Discurso inaugural del Seminario “Edición Universitaria y Cultura
Nacional”; Universidad de Valparaíso, Valparaíso 27 de mayo 1998
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Existe una curiosa mención a los vendedores de libros en la primera edición de la Enciclopedia Británica, que data del año 1771. Se señala allí que por largo tiempo fueron considerados miembros de la comunidad universitaria–contándose entre los principales proveedores de dichas instituciones. Éstas legislaban el negocio, fijaban precio a los libros, examinaban su corrección y establecían sanciones a discreción. Y a continuación agrega: “Pero cuando por la invención de la imprenta los libros y sus vendedores empezaron a multiplicarse, volviéndose más importantes, entonces el soberano los tomó bajo su control, dándoles su estatuto y contratando funcionarios que determinaban precios y concedían licencias y privilegios…” Así el libro pasó del ámbito de la cultura a las esferas del poder y el comercio. Es un testimonio gráfico de lo ocurrido desde entonces con este negocio–uso el término en su sentido más noble– que, frente a menos de una página destinada a él por aquella primera edición de la Enciclopedia, en la última se le dediquen más de 40.
Tuvo razón pues Sir Francis Bacon al señalar, ya en 1620, que el descubrimiento de la imprenta, junta al de la pólvora y el de la brújula, habrían de cambiar para siempre el estatuto de las cosas en el mundo. Se quejaba, enseguida, de la poca atención ofrecida “al contraste entre la actitud mental del estudioso y del literato de la época anterior a la imprenta y la del público lector y escritor cuando la imprenta acabó sustituyendo al manuscrito como medio de comunicación de las ideas”.
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