado al estadio de la educación superior masiva y, durante la primera década del próximo siglo, algunos bordearán la fase de la educación superior universal, con la mitad o más de la población relevante realizando estudios de tercer nivel.
Asimismo, en el mundo entero, todos los sistemas, salvo los de tamaño más pequeño, se han diferenciado tanto horizontal como verticalmente. Hoy nuestras antiguas universidades nacionales, cuyo nacimiento se confunde con el de las Repúblicas, son sólo un islote en medio de un mar de variadas instituciones públicas y privadas, metropolitanas y regionales, universitarias y no universitarias, complejas y simples, laicas y denominacionales.
A pesar de esa diferenciación, las universidades, en cualquier lugar donde existen, se organizan en torno a dos ejes. Por un lado, la provisión de enseñanza profesional que conduce hacia el ejercicio de un número cada vez mayor de prácticas basadas en conocimiento experto. Y, por el otro, la división y organización del trabajo académico avanzado –trátese de la investigación o de la enseñanza de posgrado—en torno a las disciplinas, también cada vez más numerosos y especializadas.
Hoy observamos que la internacionalización avanza otro paso más. En efecto, todos los sistemas –aunque naturalmente en grados diversos– enfrentan un conjunto similar de problemas y apremiantes desafíos.
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